Salud

En un mundo desigual, nuestra respuesta al COVID no puede ser única para todo el mundo: MSF

MSF responde a la COVID-19 de una forma u otra en cerca de 80 países.

Mientras que el Secretario General de la ONU y la Organización Mundial de la Salud (OMS) piden una cobertura de vacunas uniforme a nivel mundial, la progresión desigual de la pandemia y las desigualdades en términos de acceso a las vacunas y otros productos médicos exigen enfoques adaptados a cada lugar si queremos salvar el mayor número de vidas.

Hoy podemos decir que estamos entrando en una nueva fase de la pandemia de COVID-19. Muchos de los países que se vieron más afectados por el virus, -como el Reino Unido-, han vacunado a suficientes personas vulnerables y personal de salud para evitar lo peor de la presión sobre sus sistemas de salud, aunque el virus sigue circulando ampliamente. Con más de mil millones de vacunas fabricadas mensualmente, teóricamente debería haber suficiente para todas las personas.

Sin embargo, existe un problema con la distribución de las vacunas: algunas personas que las necesitan con urgencia, como el personal sanitario o las personas en riesgo de desarrollar una forma grave de la enfermedad debido a su edad o porque padecen otras enfermedades, no tienen acceso a ellas.

La solución propuesta por la ONU, exige que “las vacunas lleguen a los brazos del 40 por ciento de las personas en todos los países para finales de este año y del 70 por ciento para mediados de 2022″, es demasiado simplista. Una solución única que ignora las condiciones epidemiológicas y políticas locales es errónea e incluso amenaza con desviar los esfuerzos de donde más se necesitan.

Lo que necesitamos ver son enfoques adaptados localmente que se relacionen con las características únicas de cada brote y de las personas que se ven amenazadas por él. También deben tener en cuenta toda la gama de herramientas que tenemos ahora a nuestra disposición, que no sólo implica las vacunas.

MSF responde a la COVID-19 de una forma u otra en cerca de 80 países. En algunos, trabajamos en la gestión de casos y vacunación, pero ahora estamos deteniendo nuestras respuestas. Esto se debe a que la cobertura de vacunación ahora es muy alta, como en Francia; o porque las autoridades pueden gestionar la respuesta a pesar de que el brote continúa en el país, como es el caso de Perú. En otros lugares nunca comenzamos realmente, como en Níger, porque el país está viendo muy pocos casos graves del virus.


Sin embargo, en algunas regiones donde trabajamos, seguimos viendo ola tras otra de COVID-19, con una incidencia muy alta de formas graves de la enfermedad, tasas de vacunación muy bajas y poca capacidad local para gestionar los brotes. Esto ocurre particularmente en algunas partes de Asia y Oriente Medio: Afganistán, Irak y Yemen continúan viéndose gravemente afectados, y en estos lugares seguimos tratando a pacientes que han desarrollado formas más graves de la enfermedad. Muchas y muchos de ellos mueren por la dificultad para acceder a tiempo al tipo de atención adecuada que necesitan, por la severa degradación de los sistemas sanitarios en esos países.

Será difícil obtener una cobertura de vacunación alta en estos países, incluso si solucionamos el problema del suministro de vacunas, debido a la falta de un sistema sanitario que funcione, a la inseguridad vinculada a los conflictos y al rechazo de las vacunas por parte de la población. Sin embargo, es precisamente por estos desafíos que debemos centrar nuestros esfuerzos en estos países, siendo necesaria una acción urgente por parte de la ONU, la OMS y otras organizaciones internacionales para implementar respuestas holísticas.

Esto significa garantizar que los países ricos con dosis sobrantes establezcan calendarios de donación amplios y predecibles de vacunas que no estén próximas de su fecha de caducidad; que inviertan en infraestructura de vacunación mediante la construcción de centros de vacunación permanentes y financien la capacitación y los salarios del personal; así como también es necesario el financiamiento de la amplia expansión de las pruebas para que las personas sepan que están enfermas; garantizar que los nuevos tratamientos antivirales que salen al mercado estén ampliamente disponibles a precios asequibles; y que se financie la amplia disponibilidad de terapias de oxígeno, y el pago de los salarios del personal médico para administrarlas a aquellas personas que desarrollan formas graves del virus.

El enorme reto de poner en marcha estos paquetes, -un desafío con el que MSF está luchando-, es exactamente la razón por la que un esfuerzo de vacunación global que tenga como objetivo un nivel uniforme de cobertura de vacunas implicaría mucho esfuerzo y recursos desperdiciados. Todo el que quiera una vacuna debería tener acceso a ella, pero existe una gran diferencia entre garantizar la disponibilidad de la vacuna en todos los países y realizar campañas masivas en todos ellos. Embarcarnos en demasiadas de estas últimas corremos el riesgo de que asignar mal el tiempo y los recursos en países relativamente no afectados por la pandemia y, por lo tanto, de no utilizarlos donde más se necesitan en la lucha contra la COVID-19 y otros problemas de sanitarios urgentes.

El desarrollo de las vacunas que podemos usar contra la COVID-19 ha sido uno de los más rápidos en la historia de la medicina, pero debemos tener claro lo que podemos lograr con ellas: son excelentes para proteger contra enfermedades graves y la muerte, pero mucho menos eficaces para detener la transmisión. No erradicaremos esta enfermedad con las vacunas que tenemos actualmente. Es por eso que debemos centrarnos en llevar las vacunas a las personas con mayor riesgo de enfermarse gravemente o morir en los lugares más afectados por el virus, en lugar de perseguir ideas inalcanzables de erradicación mundial.

Para salvar el mayor número de vidas, no necesitamos un slogan vacío que prometa un objetivo inalcanzable, sino una serie de medidas inteligentes y adaptadas localmente. Solo así podremos hacer frente a la progresión desigual de la pandemia en todo el mundo, tener panorama de los diferentes brotes que experimentan diferentes personas en diferentes lugares y la desigualdad que continúa obstaculizando la capacidad de los países más pobres para salvar las vidas de sus habitantes.

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