Mitos y Mentadas

AMLO: ¿Por qué guarda silencio?

En repetidas ocasiones López Obrador ha hablado sobre sus valores humanistas. ¿Por qué no hay solidaridad con los deportados de Nicaragua?

El régimen de Nicaragua deportó a Estados Unidos, el jueves 9 de febrero, a 222 presos políticos, algunos de ellos en prisión desde 2018, otros desde hace 20 meses y cinco de ellos en prisión domiciliaria. Otros aún en cárceles en Nicaragua, incluyendo a un obispo católico que por negarse a ser desterrado fue condenado a 26 años de prisión y trasladado a una cárcel común. Estos tuvieron suerte, más de 300 no tuvieron esta suerte, porque han sido asesinados. Las autoridades tanto de EU como de Nicaragua dijeron que fue un acto unilateral del dictador nicaragüense, “que se lleven a sus mercenarios” dijo en cadena televisiva. De esto y más tuve oportunidad de conversar con uno de ellos, a dos días de su llegada a Washington, DC.

El mismo día que los desterraron les cancelaron su nacionalidad, inclusive se ordenó que se eliminaran sus actas de nacimiento de los registros públicos del país. Entre los desterrados hay adultos mayores, estudiantes y campesinos, todos ahora en condición de apátridas. De esto tengo experiencia personal, habiendo sido apátrida desde mi nacimiento hasta mis 31 años por ser hijo de sobrevivientes del holocausto.

A pocas horas de su arribo a EU el gobierno español les ofreció la nacionalidad. El gobierno de México guarda silencio. Esto es incoherente, AMLO en repetidas ocasiones ha hablado sobre sus valores humanistas y su defensa por los derechos humanos. ¿Por qué no hay la mínima expresión de solidaridad? Otra fue la historia con la salida del presidente Pedro Castillo de Perú, que en repetidas ocasiones denunció y ofreció asilo a toda su familia. ¿Será que aún después de múltiples reportes y denuncias de los crímenes de lesa humanidad del gobierno sandinista en Nicaragua y de los desterrados como prisioneros de conciencia, a López Obrador le queda duda?

Paradójicamente, mientras los presos aún procesan las torturas de las que fueron víctimas (y de las que hay pruebas) AMLO recibe en México, con grandes honores, a un funcionario de la dictadura cubana. Otro país con un sistema de partido único, con una larga historia de violaciones de derechos humanos, donde no hay medios de comunicación independientes, no hay partidos políticos, ni la más mínima disidencia. Organismos de derechos humanos denuncian más de mil presos políticos en Cuba, sobre todo después de las protestas por hambre y censura en diciembre pasado. A este señor, AMLO lo recibió, en nombre de todos los mexicanos, con una condecoración del Águila Azteca. Vaya valores humanistas.

El destierro de los presos políticos nicaragüenses, es el destierro más grande en la historia política de América Latina. AMLO y todo el resto de los miembros de su gabinete, callan. ¿A qué se debe ese silencio? ¿Qué pasa con el resto de políticos mexicanos que no se solidarizan ante una situación de represión y abuso tan escandaloso? Más de medio millón de nicaragüenses han migrado desde el año 2018. El incremento de la migración a Estados Unidos ha sido superior a 200 por ciento, muchos de ellos pasando por México. Hasta por razones prácticas, económicas y de seguridad es del interés de todos que la situación nicaragüense se resuelva. ¿Esperamos a que sean más de 6 millones de desplazados como en Venezuela para hablar? También sobre Venezuela, AMLO calla.

En noviembre del año pasado, cuando el presidente chileno de izquierda Gabriel Boric, ante el senado mexicano, abogó por los presos políticos nicaragüenses, AMLO guardó silencio. ¿Por el principio de no injerencia? ¿Y no es entonces injerencia opinar sobre cuáles deben o no ser las políticas migratorias de Estados Unidos? ¿Será esto un llamado acomodaticio a este principio para justificar su silencio? Todo lo anterior ya está generando ruido en ciertos sectores en Washington. Como decimos en México, ¡Aguas!

COLUMNAS ANTERIORES

Sorpresa electoral
Cada quien vota, según le va en la feria

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.