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Isabel II: 70 años. Carlos, el heredero I

En este texto, Leonardo Kourchenko refiere que el Príncipe de Gales representa la continuidad de la dinastía, al garantizar la línea sucesoria con descendencia.

La historia de Carlos, Príncipe de Gales, atraviesa diferentes etapas de su vida, por el difícil rol del heredero al trono o “Rey en espera”, tras un extenso, prolífico y en varios sentidos, transformador estilo de la familia reinante.

Carlos nació en 1948, apenas un año después del matrimonio de la joven Princesa Isabel, y el muy apuesto y cautivador Príncipe de origen griego, Felipe. El novio y cadete naval, era príncipe de origen porque fue hijo del Rey de Grecia, pero renunció a todos sus títulos y potenciales aspiraciones, para casarse con Isabel. Para la boda y el enlace con Isabel, su Majestad el Rey Jorge VI le concedió el título de Duque de Edinburgo, una costumbre de los monarcas ingleses cuando miembros de la familia real contraen matrimonio. La Reina Isabel II lo hizo con sus nietos (Guillermo y Enrique) y en su momento, con su tercer hijo, el hoy caído en desgracia Príncipe Andrés, Duque de York.

Carlos representa la continuidad de la dinastía, al garantizar la línea sucesoria con descendencia, por ello su función reviste una serie de funciones y obligaciones para con la corona.

Muy poco tiempo después de su nacimiento, nacería su hermana Ana (1951), la pequeña pareja infantil de pequeños príncipes que acompañó a su madre cuando asumió las graves responsabilidades del trono y convertirse en Monarca reinante, Reina del Reino de la Gran Bretaña, Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte, además por supuesto, lcabeza de Estado de muchas naciones integrantes de la Comunidad Británica de naciones.

Carlos fue un niño sensible más inclinado a las artes y las letras, la historia, la arquitectura que a las obligadas carreras militares que marcan la tradición de la familia real. De todas formas sirvió en la Real Fuerza Aérea e hizo diferentes servicios en el ejército y la Armada.

La relación con su padre, siempre significó un punto de desencuentro.

Felipe es un marino de corazón, amante de los mares y la dura vida del servicio abordo, Carlos es un hombre más inclinado al pensamiento y del desarrollo intelectual.

Su Majestad la Reina otorgó a su esposo la potestad absoluta sobre la educación de sus hijos, así es que el recio Príncipe Consorte eligió la misma escuela a la que él mismo asistió de joven: Gordonstoun, en Escocia, que sostenía y promovía con orgullo a finales de los años 50, los viejos preceptos de los internados ingleses: rigor, disciplina, agua helada, mucho ejercicio, deportes, el fortalecimiento pleno de los valores que para la cultura inglesa tradicional, representaban la virilidad y la formación de un espíritu firme y disciplinado.

Para Carlos fue una pesadilla, porque su disposición atlética, su entusiasmo por el ejercicio a esa edad era más que lejano.

En su biografía de 70 años (2018) reconoce que aunque sufrió profundamente el rigor de Gordonstoun, donde además fue incapaz de trabar relaciones de amistad con sus compañeros. Le resultaba más sencillo relacionarse con adultos, con sus maestros con quienes conservó largas amistades durante su vida, que con sus compañeros.

Con todo, hasta el día de hoy conserva el hábito fortalecedor de ánimo y espíritu, de iniciar el día con una ducha de agua helada. Nada más contundente para templar el carácter, decía su padre.

Felipe se sentía mucho más identificado con Ana, la Princesa Real, título reservado únicamente para la primera hija de un monarca. Para ella las competencias ecuestres, el ejercicio al aire libre, el espíritu independiente y desenfadado, la mantenían en estrecho contacto y complicidad con su padre. Carlos por el contrario, tenía un temperamento más introvertido, tímido, inseguro por momentos, que costó mucho esfuerzo y no poco sufrimiento desarrollar.

Su figura paterna proviene tal vez, en sus propias palabras, de su tío abuelo Louis Mountbatten, el siempre presente Tío Dickie, responsable del enlace y compromiso matrimonial de Isabel y Felipe.

Mountbatten fue una figura paterna mucho más conciliadora, fraternal, incluso cariñosa para Carlos, ayudándolo a entender su rol como futuro monarca, procesar la continua ausencia de su madre por el cumplimiento de sus obligaciones y tareas. Es multicitada la historia, relatada por varios biógrafos, de que fue Dickie quien recomendó a Carlos a principios de sus 20 años, tener cuantas novias, amoríos y amantes como le fuera posible, puesto que después, sus obligaciones y responsabilidades limitarían las escapadas y los placeres.

Carlos salió con varias mujeres, tuvo citas diversas, intentaron emparentarlo con algunas princesas europeas, sin nada que captara su atención y compromiso.

Existe por ahí una curiosa anécdota en la que fue enviado a Mónaco, para ver si sentía alguna atracción o interés por Carolina, hija del Príncipe Rainiero y de la inolvidable Princesa Grace. Años después Carolina reveló en una infidencia a un tabloide francés, que Carlos de Inglaterra le había parecido aburrido y desagradable.

