Todos Estamos Locos

Dar y recibir

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La unidad mínima que sostiene los vínculos afectivos es dar y recibir. Es necesario revisar la letra chiquita que siempre da pereza leer y que advierte, entre otras cosas, que dar debería ser un ejercicio de la libertad y nunca un chantaje para que nos quieran, pero que también es imposible no esperar gratitud y reciprocidad. Que cada uno da dependiendo de quien es y de lo que ha concebido como valioso, pero que eso no necesariamente coincidirá con lo que el otro valora. Por eso dar también puede ser un ejercicio de egoísmo si surge de una necesidad personal, sin considerar lo que el otro necesita, se trate de amor erótico, amor de amistad, amor paterno-filial o incluso en una relación comercial como el trabajo.

Pienso en un marido furioso que se queja porque le organizó a su mujer un viaje idílico para celebrar su cumpleaños y ella no lo valoró. Tal vez nunca le preguntó qué era lo que ella quería de regalo. Quizá ella hubiera preferido la promesa de que irían a bailar o al cine todos los sábados.

Si alguien ha depositado el amor en lo material puede llegar a reclamarle a los hijos que les da todo y ellos no lo aprecian. Por todo, esta madre o este padre entienden ropa cara, coche, dinero para salir, el celular de moda. Los hijos de familias estables económicamente, habitualmente quieren recibir estas cosas, pero a veces responden que no las pidieron y que podrían vivir sin ellas. Y puede que sea cierto.

En todas las relaciones se establecen circuitos automáticos sobre quien da y quien recibe. Algunas personas están convencidas de que siempre dan y casi nunca reciben. Tal vez no se han dado cuenta de que su impulso a la generosidad es tan expansivo que inhiben a los cercanos a darles. O que han idealizado lo que dan y se sienten incómodos recibiendo. Como Juan, que es detallista y planeador compulsivo de futuros y que, aunque no se lo ha confesado, está esperando recibir con la misma meticulosidad con la que da, y sufre decepciones constantes porque los otros nunca son los de sus idealizaciones.

Intercambiar deseos y anhelos, contar descriptivamente qué nos hace sentir queridos, amados, importantes, escuchados, especiales o cualquier otra necesidad de ser vistos y reconocidos como únicos es una habilidad que debería formar parte de todas las relaciones.
La incondicionalidad jamás es buena idea, aunque suene bonito y romántico nombrarla. La justicia en el dar y recibir es una buena forma de construir vínculos equilibrados, lo más que se pueda y con márgenes de error, ya se sabe.

Los hijos pueden demostrar que quieren a los padres, que están interesados en sus cosas y ser agradecidos. No deberíamos decretar que como son inmaduros se vale que sean máquinas de explotación que sólo se comunican para pedir permisos y dinero. Parte de la educación sentimental es generar ambientes en donde se practique el interés genuino de todos por todos, independientemente de la edad y ubicación en el sistema familiar o de pareja.

En nuestra mente, los que nos quieren adivinan lo que necesitamos si de verdad nos aman. Esta creencia es una de las semillas de la incomprensión y de los sentimientos de amor no correspondido.

Hace falta aprender a decir lo que nos gustaría recibir y lo que estamos dispuestos a dar. El compromiso afectivo se define, sobre todo, por la voluntad de dar y recibir. El costo es que muchas veces es necesario aprender, desde cero, a dar ciertas cosas: quien no aprendió a abrazar y a decir te quiero tendrá que desarrollar la habilidad. Los espíritus libres sofocados frente a la idea de la costumbre podrían ser empáticos con la necesidad de sus parejas, de una dosis más grande de vida cotidiana. Un padre hipercrítico afirma que descalifica por amor. Tal vez su hijo sólo necesita estar seguro de que lo acepta y lo quiere como es, y que no está obsesionado con cambiarlo. A los habladores les cuesta dar escucha. A los fóbicos del cambio, novedad. A los estructurados, permitir el caos. A veces lo que no sabemos dar es exactamente lo que los demás necesitan de nosotros.

La pegajosidad que caracteriza a las relaciones cercanas se basa especialmente en el intercambio conversado y pactado. Y en ese sentido, los otros funcionan como acicates para estirar nuestra mente y sus posibilidades. Para agrandar un poco el corazón más allá de la idea –que no es más que una idea– de que la identidad es un ente petrificado, incapaz de flexibilidad.

Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa. Conferencista en temas de salud mental.

Twitter: @valevillag

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