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Mijaíl Gorbachov: El reformador y la leyenda

Mijaíl Gorbachov fue heredero del poderío soviético. Llegó al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética y al Politburó a principios de los años 80.

La muerte a los 91 años de Mijaíl Gorbachov, regresa a la mesa de la revisión histórica y del debate, el papel y la aportación que en los hechos, tuvo el reformista en la caída y el desmoronamiento de la Unión Soviética.

En retrospectiva, le han atribuido al último líder de la URSS, una serie de cualidades y facultades que, en los hechos, ni tuvo ni ejerció.

La historia tendrá que hacer una revisión profunda de los alcances, de su visión, y del curso precipitado de los hechos en aquel inolvidable 1991.

Mijaíl Gorbachov fue heredero del poderío soviético. Llegó al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética y al Politburó a principios de los años 80. De la mano de Yuri Andropov, su gran mentor y protector.

Hagamos un poco de historia. Leonid Brezhnev fue el líder que ejerció férreo control en la Unión durante los años 60 y 70, inmediatamente después del retiro (democión dicen algunos) de Nikita Krushev a quien consideraban demasiado suave con Occidente.

Brezhnev impone de regreso algunos de los métodos más severos de censura, control, persecución, deportación y campos de concentración al interior de la URSS. Y hacia fuera, los momentos más tensos de la Guerra Fría entre las superpotencias.


A la muerte de Brezhnev (1979), el Politburó estaba integrado por una serie de ancianos. Viejos líderes regionales, descendientes de Brezhnev y Krushev, incluso algunos desde los tiempos de Stalin.

Asumen la jefatura suprema de la URSS Konstantin Chernenko, Yuri Andropov quien impulsa la carrera de un joven economista con visión de futuro: Mijaíl Gorbachov.

Formado en la rígida estructura económica de la Unión, un sistema de intercambio de mercancías extraordinariamente primitivo, para abastecer al mercado interno que sufría enormes carencias, deficiencias y ciclos económicos de productividad cero.

Imagine usted que Ucrania producía granos, Lituania televisores, o Rusia acero y cemento, y cada república al interior de la URSS intercambiaba sus bienes para recibir otros a cambio.

No existía un sistema monetario ni de valor de mercado; no había bolsa de valores, ni reservas en moneda extranjera. La economía soviética, el elemento clave que precipitó el desastre de la URSS, era muy primaria.

Gorbachov asumió la secretaría general del Comité Central (PCCUS) en 1985, el más joven líder en ocupar esa posición en la historia e impulsó una campaña de cambios y transformación.

Lanzó la Perestroika (Reforma en ruso) que pretendía instalar un sistema económico al estilo occidental, con un sistema monetario, valor de las mercancías, inversión interna para impulsar la productividad.

Un año después lanzó la Glasnost (transparencia en ruso) que pretendía abrir a la ciudadanía, algunos de los procesos más opacos y secretos de la URSS. Gorbachov quería democratizar su país gradualmente, no mediante una revuelta o una crisis sangrienta, sino mediante un proceso ordenado de modificación de leyes, que habilitaran una transformación de la vida social, política y económica.

Gorbachov, no quería terminar con la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas; su mirada estaba puesta en la modernización interna, en la transformación de un país de enorme pobreza, represión política, concentración de poder, a una Unión de repúblicas democráticas, electas, al estilo occidental.

Para muchos en retrospectiva histórica, resultó ingenuo por parte de Gorbachov, puesto que no tuvo la fuerza, ni el control para convencer a los mandos del partido, a los poderosos mandos militares y terminó siendo depuesto.

En agosto de 1991, con 6 años en el poder, un golpe militar de sus generales lo separa del cargo y lo envía a un exilio forzado a Crimea, balneario privilegiado de los líderes soviéticos. Bajo control y vigilancia militar, Gorbachov enfrenta la grave crisis de su esposa, Raisa, quien sufre un colapso nervioso por la percepción de que los militares los iban a matar.

Mientras eso sucedía, en Moscú, otro joven líder saltaba a la luz y a los reflectores mundiales: Boris Yeltsin, presidente de la Federación Rusa -gracias a los cambios democráticos que había impulsado Gorbachov- se enfrentaba a los militares rechazando el golpe de estado y demandando que Gorbachov fuera instalado en su cargo de regreso.

Yeltsin había sido invitado por Gorbachov a ocupar responsabilidades de creciente importancia en los años recientes, hasta que rompieron y se distanciaron. Yeltsin perdió la simpatía del líder supremo por causas que apuntan a una línea más independiente y poco disciplinada con el poder central.

Yeltsin regresó a su provincia y desde ahí, lanzó una vital campaña que lo propulsó a la presidencia de la Federación Rusa.

En algún sentido según politólogos y analistas rusos, la rebeldía de Yeltsin sobre aquel tanque soviético a las puertas del Parlamento Ruso (La Casa Blanca) le salvó la vida a Gorbachov en Crimea. Los militares, desconcertados ante una “revolución” callejera que volcaba a miles de jóvenes a demandar democracia, obligó a los generales a replegarse, evitar un baño de sangre, y liberar a Gorbachov.

