Sobreaviso

El filo de los extremos

El peligroso filo de las posturas extremas brilla estos días, desafortunadamente, en Medio Oriente y tiene reflejo aquí y en otros lugares.

El peligroso filo de las posturas extremas brilla estos días, desafortunadamente, en Medio Oriente y tiene reflejo aquí y en otros lugares.

La postura adoptada por el presidente Andrés Manuel López Obrador ante el reavivamiento de aquel conflicto –sin los matices bien expresados por la cancillería–– adquirió carta de polarización en el debate nacional que, de no importa qué tema, hace de las diferencias abismo del desencuentro y fomento de aquello que supuestamente se condena: el odio y la venganza.

Ciertamente nadie escarmienta en cabeza ajena, pero la clase política mexicana en su conjunto –en y fuera del poder– debería desprender lecciones de cuanto ocurre allá en Medio Oriente y en democracias supuestamente desarrolladas, antes que la pérdida del equilibrio y la polarización, aquí, haga resbalar a México por el desfiladero de la discordia o la ruptura.

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Trátese de un conflicto como el que ahora tiene registro en aquellas latitudes, la anulación del horario de verano, la construcción de un ferrocarril o de no importa qué asunto, los bandos nacionales en conflicto hacen de cada tema un ariete para golpear al adversario y, de a poco, se han venido perdiendo oportunidades para operar cambios firmes de largo aliento y, en contraste, radicalizando las posturas que inmovilizan y, en un descuido, avivan la violencia.

Tal radicalización ya no sólo tiene expresión entre esos bandos, sino incluso al interior de ellos y, en tal condición, los problemas en curso o en puerta, las elecciones del año entrante, así como el cierre del sexenio podrían complicarse, restándole estabilidad al país.

Es evidente que el ataque terrorista del grupo Hamás a Israel con la consecuente contraofensiva va a tener repercusiones y derrames más allá de aquella región. Por lo pronto, el temor a un repunte de la inflación y una baja del crecimiento reaparece en el horizonte, cuando apenas se remontaba la situación dejada por la pandemia y agravada por la invasión rusa de Ucrania. Y a ese temor no es aventurado agregar que lo sucedido el pasado fin de semana va a provocar el fortalecimiento de la seguridad en las fronteras que, en el caso mexicano con la vecindad de Estados Unidos, puede complicar aún más los problemas relacionados con la migración, el comercio y el trasiego de drogas y armas. Esa situación ya se vivió cuando los atentados del 11/9 en Nueva York. El sellamiento de la frontera acarreó graves consecuencias aquí.

Desde esa perspectiva no se puede criticar que, con motivo de las elecciones en Estados Unidos, sectores republicanos politicen los problemas bilaterales o regionales, al tiempo que, aquí, internamente la clase dirigente está haciendo lo mismo. Tratar de sacar ventajas electorales en un teatro de complicaciones es temerario.

Es momento de tomar providencias, no de cometer imprudencias.

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Por naturaleza, las elecciones subrayan las diferencias y borran las coincidencias y, habiendo comicios aquí y en Estados Unidos en el marco de un conflicto bélico de proporción y consecuencia impredecibles, más vale no exacerbar esas diferencias ni radicalizar las posturas hacia adentro y hacia afuera.

Pese a la presunción oficial de un cordial entendimiento con el gobierno estadounidense, a nadie escapa el latido de los problemas de muy diversa índole en la relación bilateral que, en la nueva coyuntura, podrían adquirir otro cariz. Si la frontera ya era un asunto de tensión y cuidado, ahora lo será más. No advertir la nueva circunstancia y no actuar con mucho mayor inteligencia ante y con el vecino, siendo que su gobierno se verá sometido a mayores presiones internas y externas, al estar en juego el poder, es desconocer un peligro. El que pudiera llevarlo a tomar acciones drásticas ahí, donde sienta que, pese a la adversidad, tiene margen de maniobra para mostrar fuerza y control con cierta dosis de espectacularidad y expectativa electoral.

Pese a la presunción oficial de tener asegurada la repetición en el poder presidencial y estar en condición de hacer suya la mayoría en el Poder Legislativo, es evidente que dentro de Morena comienzan a notarse divisiones, aun cuando no deja de hablarse de unidad. Posturas encontradas entre quienes reconocen la necesidad de no llevar más lejos la confrontación y correrse al centro a fin recuperar simpatía electoral y quienes consideran que es hora de radicalizar la transformación conteniendo a moderados y advenedizos. En la disputa por las candidaturas a los gobiernos de las entidades que estarán en juego es notorio ese rejuego, sobre todo, en la de la capital de la República. El resultado repercutirá en la campaña presidencial.

Asimismo, en algunos sectores opositores la radicalización cobra presencia. El estancamiento de la popularidad de Xóchitl Gálvez en quien vieron un salvavidas sin advertir la falta de aire, la nula articulación entre la candidatura y los partidos y el letargo de la actuación de las dirigencias de la alianza que la cobija comienzan a provocar desesperación y, por lo mismo, a radicalizar la postura ante el movimiento en el poder sin reparar y reconocer el momento que ahora se vive.

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Acercarse al filo de las posturas extremas, politizar no importa qué asunto con el propósito de sacarle raja electoral y desconocer la complicada coyuntura que puede generar el reavivamiento y el desbordamiento del conflicto en Medio Oriente puede acarrear problemas aquí y en el vecindario, aunque se piense estar muy lejos del origen y la raíz del conflicto.

Se mira la guerra allá, sin advertir que la violencia criminal ha desatado aquí.

En breve

Vienen tiempos de definición. Con quién va a jugar la presunta ministra, con el Poder Judicial donde despacha o con el Poder Legislativo y Ejecutivo.

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