Algarabía

Los alimentos más económicos

Cada familia invierte diferentes presupuestos en su alimentación, la búsqueda de un ahorro en lo que se paga por los alimentos puede ser un dolor de cabeza.

¿Cuáles son los alimentos más accesibles del mundo, qué influye en su costo y cómo se relaciona esto con los términos de seguridad alimentaria y la canasta básica en México?

Cuando llega un plato de comida a una mesa ya ha recorrido un largo camino. Aunque cada familia invierte diferentes presupuestos en su alimentación, la búsqueda de un ahorro en lo que se paga por los alimentos puede ser un dolor de cabeza, pues es más fácil determinar cuáles son los más caros que encontrar de manera inmediata los de menor costo.

Para empezar, hay un dato económico vital para entender el costo de los alimentos: cuanto comemos está considerado como commodities, es decir, materias primas que han sufrido procesos de transformación —por muy pequeña que esta sea— en una gran cadena global.

Los commodities pueden ser de varios grupos: metales —oro, plata, cobre—; energía —petróleo, gas natural—; alimentos e insumos —azúcar, algodón, café—; granos —maíz, trigo, garbanzos—, y ganado.

Justo los precios agrícolas son los más volátiles —es decir, varían constantemente— y así como tienden a subir, hay algunos que bajan más que otros. Todo depende de las condiciones climáticas, los costos del combustible que sirve para transportarlos en cada país y las leyes de oferta y demanda.

La canasta básica mexicana

En México asociamos los productos de la canasta básica con los indicadores que dirigen los costos de los alimentos. Es importante destacar que existen dos tipos de canasta básica: la rural y la urbana. No es lo mismo llevar alimento del campo a la ciudad que viceversa, y cualquier variación en el precio del combustible o afectación climática influirá directamente sobre los costos de cada insumo.

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) mide los índices de pobreza utilizando la línea de bienestar mínimo, que equivale al valor de la canasta alimentaria por persona al mes; y la línea de bienestar, que equivale al valor total de la canasta alimentaria y de la canasta no alimentaria por persona al mes.

Sistemas de cultivo y seguridad alimentaria

El empobrecimiento de las zonas agrícolas que eran productoras por excelencia es una característica del sistema alimentario actual. En el campo se dejaron de implementar sistemas de cultivo tradicional para satisfacer demandas globales con métodos de agricultura que dejan de lado la producción para el autoconsumo.

Un ejemplo de esto es el sistema de milpa, que había sido la base sustentable de la economía de familias enteras en México y que cambió poco a poco por monocultivos, desgastando las zonas, aumentado los costos de traslado del alimento y cambiando la dieta de esas poblaciones que basaban sus platillos en la llamada «triada mesoamericana» —frijol, maíz y calabaza.

La maestra Edelmira Linares Mazari, del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México, explica que el precio del maíz es tan bajo que a quienes lo producen no les conviene venderlo.

El maíz figura entre los alimentos más baratos de nuestro país y la tortilla es uno de los más consumidos a diario, aunque en el estudio del Coneval no se especifica la variedad ni origen de las 64 especies nativas.

Agricultura familiar como interés

Sin duda, suena idílico pensar que cada país cuidará de su propia agricultura y que cada persona pueda cultivar sus propios alimentos, pero sumando esfuerzos políticos, económicos y sociales, la cadena de producción alimentaria podría mejorar enormemente, y con ello, las condiciones de vida de los productores y consumidores.

Los precios de los alimentos no sólo están determinados por su oferta y demanda, sino por la frecuencia promedio de su consumo y por la disponibilidad que exista para hacerlos llegar hasta donde se requieran.

Como explicó Sidney Mintz en su libro Sabor a comida, sabor a libertad: “La libertad también se gana por el estómago”. Preguntarnos más sobre qué comemos y de dónde viene no significa satanizar los productos extranjeros sino valorar la diferencia cultural que nos hace únicos. La comida es parte de esa particularidad y rechazar la imposición alimentaria —marcada por intereses que sólo benefician a unos cuantos— es un acto democrático que, a la larga, podría lograr que la comida fuera más barata y de mejor calidad para más personas.

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