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La campaña de China para erradicar el Covid está destrozando su economía

En medio de los confinamientos, el aumento de casos encabeza la agenda gubernamental en vísperas del congreso del Partido.

El repunte de contagios y una caída del sector inmobiliario están obligando a Xi Jinping a repensar sus planes para estimular la economía de China al tiempo que enfrenta una presión cada vez mayor para revertir las políticas del año pasado.

La variante ómicron del coronavirus traspasó los controles fronterizos de China y está causando los brotes más grandes desde Wuhan en 2020. Aproximadamente una cuarta parte de la població china vive en ciudades que ahora están bajo algún tipo de confinamiento; de hecho, la mayoría de los 25 millones de residentes de Shanghái llevan confinados en sus hogares más de un mes.

Los indicadores de alta frecuencia, como los flujos de camiones de ciudad a ciudad, sugieren que la economía se está contrayendo y que los habitantes de varias ciudades pasan apuros para encontrar alimentos e incluso mueren por falta de medicamentos.

Las perspectivas económicas van de malas a muy malas. En los escenarios más optimistas, el ritmo de nuevos brotes se ralentiza a medida que las ciudades instituyen medidas de confinamiento tempranas y breves. En el peor de los escenarios, China podría enfrentar varios Shanghái cada mes durante el segundo y tercer trimestre, lo que aumentaría el riesgo de una recesión, algo que la nación no ha visto en la era moderna.

Con los cierres de carreteras para evitar los contagios, la actividad en los puertos chinos se ha desplomado, aumentando la presión sobre las cadenas de suministro mundiales. Los mercados financieros y cambiarios van a la baja y la demanda de importaciones de petróleo y otras materias primas se está desplomando. El sufrimiento humano ha suscitado dudas sobre la capacidad de gobierno del Partido Comunista Chino.

“Hay muchas decisiones insatisfactorias del Partido”, dice Ada Yuan, trabajadora financiera en Shanghái. “Esta es una gran lección para todos nosotros después de que el país disfrutó de un entorno seguro y estable sin COVID-19″.

Vaya diferencia con la fase inicial de la pandemia, cuando la exitosa estrategia “cero COVID” (que combina estrictos controles fronterizos, pruebas masivas y cuarentena de cualquier persona infectada) la convirtió en la única economía importante que evitó una contracción profunda. La inversión extranjera continuó, y Xi y el resto del politburó del Partido anunciaron que la rápida recuperación había abierto una “ventana estratégica” para reconfigurar la segunda economía más grande del mundo.

En una serie de medidas regulatorias, Beijing redujo el poder de las compañías de Internet más grandes de China, eliminó la industria de la tutoría educativa con fines de lucro y puso bajo la lupa a los sitios de streaming y las plataformas de entrega.

Luego vino una campaña ambiciosa para frenar el crecimiento de la deuda, especialmente en el sector inmobiliario, que representa alrededor del 20 por ciento de la economía china. Dichas políticas enviaron una clara señal de que la visión del partido de “prosperidad común” (mayor igualdad, seguridad nacional, estabilidad financiera y autosuficiencia tecnológica) prevalecería sobre las demandas de las grandes empresas y los inversionistas adinerados.

El crecimiento mismo perdió relevancia: Xi firmó una resolución histórica del Partido en noviembre de 2021, declarando que el producto interno bruto ya no era el “único criterio” del desarrollo. Las tensiones de este enfoque se hicieron evidentes menos de dos meses después, cuando la economía se vio impactada por una gran caída del sector inmobiliario. Xi y el politburó declararon entonces que la principal tarea ahora era la “estabilización” económica, y el crecimiento del crédito comenzó a acelerarse. Las ciudades comenzaron a relajar las restricciones para la adquisición de vivienda.

La Asamblea Popular Nacional de China, que se reúne cada marzo, fue aún más lejos. No contenta con estabilizar la economía, estableció un agresivo objetivo de crecimiento del PIB de “alrededor del 5.5 por ciento” para 2022. La prosperidad común solo se mencionó una vez en el Informe de Trabajo del Gobierno, un documento que plantea una amplia gama de políticas económicas y de desarrollo que el país debe implementar el próximo año.

¿Qué fue lo que motivó este cambio? Posiblemente razones políticas; en el congreso quinquenal del Partido el próximo otoño, se espera que Xi asegure un tercer mandato como líder del Partido, desafiando el precedente reciente. Eso significa que el crecimiento económico y la creación de empleo, los medios tradicionales para garantizar la estabilidad social, vuelven a ser prioridad en la agenda, y altos funcionarios en toda China que también contienden por ascensos verán calificado su desempeño con estas métricas.

