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Gorbachov y Yeltsin

Los exmandatarios rusos, Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin, y mientras uno enfrentó el fin de la URSS, otro vio de frente a la democracia en su país.

Conocí a ambos. Tuve la oportunidad por labores de cobertura periodística, de conocer a ambos personajes, sostener diálogos y entrevistas efímeras con los autores de la gran transformación rusa.

A Yeltsin en Moscú, en la cima de su poder (1992), presidente de la Federación Rusa enfrentando masivas e innumerables protestas por los nostálgicos soviéticos. Veteranos y ciudadanos de la vieja guardia que rechazaban las reformas, la apertura de mercados, los precios dominados por la oferta y la demanda, la voracidad del capitalismo que invadía todas las ruinas de la URSS.

A Gorbachov, algunos años después de su gloria (1994) en Londres, después de dictar una conferencia.

Yeltsin era un líder popular, de muy básica formación, alcohólico y borrachín -como el promedio ruso en aquellos años- que había conducido la debacle de la Unión Soviética, impulsado la independencia de las repúblicas y abierto el sistema político a la participación de partidos.

Gorbachov era un economista soviético, formado en la ortodoxia del sistema, con la inteligencia y la visión de cambios imprescindibles para evitar el derrumbe. Gorbachov no quería desmantelar la URSS, quería fortalecerla, pluralizarla, instalar un sistema de mercado, de moneda, de valores. Terminar con la URSS rural, coexistiendo con la potencia militar y espacial. Los grandes avances tecnológicos de la Unión Soviética, especialmente en el ámbito armamentista, no derramaron nunca beneficios a la sociedad, que permanecía en un sistema muy semejante a la postguerra (1945-1950).

Yeltsin animaba a las masas. Gorbachov era serio, intelectual, orientado al estudio de datos y estadísticas. Un hombre de estado el segundo. El primero un líder social.


Cuando entrevisté a Yeltsin en la Plaza Roja de Moscú frente a una manifestación, estaba absolutamente borracho. Vociferaba ante las masas que lo aplaudían o rechazaban.

Cuando conocí a Gorbachov en un centro de estudios en Londres, después de una conferencia sobre el futuro de Rusia y sus relaciones con Europa, me pareció soberbio, acartonado, distante de una realidad en proceso de cambio.

La historia les jugó una extraña pasada a estos personajes. Yeltsin fue hijo político y protegido de Gorbachov el poderoso secretario general del Partido Comunista Soviético.

Después se distanciaron por la evidente falta de disciplina y obediencia de Yeltsin, quien mostraba un espíritu más independiente que el apretado aparato del Politburó. Se fue para reinventarse y regresó para clavarle la puntilla a la URSS.

Gorbachov se quedó sin país, sin partido, sin cargo ni poder. En su casa, relegado por los siguientes 30 años al desprecio de su cociudadanos. Yeltsin creció ante el mundo como el gran demócrata que derribó el muro y abrió a Rusia.

Al funeral de Yeltsin, asistieron 4 expresidentes estadounidenses, y muchos líderes europeos. Al de Gorbachov en los tiempos del tirano Putin, no irá nadie.

Ambos personajes, ligados inseparablemente por la historia. El gran intelectual y estadista, aplastado por el descrédito y el desprecio. El borrachín carismático, aplaudido y homenajeado por occidente.

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