CDMX

CAI: Un refugio para migrantes víctimas de violencia en CDMX

La criminalización de la migración expone a las personas migrantes a ser objeto de violencia extrema, tortura, violaciones y secuestro. Las víctimas requieren de un tratamiento especializado.

Ubicado en el corazón de la Ciudad de México, el Centro de Atención Integral, (CAI), es un espacio de Médicos Sin Fronteras (MSF) donde personal médico, psicológico, de fisioterapia y trabajo social brinda atención especializada a personas migrantes, refugiadas y población mexicana que han sido víctimas de violencia extrema y tortura.

Desde el inicio de este proyecto en 2018, el CAI ha atendido de manera integral a más de 276 personas y a sus familias en los últimos 3 años; una muestra de los altos niveles de violencia y crueldad a los que se ve expuesta la población migrante y refugiada, - en sus países de origen, en su éxodo migratorio y en su paso por México, y asimismo de lo crucial que es para las víctimas la atención especializada en su proceso de recuperación.

“Nuestros pacientes son sobrevivientes de más de un hecho de violencia, originado en muchos casos por su apariencia, origen, orientación sexual o género que han motivado su migración. Algunos nos relatan que experimentaron violencia de pandillas en sus países, otros durante la ruta, perpetrada por delincuentes, el crimen organizado o las autoridades en México. Como consecuencia, a nivel psíquico y psicológico se encuentran muy afectados, han llegado a perder su funcionabilidad y la capacidad de tomar decisiones en su vida”, menciona Diego Falcón psicólogo responsable de la estrategia de difusión de las actividades del Centro.

Actualmente existe una crisis de personas migrantes y refugiados sin precedentes en América Latina que se ha visto deteriorada con la llegada de la pandemia, las deportaciones o bloqueos de migrantes desde los Estados Unidos y la criminalización de la migración por autoridades de la región que obliga a las personas migrantes a utilizar rutas más peligrosas donde suelen ser objeto de violencia extrema, tortura, violación y/o secuestro que los condena a un ciclo de sufrimiento.

“Salí de Honduras en enero de este año por la pandemia, no había trabajo y soy madre soltera, entonces salí, porque también hay muchas maras y peligro allá”, menciona Connie una mujer hondureña de 27 años que fue engañada a través de redes sociales por un traficante de personas. Una vez en México, la mantuvo secuestrada durante seis meses. “Me maltrataba, abusaba sexualmente de mí, mi familia no sabía de mí, ni mis hijos. Él era de la mafia. Me llevo a Guerrero donde pasé mucho sufrimiento. De ahí me trajo para la Ciudad de México hasta que una tía suya me ayudó a escapar”, recuerda.

La principal afectación que presentan los pacientes es trastorno de estrés postraumático, en ocasiones complejo y esto es derivado de diversos episodios de violencia a la que han estado expuestos a lo largo de su vida.


“Quedé embaraza de él, como estaba físicamente muy débil perdí a los bebés. Logré escapar y me entregué a migración. Tenía quemaduras en el cuerpo porque me torturaban. Migración ya no me deportó para mí país, si no que me mandó para un albergue, pero él (su agresor) me encontró, me volvió a llevar, ya de ahí pues yo tuve valor y volví a escapar. Estaba mal psicológicamente, sufría depresión, no quería comer, no me bañaba, solo dormía. Ahora ya estoy mejor”, relata Connie.

A pesar de que el CAI no es un albergue ni un centro hospitalario como tal, es un centro de día de atención médica y acompañamiento terapéutico; un refugio para los sobrevivientes y un lugar donde pueden volver a sentirse seguros con sus familias, donde intentan recuperarse a sí mismos y también la confianza en otras personas después del trauma sufrido; donde intentan recuperar su funcionalidad mental y física y también sus vidas.

“Atendemos la parte física, atendemos los impactos que tiene la violencia extrema en la salud mental pero también trabajamos mucho para que la gente vuelva a insertarse social y comunitariamente y buscando facilitar, por medio de otras organizaciones el acceso al proceso de asilo”, menciona Diego Falcón.

El trauma afecta la identidad y la autoestima de las personas, así como su capacidad para confiar en las personas. “Me han ayudado mucho, aunque a veces estoy mal, de mal humor, triste o con ganas de llorar porque extraño a mis hijos y no puedo volver con ellos porque la persona que me secuestró amenazó con matarnos si regresaba a Honduras. Él contactó a mi familia, sabe dónde encontrarnos porque se quedó con mi teléfono móvil”, declara Connie.

En el CAI también se llevan a cabo actividades ocupacionales y recreativas. “Con estas actividades, lo que se intenta es buscar intereses que ellos hayan tenido en su vida o que descubran que pueden hacer cosas que nunca han hecho, como danza, pintura, artesanías o asistir a algún taller de música para que su mente esté ocupada en otras cosas y no solo centrada en los eventos traumáticos que han estado sufriendo desde su país de origen, en tránsito o estando acá en México”, comenta Gemma Pomares, directora del CAI.

Las agresivas políticas migratorias que Estados Unidos y México tienen como respuesta a la crisis migratoria en la región hacen que cada vez más personas se encuentren en el limbo o atrapadas en un círculo que las obliga a regresar una y otra vez a las mismas situaciones violentas de las que intentaban escapar. Todos los días miles de personas atraviesan la región de un extremo a otro en inciertos caminos y se asientan en países que no estaban preparados ni acostumbrados a recibir extranjeros migrantes ni refugiados en grandes cantidades.

“La criminalización del migrante supone que el hecho de salir de tu lugar de origen, cuidar a tu familia, buscar un sitio en el que puedas desarrollarte, un lugar en el que puedas trabajar, en el que puedas estar tranquilo, donde tus hijos puedan estudiar se convierte en un crimen. Nuestros pacientes del CAI han vivido eventos de violencia extrema o tortura que suelen no ser atendidos en el sistema de salud por la sintomatología que tienen y además son estigmatizados por el hecho de no ser mexicanos o de ser migrantes. Eso refuerza un sentimiento de rechazo que agrava todavía más sus problemas de salud mental”, menciona Diego.

“He mejorado con mi tratamiento, con las consultas del psicólogo. Antes tenía miedo de salir, me sentía más insegura, pero tengo que salir adelante, con miedo y todo. Ya tengo trabajo. Cuando salí, quería llegar a Estados Unidos para tener bien a mis hijos y a mis padres y si se me da la oportunidad pues, qué bien y si no pues, lo único que busco es estar estable en un lugar seguro y que mis hijos estén bien. Estar emocionalmente estable para ellos”, concluye Connie.

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