Salud

¿Por qué el COVID largo causa dolor duradero?

La infección deja una estructura transmisora del dolor la cual permanece incluso tras la eliminación del virus.

Un número significativo de personas que padecen COVID persistente experimentan anormalidades sensoriales, incluyendo varias formas de dolor. (Shutterstock)

El COVID persistente puede causar varias formas de dolor a largo plazo, la explicación, según un estudio, es que la infección deja en una estructura transmisora del dolor una firma de expresión génica asociada con este y que permanece incluso después de la eliminación del virus.

Un estudio realizado con ratones, que se ha presentado en el congreso Experimental Biology celebrado en Filadelfia, Estados Unidos, agrega que esa firma de expresión génica coincide con los patrones observados en el dolor causado por otras enfermedades.

Un número significativo de personas que padecen COVID persistente experimentan anormalidades sensoriales, incluyendo varias formas de dolor”, señaló Randal Serafini de la Escuela de Medicina Icahn en el hospital Mount Sinai de Nueva York.

El equipo usó la secuenciación del ARN para obtener una instantánea de los cambios bioquímicos que el SARS-CoV-2 desencadena en los ganglios de la raíz dorsal, que es una estructura transmisora del dolor.

Este hallazgo, según Serafini podría “dar lugar a nuevas terapias para los pacientes con COVID-19 y COVID persistente, así como otros tipos de dolor.

El estudio también muestra -agregó- que el SARS-CoV-2 causa efectos a largo plazo en el cuerpo “de formas drásticamente nuevas, lo que subraya, aún más, por qué la gente debe tratar de evitar infectarse”.

Los experimentos incluyeron un modelo de hámster de infección intranasal por COVID-19, que refleja fielmente los síntomas experimentados por las personas.

Los investigadores observaron que los hámsters mostraban una ligera hipersensibilidad al tacto al principio de la infección, que se agravaba con el tiempo, hasta los 30 días.

A continuación, realizaron experimentos similares con la gripe A para determinar si otros virus de ARN promueven respuestas similares.

En contraste con el SARS-CoV-2, la gripe A causó una hipersensibilidad temprana que fue más severa, pero que desapareció a los cuatro días posinfección.

El análisis de los patrones de expresión génica en los ganglios de la raíz dorsal reveló que el coronavirus causó un cambio más prominente en los niveles de expresión de los genes implicados en los procesos de señalización específicos de las neuronas en comparación con la gripe.

Otros experimentos demostraron que, cuatro semanas después de recuperarse de la infección vírica, los hámsters infectados por la gripe no presentaban signos de hipersensibilidad a largo plazo, mientras los de SARS-Cov-2 mostraban una hipersensibilidad agravada, que reflejaba un dolor crónico.

Los hámsters que se habían recuperado de COVID-19 presentaban firmas de expresión génica similares a las observadas en los ganglios de la raíz dorsal de ratones afectados por el dolor inducido por la inflamación o la lesión nerviosa.

Para profundizar en la maquinaria molecular asociada a la alteración de la sensibilidad en los hámsters infectados por SARS-CoV-2, los investigadores aplicaron análisis bioinformáticos a los datos de expresión génica que habían obtenido.

El análisis predijo que el SARS-CoV-2 regula a la baja la actividad de varios reguladores del dolor previamente identificados y de una proteína denominada factor de unión al potenciador de la interleucina 3 (ILF3).

Esta regulación a la baja se produce en momentos en los que los comportamientos de dolor en los hámsters infectados por el SARS-CoV-2 eran muy leves, a pesar de la fuerte inflamación sistémica. En cambio, la hipersensibilidad inducida por la gripe A era grave en esos momentos.

La ILF3 aún no se ha estudiado en el contexto del dolor, pero es un potente regulador del cáncer, señalan los investigadores, que plantearon la hipótesis de que imitar los efectos agudos de la ILF3 podría servir como una nueva estrategia de tratamiento del dolor.

Para comprobar esta predicción, administraron un fármaco anticanceroso clínicamente probado que inhibe la actividad de la ILF3 y comprobaron que, efectivamente, era “muy eficaz” para tratar el dolor en un modelo de ratón de inflamación localizada”

“Creemos que los candidatos terapéuticos derivados de nuestros datos de expresión génica, como los inhibidores de ILF3, podrían dirigirse a los mecanismos del dolor que son específicos de los pacientes tanto con covid-19 como persistente”, dijo Serafini.


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