El éxito del actual gobierno se basa en la comunicación política, donde el relato de los hechos crea otras realidades distintas a las que las cifras y datos oficiales revelan. Por ejemplo, AMLO llama a los consejeros del INE a Palacio y éstos aceptan. Es la primera vez desde su creación que el organismo autónomo es llamado a cuentas por el presidente de la República, lesionando su independencia y sometiendo su autonomía. Pero el relato es que por fin se acabó la confrontación entre INE y Presidencia, que harán más reuniones para que el Ejecutivo les indique algunas acciones que deben enmendar, como el gasto público. Y que ya se acabó el conflicto y todo es armonía.
Cuando se confronta a AMLO con datos y hechos de fuentes oficiales sobre temas sobre salud, seguridad o economía que son difíciles de abordar, contesta con la famosa frase “yo tengo otros datos” y evade ahondar en el análisis. Desde luego nunca los presenta, pero deja sembrada la duda de que hay otra realidad diferente a la que sus críticos presentan. Desde luego AMLO utiliza las técnicas de Goebbels para su propaganda, ya que las mañaneras no son informativas, sino propagandísticas.
Pero además utiliza otros mecanismos de comunicación política como la posverdad que según la RAE, es una corriente donde la información o afirmación en la que los datos objetivos tienen menos importancia para el público que las opiniones o emociones que suscita. Es la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias o emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad.
En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política posfactual) a aquella en la que el debate está enmarcado ya no en apelaciones, sino en las emociones, desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discrepancias en los cuales las réplicas fácticas o hechos, son ignoradas. La posverdad se diferencia de la tradicional disputa y falsificación de la realidad o veracidad, dándole una importancia «secundaria». En resumen, sería la idea según la cual «el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad» Y así navegamos en una serie de informaciones que buscan ganar a la opinión pública. AMLO tiene alta popularidad, pero en esas mismas encuestas cuando se evalúan sus políticas públicas en seguridad, empleo, economía, salud, la aprobación baja sustancialmente.
Un rasgo definitorio de la política de la posverdad es que los activistas continúan repitiendo sus puntos de discusión, incluso si los medios de comunicación o los expertos independientes demostraran que estos puntos fueran falsos. No importa pues la verdad, sino la interpretación de los hechos conforme criterios ideológicos que construyen otras verdades. No es la razón, es la emoción, lo que guía a una opinión pública poco informada, cambiante y que no analiza a profundidad hechos o datos en las fuentes oficiales, y retoma de redes sociales, la interpretación que los activistas hacen de una situación o actuación. Por ejemplo, Ignacio Ovalle no es culpable del mayor fraude del sexenio en Segalmex, fue engañado por priistas infiltrados. Las auditorías y los hechos reales no se consideran en esta explicación simplista, que justifica la ineficacia y la corrupción por engaños de otros.
Muchos medios de comunicación han aumentado la percepción de la posverdad por falta de rigor y sensibilidad en sus noticias. No investigan fuentes, no guardan equilibrios para retomar puntos de vista diferentes, mediante entrevistas sobre hechos controvertidos, donde domina un único punto de vista político, no llevan un control de la veracidad de los hechos o los desestiman por prejuicios.
Según las redes, la posverdad utiliza para su funcionamiento el microtargeting, una técnica basada en algoritmos que analiza, separa y junta a las personas según su forma de pensar y sus intereses, y ofrece servicios y productos que satisfagan sus deseos para tener así a la gente dividida por ideologías y creencias. Esto provoca que las personas tengan medios de comunicación muy diferentes dependiendo de su manera de pensar. Así, una persona de ideología liberal y una socialista rara vez se informarán con medios que coincidan. Esto es así porque los medios se preocupan más en dar a cada uno su verdad que en dar la verdad de manera objetiva. Esta herramienta está presente en el mundo de la comunicación, y cada vez es más común ver interpretaciones y opiniones subjetivas sobre la realidad de cada uno que la realidad en sí.
Así pues, la posverdad, conocida también como mentira emotiva, implica la distorsión de la realidad primando las emociones y las creencias personales frente a los datos objetivos. El concepto de posverdad, también conocido como mentira emotiva, implica que los hechos objetivos tienen menos impacto que los argumentos emocionales y las creencias personales de la persona que construye un discurso con la finalidad de crear y modelar la opinión de las personas que le escuchan e influir en su conducta. Así la comunicación política permite presentar argumentos no necesariamente comprobables o ciertos, pero que llegan a la lógica de un público dispuesto a creer en explicaciones sencillas, fáciles de comprender y que incluso incorporan datos parciales sobre una afirmación.
La definición que dan los académicos de Oxford de posverdad es muy similar a la de la RAE: “El fenómeno relativo o que denota circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”. Se crean así otros relatos o historias que apelan a la emoción de los grupos sociales a los que va dirigido el mensaje. Y a falta de mayor conocimiento, las afirmaciones se considerar verdaderas porque empatan con mis creencias o esperanzas.
La popularización del término posverdad ha ido ligada al discurso político de determinados líderes en los últimos años, llevando a definir lo que medios y expertos consideran “política de la posverdad”. Esta manera de construir el discurso político y relacionarse con los ciudadanos se basa en la capacidad de generar confianza con unas afirmaciones y argumentos que parecen verdaderos, pero que en realidad ni lo son, ni tienen base para serlo. No es una mentira propiamente dicho, es una narrativa que describe los hechos de una manera diferente, pero creíble.
Esta situación se agrava en redes sociales, donde los emisores de posverdad, lanzan un relato que puede ser creíble y aceptado, pero cuando se comprueba que es falso, no hay a quien culpar. Las noticias falsas son parte de la posverdad. Ya no es la verdad contra la mentira, es una competencia con otras “verdades”. Si el discurso de la oposición no entiende esta lógica, será difícil presentar un proyecto alternativo de nación.