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Triste patria

 

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¿De qué otra cosa podríamos hablar? Teresa Margolles, 53 Bienal de Venecia, 2009.

A Teresa, nuestra luchadora incansable. A nuestros heroicos periodistas.

México parece estar empeñado en sobresalir de cualquier forma, aunque sea de la peor manera; y hoy en día somos líderes de muchas malas estadísticas: dentro de las más benévolas, somos el país más gordo, el que más refresco consume, donde el Walmart más vende, en el cual los niños pasan más horas frente a las pantallas y -ya las menos chabacanas- uno de los más peligrosos del mundo, en donde más se mata periodistas que precisamente denuncian ese peligro. Recuerdo a Sergio Aguayo decir que en México no se mata más porque no se quiere, porque en realidad menos de 1.0 por ciento de los casos de asesinato son investigados y perseguidos. También decía que a los periodistas no los mataban los narcos –los narcos son malos y todo el mundo lo sabe–, sino los que en realidad le temen a la prensa: los funcionarios coludidos.

En 2009, hace ya varias ediciones de la Bienal de Venecia (que por cierto acaba de abrir sus puertas), Teresa Margolles representó a México, en medio del mandato de Felipe Calderón quien, con grandes pompas, había declarado la guerra contra el narco, guerra inconcebible a nivel estratégico, pues era una locura oponerse a una fuerza con más efectivos, más armas, más recursos, más inteligencia y, sobre todo, que contaba con la complicidad del mismo gobierno.

La pieza de Margolles la recuerdo como una de las que más me han cimbrado. Durante la duración de bienal, Margolles organizó a un grupo de artistas jóvenes de Culiacán para que limpiaran y recolectaran con sábanas enormes (previamente preparadas con químicos) los remanentes de sangre, tierra y otros fluidos en el asfalto, sobre el cual se había cometido un asesinato. Este grupo contó con el apoyo de la prensa y, apenas sucedía un crimen en Sinaloa, se precipitaba hacia el 'lugar de los hechos' para empapar estas telas con los residuos orgánicos. Una vez secas, estos canvas se enviaban a Venecia, donde a través de un proceso de vaporización volvían a soltar los líquidos que contenían, mismos que eran recuperados en cubetas.

A las cuatro de la tarde, en un palazzo decrépito y decadente, vestigio de un tiempo más glorioso, entraba un familiar de alguna víctima relacionada con el narco a trapear alguno de los cuartos asignados con el agua recolectada en una guerra absurda que tuvo como finalidad preservar y entretener a un primer mundo aburrido, consumidor de drogas. Hoy día, con el agua de nuestros muertos podríamos limpiar durante años el piso de todos los palazzi de Venecia.

Margolles, como ningún otro artista, ha trabajado con los cadáveres que nuestro país produce y con la población de olvidados que le sobreviven.

Esta artista es una de las más respetadas y admiradas por otros creadores; lejos de querer choquear, ha denunciado sistemáticamente la situación de peligro –llamarla de 'riesgo' sería un piropo– que vive una gran parte de la población de nuestro país, a través de piezas que se han vuelto más sencillas y más complejas, más conceptuales y más sobrecogedoras.

Margolles creó en 1990 el colectivo artístico SEMEFO (en alusión al nombre de Servicio Médico Forense) junto con Arturo Angulo Gallardo, Juan Luis García Zavaleta y Carlos López Orozco, y las obras que presentaron en esa época para confrontar al público con la muerte parecen hoy día un juego de niños.

En 2001, en el PS1 de Nueva York, en una de las primeras exposiciones de artistas mexicanos que se presentó en uno de los recintos de exhibición más reconocidos del mundo, Teresa Margolles llenó un cuarto con bruma, al que uno accedía removiendo una cortina de plástico, no sin antes enterarse de que el vapor provenía del agua con la que se habían limpiado cadáveres que nadie reclamaba y que iban a ser lanzados a la fosa común. Ese vapor se introducía por nuestros oídos e impregnaba nuestra piel, denunciando nuestra ceguera, creando una analogía física, más húmeda y compacta de nuestro desolado país.

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