After Office

¿Belleza brasileña?

En Río de Janeiro, Ivo Pitanguy revolucionó la cirugía plástica, hoy utilizada por muchos de sus habitantes, en busca del cuerpo perfecto. La playa es el punto de reunión para lucirlos. Los brasileños están obsesionados con mejorar su físico.

Los rayos de sol bañan sus cuerpos perfectos y casi desnudos. La playa es el punto de reunión para lucirlos. En los alrededores se multiplican espacios para ejercitarse, establecimientos de comida baja en grasa y tiendas de suplementos alimenticios. Esa es una estampa cotidiana en Río de Janeiro, en donde sus habitantes hacen todo lo posible por alcanzar su ideal de belleza.

Los brasileños están obsesionados con mejorar su físico, aún en contra de su propia salud. Forman parte de quienes se practican más procedimientos quirúrgicos de belleza en el mundo, sólo detrás de Estados Unidos, que los supera en población y territorio. Es tierra fértil para la expansión de gimnasios, donde más se fabrican y más se consumen productos para adelgazar. Ha encabezado las listas a nivel mundial de padecimientos como la anorexia, y existe en el catálogo de cirugía plástica una intervención especial con su nombre, que levanta los glúteos: Brazilian butt lift.

Para el profesor de la UNAM y del Centro Cultural de Brasil en México, Romildo Targino Moreira, la fascinación por la perfección tiene una razón histórica que se fundamenta en la competencia de razas. Con la llegada de la familia real portuguesa en 1808 se desencadenó una ola migrante que no ha parado.

"Llegaron indígenas, portugueses (país con mayor cantidad de personas de descendentes de africanos), italianos, alemanes, japoneses, polacos, ucranianos y griegos. Históricamente es el resultado de la mezcla de razas y valores estéticos", comenta Targino, quien también resalta que hay un chiste local que subraya que en Brasil hay más libaneses que en su propio país. Otro hecho a resaltar es el de la Escola do Teatro Bolshoi, la única en el mundo fuera de la nación gobernada por Vladimir Putin.

La búsqueda de la perfección se enfatizó con la llegada del consumismo y el refuerzo de los cánones de belleza mostrados a través del cine y la TV. Además del clima, que hace necesario usar poca ropa, y la existencia de una celebración tan fastuosa, divertida y atrevida como el Carnaval de Río de Janeiro, se suma el surgimiento de un hombre clave, Ivo Pitanguy, aclamado como el padre de la cirugía plástica en Brasil.

"En los años 60, él inició con las cirugías, que hoy en día son parte importante de ese culto al cuerpo, casi como una tarjeta de presentación", añade el profesor y también arquitecto.

Pitanguy se graduó de la Universidad de Río y se fue a Estados Unidos, al tiempo que se nutrió de técnicas usadas en Francia, Inglaterra y Alemania, para después volver a su país a fundar su propia clínica en Río y formar cirujanos plásticos.

Hoy tiene 93 años y es una leyenda viviente. Entre sus revolucionarias creaciones resaltan técnicas como abrir el pezón para colocar las prótesis mamarias disminuyendo las cicatrices, y la perfección del lipofilling, que consiste en utilizar tejido graso de alguna parte del cuerpo para rellenar arrugas del rostro.

Brasil se ha consolidado como un destino de turismo médico. De acuerdo con datos de la Sociedad Brasileña de Cirugía Plástica, tiene cerca de 5 mil 500 cirujanos dedicados a la especialidad, además de un catálogo de intervenciones y tratamientos innovadores, que para europeos y norteamericanos resultan atractivos. Por ejemplo, en el país sudamericano una cirugía de aumento de senos puede llegar a costar entre 17 y 19 mil reales (109 mil pesos); en España se cotiza entre 4 mil y 7 mil euros (133 mil pesos), mientras que en Estados Unidos la inversión se calcula entre 3 mil y 7 mil 500 dólares (142 mil 500 pesos).

Pero no todos pueden pagar esos precios. De acuerdo a una investigación que dio a conocer a inicios de julio de este año el canal venezolano RT, diariamente llegan a Guayana, Caracas o Margarita (provincias venezolanas) mujeres brasileñas interesadas en operarse. Ellas pagan por una cirugía la mitad de lo que cobran en su país, pero entre las vicisitudes que tienen que pasar está el arriesgarse a llevar ilegalmente el dinero, que por el tipo cambiario cabe en alrededor de ocho backpacks regulares. El mayor riesgo es llegar hasta el quirófano y sortear tanto a las autoridades como a la delincuencia.

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