Samuel Aguilar Solis

El momento autocrático

La crisis se agudiza a nivel global con la llegada nuevamente de Donald Trump a la Casa Blanca, con todo el poder concentrado en su persona.

Hace apenas 35 años, el mundo occidental celebraba la caída del Muro de Berlín y con ello, el simbolismo de la caída de un sistema autoritario que se había iniciado en 1917 en Rusia, bajo la idea original (e idealismo) de igualdad social desde la mitad del siglo XIX y que muy temprano, con el ‘socialismo real’ afloró la verdadera naturaleza leninista del ejercicio del poder, que significó una forma de totalitarismo que, junto a la experiencia del otro totalitarismo de Hitler, marcaron un tramo importante de la historia del mundo.

Con la caída del Muro llegaba a su fin un periodo histórico de violaciones a los derechos humanos, de falta de libertades, y arribaba un optimismo desbordante que abría paso de manera dominante al triunfo de la democracia liberal. Hubo quien, con euforia, se atrevió a proclamar que era el triunfo definitivo de la democracia liberal y con ello llegaba “el fin de la historia“.

La ola democratizadora que acompañó el derrumbe de la URSS y sus países satélites no solo se limitó a esos territorios, sino que abarcó otras zonas del mundo, donde las dictaduras militares se habían cimentado desde décadas anteriores, y ellas también cayeron por amplios movimientos sociales y políticos, dando paso a procesos de transición democrática y paralelamente a una forma nueva de globalización del capitalismo, bajo principios del llamado ‘consenso de Washington’, que fue denominándose neoliberalismo.

La sobreventa de la idea de la democracia liberal convirtió a esta prácticamente en una panacea que, terminada la polarización de capitalismo-socialismo, los programas y los principios enunciados de los partidos se fueron desvaneciendo ideológicamente para poner en el centro la idea de la democracia como dintel de forma de gobierno, acompañada de una narrativa de todos los beneficios materiales que esta traería para disminuir la pobreza y desigualdades sociales, pero que al paso de los años y de las diferentes alternancias políticas entre los partidos, el ciudadano no solo no veía una mejora en sus condiciones de vida, sino que lo que se observaba era la implantación de un ‘capitalismo de amigos’, que también se acompañaba de una creciente corrupción e impunidad para la clase política y los ricos de siempre o nuevos ricos para formar una plutocracia y una cartelización del sistema de partidos políticos.

Esto fue lo que, sin duda, fue anidando un resentimiento social contra la clase política y el establishment que los populistas aprovecharon para crear una narrativa que les permitiera emerger a la arena política en la lucha por el poder. El siglo XXI se abrió con la llegada de ‘hombres fuertes’ en diversas partes del mundo, Vladimir Putin en Rusia es el mejor ejemplo de ello, pero el uso de otra herramienta como lo son las redes sociales dio paso a un momento populista con el Brexit y el triunfo de Donald Trump en 2106. La forma de partido político que históricamente conocimos también entraba en crisis para dar paso a movimientos políticos encabezados por líderes que, usando las reglas de la democracia, ascendían para ya en el poder destruirla desde dentro. Pero lo que también se daba al mismo tiempo, era que a la destrucción de la democracia, el líder populista se va transfigurando en un autócrata.

Con lo sucedido en nuestro país desde 2018 con el obradorato y el golpe dado los últimos días al Poder Judicial, México, entonces, no es un caso único de este proceso de crisis, sino que una gran parte del mundo occidental lo está padeciendo, y tampoco es que estemos viviendo por primera vez cómo matan la democracia este tipo de líderes, sino que la experiencia ya se vivió con la llegada de Mussolini, primero en Italia, y Hitler, después en Alemania, con toda la gravedad y terribles consecuencias que conocemos. Ahora, sin duda, la crisis se agudiza a nivel global con la llegada nuevamente de Trump a la Casa Blanca, con todo el poder concentrado en su persona, al tener mayoría en el Congreso y controlada, por afines a él, la Suprema Corte de Justicia, y por ser aún los Estados Unidos de Norteamérica la primera potencia militar y económica del mundo. Así hemos llegado a una era de líderes autócratas que están matando la democracia y en otras partes es ya una clara amenaza que se cierne sobre el mundo y con ello, está cambiando también una forma de capitalismo global para regresar a formas de proteccionismo y un ultranacionalismo que, sin poner en riego el capitalismo, por supuesto, lo acentúa para beneficio central de la plutocracia, bajo el amparo de la demagogia (vaya paradoja) de que ‘primero los pobres’ y que es el pueblo el que ahora tiene el poder.

Así pues, la euforia que se inició en 1989 con la caída del Muro de Berlín, para un periodo de prosperidad, de libertades, de justicia social y democracia para la sociedad del mundo occidental ha entrado en el túnel de la oscuridad sin que tengamos idea de cuándo volveremos a ver la luz, muchos de los que hoy apoyan a los nuevos autócratas, seguro el día de mañana, cuando la democracia vuelva a renacer, dirán como los que apoyaban de manera demencial a Hitler: que ellos no sabían lo que realmente estaba sucediendo, pero la historia todo registra.

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