La Feria

Juárez le echa la mano a AMLO

El cuarto año de la presidencia de AMLO podría ser el año juarista, el momento en que su gobierno se trepe a la tradición de usar a don Benito para sus fines particulares.

Circula un libro sobre el Benemérito de las Américas. El culto a Juárez, de Rebeca Villalobos Álvarez, editado por Grano de Sal/UNAM (2020). En ese volumen se recuerda la construcción de un héroe, de un mito, de un factor de identidad nacional. Pero también es posible reconocer ahí el oportunismo con que tantos han actuado para usar a don Benito a su favor. Y AMLO tendrá el año que entra la suerte de que se conmemore el aniversario luctuoso 150 del de Guelatao. Qué afortunado nuestro presidente.

Juárez murió en Palacio Nacional el 18 de julio de 1872. Al cumplirse el centenario de tal fecha, Luis Echeverría Álvarez (LEA) lanzó a México al Año de Juárez. De esa celebración han quedado monumentos. Pero el presidente de la guayabera no era original en su intento de utilizar al hombre de la Reforma para tratar de apuntalar a su gobierno, y al régimen priista en general. En eso, LEA fue sólo un continuista.

Desde la muerte misma de Juárez, desmenuza Rebeca Villalobos, distintos gobernantes, comenzando por el general Díaz, han tratado de “establecer una relación de continuidad entre lo que se consideró –y se considera– legítimo en el pasado y lo que, en consecuencia, resulta lícito y deseable en el presente”.

Por ejemplo, en los años 40 del siglo 20 el régimen priista recurrió a analogías entre “el conservadurismo de antaño y el sinarquismo de la época”. ¿Les suena familiar en estos días?

El libro de Villalobos revisa cómo en distintos momentos los gobiernos se apropiaron de la imagen de Juárez que más les convenía. A partir de libros, estudios, publicaciones periodísticas, caricaturas, grabados, monumentos, etcétera, se machacaba un discurso oficial basado en “un compendio de lugares comunes (la causa libertaria, el patriotismo, el amor por el pueblo mexicano, la confianza en el progreso y el apego al derecho, etcétera)”.

La autora subraya que “la fuerza retórica de estas manifestaciones descansa en la simplicidad con la que se transmite el elogio gracias a un repertorio limitado pero eficaz de íconos y emblemas”.

El presidente López Obrador ha dejado de manifiesto su dominio de la retórica. Hay quien considera que su aceptación popular se debe a que cultiva con esmero la comunicación con su electorado. Además, no pocas veces lo hace –sin pudor y con una bien cuidada supuesta reverencia– desde los hombros de los héroes patrios. Y quién más grande entre ellos que la figura de Juárez.

El cuarto año de la presidencia de Andrés Manuel podría ser el año juarista, el momento en que su gobierno –es un decir– se trepe a la tradición de usar a don Benito para sus fines particulares. El calendario se lo puso a modo, e incluso algo de suerte ha tenido.

Porque en 2022, en el primer trimestre quizá, tendremos la consulta sobre el mandato de López Obrador. Se ha dicho incluso que podría ser el 21 de marzo. Nomás eso falta.

López Obrador se colgará de la levita del oaxaqueño para repetir el ritual: Juárez muerto nos sirve a los gobernantes en turno. De Díaz a Andrés Manuel.

“El afán por difundir las ideas que el héroe supuestamente encarna requirió”, señala la autora de El culto a Juárez, “…mecanismos de persuasión que, mediante distintos soportes y lenguajes, pretendieron generar adhesión en diversos espacios de socialización y acción política”.

En poco más de un año México recordará que ha vivido siglo y medio sin Juárez, pero el presidente López Obrador querrá persuadirnos de que la conmemoración del oaxaqueño lo celebra a él y a su movimiento.

COLUMNAS ANTERIORES

Violencia electoral: pssst, pssst, el plan no jala
Layda, como antiejemplo

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.