En 1969 en una espectacular ceremonia de coronación en el Castillo de Caernarfon, Carlos fue investido como Príncipe de Gales, título reservado únicamente al heredero al trono, hijo varón primogénito del monarca. Ahí empieza la carrera pública de Carlos, aprende, con temor y timidez, a relacionarse con el público quien se vuelca en una estrepitosa acogida por el joven príncipe que un día sería Rey.

A finales de sus 20′s, es cuando conoce a la mujer de su vida, su amor de más de 5 décadas y su compañera hoy en día, Camila Shynd quien por ese entonces era soltera.

Carlos es enviado a una gira mundial a bordo de diferentes navíos en representación de la Reina, por múltiples naciones de la Commnwealth. A su regreso, Camila se había casado con el Mayor Parker-Bowles (1973) quien años después, llegaría a ser ayuda de campo de su Majestad la Reina.

Esto no fue un obstáculo para que Camila y Carlos continuaran un romance ininterrumpido por casi 50 años.

Sin embargo el Príncipe de Gales ya había pasado de los 30 años, debía -en opinión de sus padres- “sentar cabeza”, casarse y producir herederos al trono, como era su función. Ahí descubre a la joven, atractiva, tímida y muy insegura Lady Diana Spencer, su vecina en la casa de campo de Sandringham, y hermana menor de Sarah, otra pretendiente con la que Carlos había tenido varias citas sin resultado significativo.

Sin un romance prolongado, ni siquiera auténtico, Carlos presentó a Diana con sus padres en el Castillo de Balmoral, en Escocia y la sometió a la aprobación familiar.

A sus radiantes 19 años, la joven aristócrata hija del Conde Carlos Spencer, divorciado de su madre, Diana era tímida, cautivadora, sencilla, increíblemente fresca y natural. Algo que atrapó la atención del Príncipe Carlos y de su padre, quien impulsó decididamente el compromiso.

Para su Majestad la Reina, Diana, aunque simpática y alegre, le parecía inmadura para convertirse en Princesa de Gales.

Carlos se casó con Diana (1980) para satisfacer a su familia, para cumplir con su obligación de asegurar la continuidad de la dinastía, y dar el siguiente paso como heredero al trono.

Para él, nunca hubo auténtico amor, ni siquiera, enamoramiento. En la ceremonia de compromiso, cuando le entrega el famoso anillo de zafiro que hoy porta su nuera Catalina, Duquesa de Cambridge, un periodista les pregunta a la joven pareja si están “por supuesto enamorados….”, a lo que Diana dice enfáticamente “por supuesto”. Carlos, en su habitual estilo dubitativo declara “lo que sea que el amor signifique”.

Diana por su cuenta, joven, inmadura, con una pobre educación académica, sin mundo ni verdadera experiencia de vida, construyó la historia de “su príncipe azul”, perdidamente enamorado que llegaba a su rescate en el blanco corcel. Nada más lejano de la realidad.

Carlos cumplía una obligación, con la mejor candidata disponible; Diana se formaba a sí misma un cuento de hadas que, muy pronto, se estrelló estrepitosamente.

Para ambos fue una década terrible la de los años 80. Salvo por el nacimiento de sus hijos, Guillermo (1981) y Enrique (1984), Diana enfrentó desórdenes alimenticios, adicción a los tranquilizantes, bulimia, crisis nerviosa, depresión y múltiples escenas de celos que a los ojos de Carlos, eran fuente constante de enojo, malestar e incomprensión.

Carlos no entendía porqué su mujer no se adaptaba al privilegiado rol que la historia le había conferido. Diana deseaba ser amada por su esposo, y estaba dispuesta a soportar la responsabilidad y la intromisión de los medios en su vida, a cambio de la entrega de su marido. Ambos estaban en puntos diametralmente opuestos.

Fue un desastre que afectó a la familia, lastimó la relación de los niños con la princesa, y de la propia estabilidad emocional de Diana, Princesa de Gales.

Su separación fue anunciada por Palacio en 1994, como una ruta para buscar una futura reconciliación. Para 1996 estaban formalmente divorciados y mucho agua había corrido debajo del río, esencialmente la explosiva entrevista de Diana ante la televisión en 1995, en la que declaró al mundo entero “fuimos tres en este matrimonio desde el principio”.

La popularidad de Carlos se derrumbó ante el público después de la entrevista televisiva, y su Majestad no le quedó más remedio que aceptar el divorcio entre ambos.

A Carlos le tomó años reconstruir su imagen pública. Diana falleció en el trágico accidente del Puente de las Almas en París (31 agosto 1997) y el impacto mediático que provocó para la familia fue enorme.

Tal vez hasta ese momento, lograron comprender que Diana representó para ellos, más allá de una nuera joven que carecía de la preparación para asumir el peso y la carga que implica la familia real y sus responsabilidades, una extraordinaria oportunidad de renovación. Diana era fresca, desenfadada, natural, muy cercana a la gente que la adoraba como estrella rutilante de la monarquía.

Los Windsor, con toda su rigidez emocional, su incapacidad de procesar emociones y sentimientos comunes de la gente normal, desaprovecharon el carisma, la energía y simpatía que Diana aportó a familia por 15 años.

Carlos tuvo que trabajar mucho los siguientes años, esforzarse por proyectar una personalidad de padre cercano y protector de sus hijos -que realmente fue- al tiempo de impulsar una nueva figura como Príncipe de Gales. (continuará……)

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