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Haití: entre balas perdidas y escaso acceso a servicios de salud

Haití fue la primera república negra independiente de la era moderna, pero la población se ha enfrentado a décadas de inestabilidad política, violencia y pobreza persistente.

La violencia armada asola zonas de la capital de Haití. Cuando una niña recibe un disparo, su familia y el equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) corren para salvar su vida. Federica Iezzi, cirujana de MSF, nos comparte la historia.

Mirlande* llega desde Cité Soleil, uno de los barrios más conflictivos de Puerto Príncipe, la capital de Haití. Nos mira con sus ojos negros, que muestran todo el miedo de una niña de siete años que despierta en el hospital después de haber sido herida en un tiroteo entre grupos armados.

Estamos en urgencias, en el centro de traumatología y quemaduras graves de Tabarre que Médicos Sin Fronteras gestiona en la capital. Mirlande ha sido trasladada aquí, apenas viva, en la parte trasera de un camión.

Su familia explica que volvía a casa de la escuela con su padre cuando una ráfaga de balas le alcanzó las dos piernas. Y ese fue el momento en que el mundo se derrumbó tanto para Mirlande como para sus seres queridos.

Nadie juega en las calles de Cité Soleil. No se visita a los amigos, no se sale a caminar.

La población solo sale por razones imprescindibles, para ir al trabajo, a la escuela o al hospital. Corren grandes riesgos cuando lo hacen, y tienen que decidir qué riesgos correrán sus hijos e hijas. Ni siquiera el toque de queda les salva.


Hay muchos riesgos. Junto al peligro de las balas perdidas, existe también, el del fuego: un juego peligroso que utilizan los miembros de los grupos armados para intimidar y castigar indiscriminadamente a hombres, mujeres, niñas y niños.

Nuestro hospital ofrece atención especializada en quemaduras, pero a pesar de ello, los daños suelen ser irreparables, y muchas personas mueren a causa de sus heridas. Para las personas que sobreviven a las quemaduras graves, su reintegración a la comunidad es extremadamente difícil.

Haití es una nación con una rica historia política y cultural. Fue la primera república negra independiente de la era moderna. Pero la población se ha enfrentado a décadas de inestabilidad política, violencia y pobreza persistente. Actualmente, mucha gente conoce a Haití como un país en crisis.

Haití es uno de los países más densamente poblados y más pobres del hemisferio occidental. La asistencia sanitaria privada está fuera del alcance de la mayoría, que puede tener dificultades para pagar incluso el transporte a un centro médico. Las y los habitantes de las zonas más pobres luchan por satisfacer sus necesidades básicas como alimentos, agua potable y vivienda.

Para los residentes de barrios en conflicto como Martissant, Cité Soleil, Carrefour y Croix-des-Bouquets, la violencia se ha convertido en un problema de salud pública que afecta gravemente su acceso a la atención médica.

Barrios enteros están acordonados por los tiroteos y barricadas que impiden la circulación de vehículos y ambulancias. A medida que la violencia se extiende a zonas cada vez más grandes de la capital, la gente se ve obligada a rodear la zona para llegar a ciertos barrios de Puerto Príncipe.

Los recurrentes enfrentamientos entre bandas armadas han llevado a miles de personas a huir de sus hogares. A veces esto es temporal: la gente se refugia con familias de acogida y espera a que la violencia disminuya.

Sin embargo, para otras personas es permanente. Si tienen los medios económicos necesarios, encuentran un alojamiento alternativo en otro lugar, de lo contrario terminarán en campos para población desplazada donde las condiciones de vida son extremadamente malas. Mis colegas me dicen que muchos haitianos sueñan con abandonar el país.

Esta violencia se habría cobrado hoy la vida de Mirlande si no la hubieran llevado rápidamente al quirófano bajo la mirada preocupada y cariñosa de su padre.

Las armas de fuego de gran calibre suelen ser despiadadas. Fáciles de usar, precisas, eficaces, las balas explotan en el cuerpo. Extraer cada fragmento puede ser una tarea agotadora para el equipo quirúrgico.

Todos los quirófanos están ocupados. Junto a Mirlande, otros pacientes luchan por su vida. Los equipos médicos continúan trabajando a pesar del agotamiento, la resignación y el horror.

Mirlande tiene suerte: sobrevivirá.

Finalmente, la trasladan de la unidad de cuidados intensivos a la habitación, pero el miedo a no poder volver a caminar, o la preocupación de volver a un hogar que ya no le parece seguro, sigue atormentándola durante toda su estancia en el hospital. Después de días de lágrimas, vuelve a poner los pies en el suelo, tímidamente da sus primeros pasos y nos regala su primera sonrisa.

Levanta la vista, confundida y un poco sorprendida, y busca la cálida mirada de su padre mientras camina lentamente por el pasillo.

Mientras la observo, no puedo evitar preguntarme qué habría pasado si nuestro hospital no hubiera estado aquí. ¿Dónde habrían llevado a Mirlande? Tabarre es el único centro de la zona que puede ofrecer el nivel de atención que Mirlande necesitaba. Y en un lugar tan asolado por la violencia como Puerto Príncipe, un hospital puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.

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