“Beijing parece haberse dado cuenta de que se extralimitó en muchas cosas, incluidas las plataformas tecnológicas y el sector inmobiliario, y ahora está corrigiendo el rumbo”, opina Tianlei Huang, economista del Peterson Institute for International Economics. “La política económica es, de hecho, más improvisada este año”. Mientras la tinta del Informe de Trabajo se secaba, la infecciosa variante ómicron alcanzaba a docenas de ciudades chinas. Ya había arrasado Hong Kong en febrero, matando a miles. Pero las autoridades estaban distraídas con la invasión de Ucrania: las duras sanciones sin precedentes contra Rusia, combinadas con los estrechos vínculos de Beijing con Moscú, hicieron que los gestores de dinero se preguntaran si China ya no era un buen lugar para invertir.

Las acciones chinas que cotizan en Hong Kong registraron su mayor caída desde la crisis de 2008. El zar de la economía, Liu He, convocó a los principales reguladores financieros de China a una reunión el 16 de marzo. En un cambio radical con respecto al año anterior, declaró que debían “implementar activamente políticas que beneficien a los mercados”. En Shenzhen, se ordenó el confinamiento tras los casos diarios aumentaran a docenas, y el brote se suprimió en una semana. En Shanghái, la metrópolis más grande del país, inicialmente se minimizó la probabilidad de un encierro. De modo que cuando más tarde se decretó uno, a muchos residentes los sorprendió sin reservas de alimentos o medicinas. Al igual que en Hong Kong, la falta de planificación y la mala ejecución desembocaron en desastres.

Cuando la actividad en las ciudades confinadas se paralizó casi por completo, el gobierno dirigió la ayuda a las empresas, no a los hogares. Los trabajadores de la economía informal, privados de ingresos, subsistían con la caridad de los voluntarios locales. Xi se mantuvo al margen del desastre en Shanghái, evitando la ciudad mientras reafirmaba su compromiso para combatir el Covid. En el marco de una celebración en honor a atletas olímpicos a principios de abril, declaró: “Algunos atletas extranjeros decían que si hubiera una medalla de oro por la respuesta a la epidemia, debería ganarla China”.

Aunque el desastroso confinamiento de Shanghái. ha mermado la confianza en la estrategia gubernamental “cero COVID”, Xi y el resto de los principales líderes de China no están en la cuerda floja. Los cuadros comunistas locales reciben muy poca orientación sobre cómo ejecutar los objetivos y las políticas que dicta el gobierno, y cargan con gran parte de la culpa cuando las cosas van mal. Pero no se confundan: juzgada exclusivamente en términos de salud, la estrategia “cero COVID” de China ha sido un éxito. No solo ha reducido drásticamente las muertes en comparación con las naciones occidentales, también ha permitido que el país concentre sus recursos sanitarios más limitados en una extensa campaña de vacunación. El 88 por ciento de la población ha recibido al menos dos dosis, una de las proporciones más altas del mundo. Y la mitad ha recibido refuerzos, en comparación con alrededor del 30 por ciento en Estados Unidos.

Sin embargo, los riesgos de abandonar rápidamente la política de “cero COVID” y bajar la guardia no deben subestimarse. Una ola de contagios provocaría un aumento en el ausentismo laboral y saturaría el sistema hospitalario chino, debido en parte a una tasa de vacunación más baja entre los adultos mayores. Zhong Nanshan, el zar anticovid, escribió en marzo que la política de erradicación “no se puede mantener a largo plazo”. Pero dijo que un cambio requeriría una mejor cobertura de vacunación, incluido el despliegue de vacunas ARNm (que aún no están disponibles en China) en combinación con vacunas que ya están en el mercado, y el uso de pruebas de anticuerpos en lugar de PCR.

Un problema para el gobierno es apuntalar una economía. China ha indicado que permitirá a los gobiernos acumular deuda fuera de balance para financiar el núcleo de su plan de estímulo, una lista de importantes proyectos de inversión por valor de 2.3 billones de dólares este año. “Los mercados se están preparando para más estímulos y posiblemente un cambio radical en el sector inmobiliario”, anota Jeremy Stevens, economista jefe para China de Standard Bank. Muchos economistas temen que el renovado enfoque en el crecimiento se produzca a expensas de los esfuerzos para hacer que la economía china sea más sostenible. “El objetivo del 5.5 por ciento es demasiado agresivo”, dice Chen Zhiwu, profesor de la Universidad de Hong Kong. “Pensando en el próximo congreso del Partido, es posible que aún intenten todas estas medidas para lograrlo, incluso a costa de estropear aún más la estructura económica”.

Yuen Yuen Ang, experta en política china de la Universidad de Míchigan, predice que, una vez que Xi asegure un tercer mandato, volverá a su agenda de prosperidad común, que busca purgar los excesos del capitalismo en China. El riesgo para los hogares chinos y los inversores tanto locales como extranjeros, es que la pausa actual requerirá medidas aún más draconianas para hacer que China vuelva al rumbo trazado por Xi.

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