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Era de alta inflación mundial: ¿Por qué las viejas herramientas de política monetaria no funcionarán?

Las medidas convencionales para evitar una posible recesión en el mundo amenazan con aumentar la inflación.

Cuando las economías se estancan, como amenazan con hacerlo en casi todo el mundo, los gobiernos suelen inyectar algún apoyo fiscal para revertir las cosas. Esta vez va a ser complicado.

La pandemia ha dejado a los gobiernos del mundo desarrollado con mayores déficits y deudas. Pero hay un problema más apremiante: la alta inflación. Muchos economistas consideran que el gasto a raíz del coronavirus contribuyó a la inflación. Y con las cadenas de suministro aún trastocadas, la medida convencional para combatir la recesión, es decir, el estímulo que pone más dinero en los bolsillos de los consumidores, corre el riesgo de aumentar las ya intensas presiones sobre los precios.

Ese es el telón de fondo de las luchas presupuestarias en muchos países, que ya han provocado una baja de alto perfil en Italia. El Gobierno de Mario Draghi colapsó el 21 de julio después de que sus aliados de la coalición le retiraron el apoyo, diciendo que el paquete de ayuda propuesto para hogares y empresas que pasan apuros para pagar el recibo de la luz no era lo suficientemente grande.

En Reino Unido, la contienda para suceder a Boris Johnson como Primer Ministro está dominada por una discusión sobre política fiscal, donde una candidata promete recortes impositivos inmediatos y el otro ofrece una pequeña ayuda muy focalizada advirtiendo que algo más grande solo socavaría la misión del Banco de Inglaterra de combatir la inflación.

El riesgo de que los presupuestos y los bancos centrales presionen en direcciones opuestas no se limita a Gran Bretaña, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). En países que sufren alta inflación, “la política fiscal puede hacer cosas específicas para apoyar a los hogares vulnerables, pero debe hacerlo de una manera que no sea expansiva en su conjunto”, dice el economista jefe del FMI, Pierre Olivier Gourinchas.

Muchos países en desarrollo no tienen esa opción de todos modos. Además de la pandemia, el aumento de los precios de los alimentos, de la energía y de los costos del servicio ha obligado a muchos a buscar ayuda del FMI.


La austeridad, una receta estándar para controlar la inflación, recibe el respaldo de economistas e inversores, pero no es popular entre la gente a la que se le impone.

Además, los bancos centrales en muchos países pueden señalar a la inflación que proviene de fuera de sus fronteras y no tanto de la desbocada demanda doméstica. Eso podría dejar espacio para estimular las economías sin aumentar las presiones sobre los precios.

Incluso en Estados Unidos, donde el estímulo pandémico fue mayor y el auge del consumo más fuerte, el Congreso probablemente tome medidas si la economía se deteriora lo suficiente, dice la execonomista de la Reserva Federal Claudia Sahm.

“Creo que esto todavía se mantiene: la idea de que, en una recesión, el Congreso hará algo, la gente esperará que actúe”, expresó.

Por ahora, las recesiones son solo un riesgo en la mayor parte del mundo, mientras que la inflación es una realidad. Al igual que los banqueros centrales, los políticos a cargo de los presupuestos tienen que tener en cuenta ambas.

Italia pide más subsidios para enfrentar inflación

Los llamados a ampliar el gasto público para aliviar el dolor de la crisis energética dominarán la campaña para las elecciones de septiembre.

Draghi dijo que había espacio para gastar sin ampliar el déficit presupuestario de Italia, gracias a la ayuda de la Unión Europea y a una recaudación fiscal que superó lo esperado. Respaldó los subsidios para los recibos de la luz y un salario mínimo más alto, arguyendo que no desencadenarían más inflación.

Algunos de sus aliados querían más. En un debate celebrado antes de la dimisión de Draghi, Matteo Salvini pidió “50 mil millones de euros en los bolsillos italianos” para finales de año.

