David Calderon

Regresar y aún no hallarse

Que las familias y docentes puedan ayudar a que niñas y niños se reencanten con la escuela, eso sí no depende de la SEP.

En estas fechas ha habido un repunte de contagios de Covid, lo mismo que epidemia de influenza y una variedad de complicaciones respiratorias, tanto en adultos como en niños. Salimos del centro del túnel, pero no estamos ajenos a recrudecimientos en áreas y poblaciones, por lo que la atención de las autoridades y la colaboración de todas y todos sigue siendo necesaria para acabarnos de recuperar y estar preparados para nuevos eventos.

Poner vacunas y recetar antivirales, aunque se trate de cientos de miles de personas, tienen su enorme complicación logística e implica el rediseño de los servicios tradicionales, nuevas responsabilidades para los agentes del Estado y la necesidad de cooperación y articulación entre autoridades de distintos sectores y niveles, y de ellos con el resto de la sociedad, incluyendo las organizaciones comunitarias y de sociedad civil, las empresas, los colectivos étnicos, gremiales y religiosos.

En el campo de la salud mental, que es el paralelo y complemento de la vigilancia epidemiológica, la conciencia es más difusa y la atención, si cabe, sigue siendo aún más dispersa y pobre. Como no es tan “de bulto”, ni se resuelve con inyecciones generalizadas, el problema se sigue acumulando, pero por debajo de la superficie.

Es imbatible la evidencia científica sobre la devastación que produce el “estrés tóxico” en niñas y niños pequeños. Cuando los neurocientíficos mostraron los cortes en tomografías y resonancias magnéticas, comparando cómo literalmente se modificaba para mal la arquitectura de los centros cerebrales por una exposición a ambientes violentos, afectando las posibilidades de coordinación, equilibrio, expresión de las emociones y cognición, nos quedamos fríos. Algunas afectaciones son mucho más severas que las que produce una infección, un hematoma o la desnutrición. Sufrir y percibir sufrir, estar en un contexto de desequilibrio, gritos y miedo, aunque no haya violencia directa sobre el bebé, deteriora aceleradamente su capacidad de interactuar en el presente y en el futuro con otros humanos, e incluso con el ambiente. Por ello, “no entienden lo que leen” no tiene un origen único, y no se resuelve en todas las ocasiones con una simple alternativa didáctica o muchas horas adicionales de ejercitación; hay que abordar primero lo orgánico y anímico que atora lo cognitivo.

Aunque los especialistas en primera infancia lo tienen muy presente, esta pieza de evidencia no acaba de subir en las decisiones de las autoridades educativas. Regresaremos una y otra vez: el pretexto que se esgrimió desde el púlpito de Presidencia, que sin convicción ni profundidad repitió Delfina y ahora de tanto en tanto menciona la actual Secretaria de Educación Federal —”Hay que volver a la escuela, porque se afectan socioemocionalmente los niños”— seguirá siendo pretexto y coartada hasta que no pongan manos a la obra en la realidad.

Maestras y maestros en todos los niveles de educación pública básica en el país lo saben: sólo han contado con unas cuantas horas de seminarios en línea, unas. Orientaciones genéricas en los documentos de los Consejos Técnicos, y lo que buenamente en cada plantel han investigado y acordado. Para enfrentar el reto más grande la historia de la educación en México, el desajuste generalizado de emociones y socialidad, no se diseñó en forma sistemática una política nacional, no hay presupuesto, no hay una unidad encargada, no se coordinaron con los especialistas en salud mental —en lo más tupido de la pandemia—, hubo el apoyo generoso y solidario de profesores y alumnos de las carreras de psicología de universidades públicas y privadas para habilitar líneas telefónicas de asesoría gratuita. Hoy ya no queda casi nada. Casi nada de soluciones, casi todo del problema.

Hablen con niñas y niños, con las y los adolescentes, con mamás y maestras. Sí, en agosto regresaron exultantes, la gran mayoría de quienes pudieron volver a las aulas. En México, como en todo el mundo, hay unos picos tremendos en octubre-noviembre de casos de ansiedad, depresión y convivencia violenta en los grupos escolares. Es hora de llamar las cosas por su nombre y de poner los medios para abordar el reto: no se han acabado de recuperar niñas y niños en lo socioemocional. Que sean naturalmente energéticos, alegres y resilientes no puede subsidiar nuestra mezquindad y torpeza como adultos para no propiciar lo que necesitan.

Estas semanas, para muchos, tendrán un natural efecto de reconstitución, recreo y recuentro afectuoso. Para algunos, no; los va a exponer a más abuso y estridencia en las relaciones de su familia y vecindario. Pero para el regreso en enero, si hay un hilo de responsabilidad que quede en las autoridades mayores de la SEP, se abre una oportunidad de activar mejor acompañamiento de los asesores técnicos, la posibilidad de equipos itinerantes, la conformación de una nueva red de apoyo con los especialistas en lo socioemocional. Pueden ofrecer un más feliz año nuevo, y que no se quede en una cortesía hueca decirlo. Si tenemos un grave rezago en aprendizajes fundamentales como el cálculo matemático y la lectura de comprensión, traemos en México un igualmente o tal vez mayor rezago en aprendizajes socioemocionales. Que las familias y docentes puedan ayudar a que niñas y niños se reencanten con la escuela, eso sí no depende de la SEP. Independientemente de nuestras convicciones o tradiciones religiosas, pongamos luz a los asuntos, como en Janucá, y todos nuestros dones en el pesebre, como en Navidad.

* Presidente Ejecutivo de Mexicanos Primero

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