Sólo era cuestión de tiempo. Incertidumbre internacional, amenazas constantes de modificar los términos de comercio internacional, volatilidad del tipo de cambio, incremento en las tasas de interés internacionales (particularmente la tasa de los bonos del tesoro de EUA por parte de la Reserva Federal) y su consecuente ajuste local en las tasas de interés de referencia por parte del Banco de México. Todo lo anterior forman lo elementos de la tormenta perfecta, y a pesar de las medidas preventivas por parte de las autoridades financieras comandadas por Agustín Carstens, la inflación registró un repunte con golpe de autoridad para mostrarse allí, en donde a todos los ciudadanos nos afecta: el poder adquisitivo de nuestro ingreso.
El pasado miércoles, el INEGI reportó que el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) reportó un crecimiento de 6.44 por ciento en su tasa anual a julio, el más alto registrado desde diciembre de 2008, superando las expectativas de especialistas (situadas en 6.73 por ciento), y rebasando los objetivos inflacionarios de Banco de México de 3 por ciento más (menos) 1 por ciento.
La inflación, ese crecimiento sostenido en el nivel de precios, es un tema que me apasionó desde mis primeros cursos de economía con el Prof. Ernesto Bolaños, quién en una de sus clases se refirió a ella como un peligroso perro doberman dormido, a quien debemos contemplar con cuidado y a la distancia, ya que de despertarlo abrupta o violentamente, seríamos víctimas de su furia, y difícilmente volvería a su pacífico estado inicial, no durante mucho tiempo.
El fenómeno inflacionario es una de las variables económicas con mayor cantidad de estudios destinados a su análisis. Las causas de este fenómeno puede analizarse desde una perspectiva puramente monetaria (a través del rol de la oferta y la velocidad del dinero), el enfoque macroeconómico estructural (estudiando el crecimiento de los costos de producción o los incremento en demanda agregada), o analizando sus componentes temporales en términos de equilibrios en las tasas de interés de largo plazo, dando un papel especial a las expectativas sobre esta variable.
En cualquier caso, el análisis de los determinantes de la inflación resulta tan importante como el estudio de los efectos en bienestar que tiene esta variable sobre la población resumidos en el "impuesto inflacionario". Este gravamen es derivado indirectamente a través de la pérdida en el poder adquisitivo del dinero en manos de las personas, y es una tributación a la cual nadie escapa, y sólo quienes tienen acceso a medios financieros pueden protegerse. Entre más alto es el porcentaje de ingreso que una familia destina a poseer dinero en forma líquida, mayor deterioro presenta su poder adquisitivo ante la inflación.
Así, no obstante la ampliación en el acceso al sistema financiero y medios de inversión, son las familias de menores estratos de riqueza quienes destinan una mayor proporción de su ingreso a dinero en su forma más líquida, haciendo de éste grupo el más vulnerable al impuesto inflacionario. En otras palabras, la inflación es un "impuesto regresivo" que afecta a todos los ciudadanos, pero su capacidad de mermar poder adquisitivo es percibida en mayor medida por los grupos de menor ingreso.
El fantasma de la "Curva de Phillips", aquella relación estadística que dictaba una correlación negativa entre desempleo e inflación y que ha sido refutada en el largo plazo en parte por las contribuciones sobre expectativas racionales de Robert Lucas (Premio Nobel, 1995), representa siempre una tentación para usar la expansión monetaria como "herramienta de política" con la finalidad de crear empleos.
Sin embargo, la regresividad de la inflación y la fragilidad de los empleos de corto plazo que se podrían crear por este medio, sumados a los enormes costos de largo plazo que el incremento de la inflación podría tener por sus componentes de persistencia y de expectativas, demuestran la importancia de mantener la autonomía del Banco de México, alejado de objetivos políticos o partidistas.
Por lo pronto, la SHCP el jueves 10 de agosto ya anunció que el presupuesto del año 2018 será austero, con lo cual las autoridades buscan controlar ese temerario doberman que son las expectativas inflacionarias del próximo año para nuestro país.
El autor es Doctor en Economía por la Universidad de Chicago. Es Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL y miembro del SNI-CONACYT Nivel 1.
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