El partido de Salvini, la Liga, es parte de un bloque de derecha que podría ganar la mayoría de los escaños en el Parlamento. Sin embargo, es poco probable que algún gobierno italiano tenga la libertad de gastar en la escala que Silvani ha pedido.

Reino Unido busca reducir impuestos para enfrentar inflación

El estira y afloja entre apoyar el crecimiento y frenar la inflación han estado en el centro de la disputa por el liderazgo del Partido Conservador para elegir al próximo Primer Ministro británico.

El exministro de Hacienda Rishi Sunak se enfrenta a la Ministra de Exteriores Liz Truss. Para estimular el crecimiento, Truss quiere reducir inmediatamente los impuestos sobre la nómina y descartar un aumento programado del impuesto corporativo.

Sunak ha prometido impuestos más bajos, pero solo “una vez que hayamos controlado la inflación”. La única excepción es su plan de suspender temporalmente el impuesto al valor agregado en las facturas de combustible doméstico si el recibo de la luz anual promedio de los hogares supera las 3 mil libras (3 mil 614 dólares), como se esperaba para octubre. Hacerlo costaría alrededor de 3 mil 500 millones de libras, pero ayudaría a amortiguar ligeramente la inflación, ya que reduciría los precios.

Con una inflación por encima del 9 por ciento, muchos economistas creen que será difícil evitar una recesión en Reino Unido. “El Tesoro necesita pensar muy detenidamente sobre la austeridad”, dice David Owen de Saltmarsh Economics.

El gobierno ya ha entregado 37 mil millones de libras en apoyos para los hogares, incluidos 15 mil millones de libras en mayo para familias de bajos ingresos. Eso solo agregó 0.1 puntos porcentuales a la inflación, estima el Banco de Inglaterra.

Gobierno de EU dividido ante medidas contra la inflación

La Reserva Federal echa mano de grandes aumentos en las tasas para luchar contra la inflación, ubicada en un máximo de cuatro décadas. Muchos legisladores y economistas argumentan que el culpable es el estímulo pandémico, por lo que hay pocas ganas de soltar más dinero, incluso si se produce una recesión.

La economía no está emitiendo señales de alarma que requieran una acción antes de las elecciones intermedias de noviembre, cuando los demócratas deberán defender su escueta mayoría en el Congreso.

El presidente Joe Biden no ha podido lograr que el Congreso apruebe muchos de sus programas de gastos a largo plazo.

Los demócratas de voto decisivo, como el senador Joe Manchin de Virginia Occidental, argumentaron que empeorarían la inflación, aunque Manchin acordó a fines de julio respaldar una versión más modesta del plan de Biden que incluye más aumentos de impuestos que nuevos gastos.

Y será aún más difícil reunir suficientes votos para una política que Reino Unido y muchos otros países europeos han adoptado: subsidios a los hogares que bregan con altísimas facturas de combustible y electricidad, financiados con impuestos sobre las ganancias de las empresas del mismo sector.

Brasil aumenta gasto público ante subida de precios

El país sudamericano gastó más dinero en el primer año de la pandemia que casi cualquier otra economía emergente, pero el Gobierno derechista del presidente Jair Bolsonaro aseguró a los inversores que esa política no se repetiría. Una vez que todo volviera a la normalidad, Brasil volvería a una regla fiscal que prohíbe aumentos del gasto público por encima de la inflación.

Pero ahora, Bolsonaro, que busca la reelección en octubre, está ignorando el límite presupuestario por tercer año consecutivo, con programas por valor de más de 40 mil millones de reales (7 mil 500 millones de dólares) para ayudar a los brasileños que sufren el aumento de los precios de los alimentos y el combustible. El presidente ha prometido extender las medidas hasta 2023 si es reelegido.

Las finanzas públicas de Brasil sugieren que hay margen para gastar.

Después de dispararse en 2020, la deuda nacional está disminuyendo nuevamente. Y eliminar el tope de gastos no es un tema electoral explosivo, es una de las pocas cosas en las que Bolsonaro y su principal rival, el expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva, están de acuerdo.

Con la colaboración de Ana Monteiro.

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