David Calderon

Relevo y retos

Un país en el que los secretarios de Educación no duran ni dos años y los planes de estudio ni cuatro, que reduce su presupuesto, es el de un gobierno al que no le importa la educación.

Ya está anunciada la salida de Delfina Gómez como titular de la Secretaría de Educación Pública, y al momento de escribir estas líneas no hay ningún anuncio oficial sobre quién será quien tome el cargo.

Muchos comentaristas de los medios y la academia reclaman –con razón– que esta decisión no hace honor al compromiso que se debe esperar de un titular de ese ministerio (y obviamente, también de su jefe, el titular del Ejecutivo federal) para resguardar el derecho a la educación: en el momento más crítico, dejar todo sin suficientes garantías de que no habrá atrasos, deterioro o de plano abandono de procesos clave a favor del bienestar y desarrollo de niñas y niños.

En cambio, sin razón o en grave incongruencia, rápido el comentario se va a la política partidista y cómo serán las elecciones en el Estado de México, o el futuro de quién puede ser la sucesora, o las referencias hacia las acusaciones en sus anteriores funciones. Válido para comentario político global; lo triste es que de nuevo lo educativo regresa a las sombras. A pocos se les ocurre decir: lo que tenemos que exigir es esto, y lo que vamos a hacer es aquello.

Un corte súbito, como parece que será el cambio inminente, no promete buenas perspectivas, por la previsible salida de muchos funcionarios y la llegada de los nuevos, rara vez familiarizados y prácticamente nunca expertos. El balance es objetivo: el equipo de la secretaria saliente no mitigó ni revirtió, sino que claramente agravó las consecuencias tangibles del cierre de aulas por la pandemia. Sin protocolos serios, sin garantizar agua, litigando para no cumplir los mandatos judiciales al respecto de la seguridad, el regreso fue improvisado, disparejo y cargado en contra del bolsillo y la resistencia de docentes, familias y los propios alumnos. El diagnóstico no fue generalizado, no se hizo evidente el rezago real; las indicaciones de recuperación fueron de una superficialidad ridícula e hiriente. Ninguna estrategia ni inversión para buscar a los ausentes (apenas, de hecho, por fin la SEP reconoció que al menos millón y más de estudiantes no regresaron). Nada serio y digno para atención socioemocional: cursos en línea sueltos, ningún especialista disponible, ningún estudio de parte de la autoridad.

¿Qué calificación darle? Si no aceptamos que es adecuado ‘darle’ nota numérica a niñas y niños, tampoco a adultos. La calificación es calificativo: decepcionante. En el momento que se requería más, el equipo saliente permitió que Hacienda no les diera o les quitara recursos, dejaron sin comer a quien podía hacerlo en la escuela, desfondaron la atención a niñas indígenas, a migrantes, a las alumnas con discapacidad. Dejaron que la energía se fuera por la verborrea del proyecto soberbio de nuevos planes y programas. No atendieron el abandono, ni la pérdida de aprendizaje ni apoyaron la recuperación socioemocional, las tres tareas más urgentes. Dejan chimuela a educación inicial, lento el proceso de marco para media superior, humillados y ofendidos a los maestros… además de lo tangible (que aún no pasa) de pagarle 12 mil quinientos a quien ganara hasta ahora 4 mil pesos mensuales, la promoción es un desastre, el reconocimiento disparejo, siguen sin pagarle a los docentes de inglés, recortaron tutorías, arte y deportes. Nunca tan pocos crearon tanto desorden en detrimento de tantos, en el sector educativo.

Los retos para quien venga son claros: atender los tres deterioros de la pandemia, escuchar a los demás actores, pausar el proyecto megalómano de los planes y programas, atender la infraestructura escolar pensando en la seguridad y dignidad de los niños y no en hacer clientelas con los adultos.

Pero lo más importante es responder: ¿y qué vamos a hacer los demás? Ciertamente niñas y niños estarían condenados si todo dependiera de las virtudes supuestas, fingidas o reales de “la que venga”. Un país en el que los ministros de Educación no duran ni dos años y los planes de estudio ni cuatro, que reduce su presupuesto y pretende inflar la matrícula es el de un gobierno que le importa muy poco la educación. Lo que tenemos que hacer es estudiar, diseñar soluciones a escala, unir iniciativas en lugar de atomizarlas, demandar en el tribunal de la opinión pública y demandar en tribunales de justicia. Y no perder la esperanza. Nada más faltaba que también eso nos dejáramos robar.

El autor es presidente ejecutivo de Mexicanos Primero.

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