Pero aquí surge uno de los pasajes más trascendentes de la historia rusa. Cuando Gorbachov regresa a Moscú apenas una semana más tarde, ya no es líder de nada. Literalmente le desmantelaron el país, la Unión Soviética cesó de existir y las Repúblicas cobraron su independencia.

Yeltsin es el gran héroe de esa gesta, en opinión de varios rusos, guiado más por la venganza contra Gorbachov, que por un auténtico espíritu democrático.

Pero en los hechos, la ola democrática y libertaria provocada por el golpe militar a Gorbachov, fue capitalizada por Yeltsin quien declaró junto con los presidentes de Ucrania y de Bielorrusia la desintegración formal de la URSS y la independencia de cada una de las 15 repúblicas.

Gorbachov el reformista que pretendía reconstruir la economía y el sistema político de la Unión, fue rebasado por el ímpetu liberador de Yeltsin y de un pueblo oprimido, reprimido, censurado y aplastado por siete décadas.

Yeltsin asumió el gran liderazgo ruso frente al mundo, con el consiguiente compromiso internacional de todos los acuerdos y consejos en los que la antigua URSS participaba.

Fundaron una organización que se llamó la Unión de Repúblicas Independientes basada en Minsk, capital de Bielorrusia que sirvió para muy poca cosa por un período muy corto.

Fue Rusia, la más grande y poderosa de todas las repúblicas la que asumió el rol central tras la disolución de la URSS.

Gorbachov se vio forzado por la historia y los acontecimientos, a retirarse a la vida privada, a tratar de entender lo que había sucedido, y a procesar en qué momento todo se había escapado de sus manos y del partido, que él pretendía democratizar e impulsar hacia la apertura.

En pocos meses fue proscrito el Partido Comunista de la Unión Soviética. Se retiraron estatuas y miles de murales con los rostros de Lenin, Stalin, Marx, y otros. El comunismo soviético, contrapeso central del capitalismo americano, durante la Guerra Fría por casi 50 años -desde el fin de la Segunda Guerra Mundial- se desvaneció como un experimento fallido de la historia.

Rusia bajo Yeltsin, abrazó reformas para adoptar una economía de mercado, una apertura comercial, la llegada de bancos, corporaciones, inversión europea y americana a territorio ruso. Para algunos, esta apertura fue apresurada y brutal, provocando un choque generacional doloroso para los rusos.

Como resultado de esto, la popularidad y el estrellato del que una vez gozó Gorbachov como joven líder de avanzada, se transformó en un desprecio y rechazo extendido por la sociedad rusa.

Le adjudicaron el impacto cruel de la economía de mercado en Rusia; lo hicieron responsable de la desintegración -humillante y vergonzosa- de la otrora orgullosa Unión Soviética. Todos los pecados y las leyendas acerca del poderío soviético, su destartalado sistema de salud, su ideologizador sistema educativo, quedaron a la vista de la ciudadanía ante la desaparición de la autoritaria narrativa soviética. El culpable unánime, Mijaíl Gorbachov.

Para sus compatriotas, Gorbachov, admirado y respetado en Occidente, se convirtió en el malo de la historia al interior de Rusia.

Nunca en 30 años después del derrumbe, Gorbachov recuperó la credibilidad, el respeto, la admiración de sus conciudadanos. Lo despreció su generación, los babyboomers (1945-1950) soviéticos conocidos como los “hijos de Stalin”; lo despreció la generación que vino después, como el incapaz que no supo administrar la apertura, cuando ya ni siquiera estaba en el poder.

Y luego llegó Putin, que lo relegó a un clóset con naftalina sin presencia ni reconocimiento público. Por el contrario, hoy gobiernan los nostálgicos de la URSS, los que extrañan el poderío, el respeto internacional, la imagen falsa de superpotencia ante al mundo.

La debacle vino todavía en la primera década del siglo XXI, cuando necesitado, sin ingresos y con una raquítica pensión, Gorbachov filmó un comercial de McDonalds en Moscú, lo que le acarreó aún más críticas y humillaciones.

Ese fue el inicio de una breve carrera mediática frente a cadenas internacionales.

En retrospectiva, la imagen de Gorbachov permanecerá para Occidente, como la del gran reformador que abrió el diálogo con Europa y Estados Unidos. Estrechó relación con Ronald Reagan (1980-1988) y con George H. W. Bush (1988-1992). Lo hizo con Margaret Thatcher (1979-1990), con Francoise Miterrand, hasta con Juan Pablo II.

Es autor y precursor junto con Reagan del más importante acuerdo para la disminución de armas nucleares entre las dos superpotencias (SALT I y SALTII) que marcarían el camino posterior de acuerdos internacionales para el control armamentista.

Su célebre secretario de Relaciones Exteriores, Eduard Shevarnadze, se convertiría años más tarde, en presidente de Georgia por varios años.

Gorbachov marcó una época. Impulsó la apertura, el diálogo, la distensión y el fin de la Guerra Fría. La historia le debe un reconocimiento a nivel internacional, aunque al interior de su país, lo hicieron responsable de todas las desgracias.

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