Costo de oportunidad

‘Tax’ americana

En la parte comercial, habrá que cuidar de que la valentía guerrillera no le gane a la prudencia y el buen tino en conducir una relación sana con Estados Unidos.

“El respeto al derecho ajeno es la paz”, nos dicen que decía Don Benito Juárez, ese expresidente que inspiró a los progenitores de Benito Mussolini a ponerle ese nombre al Duce. O al menos, eso nos dijo López Obrador. Desafortunadamente, estas frases de oro y anécdotas de los próceres de las patrias normalmente tienen una fuerte dosis de fantasía y de imposición de narrativas convenientes.

Donald Trump considera que es una buena idea ponerle más impuestos al mundo. Ya nos pone un impuesto considerable a todos los países del planeta a través de la depreciación del dólar, la moneda patrón universal. Esta depreciación del dólar la indujo él, desde su anterior administración, y la continuó el papá de Hunter Biden. Ahora, no contento con eso, quiere darle un macanazo a todo el planeta con los impuestos al comercio exterior, los aranceles (no ‘tarifas’; change no se traduce como ‘chango’).

Por eso me permití el anglicismo en el título de esta columna. Estamos pasando de la Pax Americana, de la que gozamos desde 1945 hasta hoy, a la era de la ‘Tax Americana’: impuestos al comercio para todos los habitantes del planeta.

Los aranceles estadounidenses harán más por lastimar a la economía americana, reducir su eficiencia y su tasa de crecimiento, que para atraer de vuelta la manufactura a la tierra de Washington y Lincoln. Ciertamente, no la dañarán tanto como esperaría Gustavo Petro: al final, ellos son una región enorme, y pueden sustituir comercio exterior con comercio interno. También pueden sustituir comercio regional con comercio global, dado que tienen un alcance que llega a todos los rincones del planeta.

Magnus VI de Noruega, El Reformador, fue un rey que impuso un arancel variable a las importaciones que entraban a su reino, para reducir el contrabando. Si los comerciantes declaraban el valor, pagarían entre 5 y 20 por ciento del valor de las mercancías. Eran otras épocas (Magnus reinó en el siglo XIII), y no existían aranceles estándar, pero esa es una medición razonable. Si decidías contrabandear o no declarar el valor, el arancel era de 100 por ciento. Implicaba una confiscación de las mercancías.

Los aranceles punitivos de Trump se parecen a los de Magnus, con la diferencia que el güero de Nueva York está mezclando los asuntos migratorios con los asuntos comerciales, y usando los impuestos al comercio exterior como una herramienta de barbarie antidiplomática. Por supuesto, nunca falta algún presidente exguerrillero y exalcalde descerebrado que le hace el caldo gordo al señor Drumpf, quien debería haber aprendido algo de sus antepasados germanos de la Liga Hanseática (siglos XIII al XV) respecto a la facilitación del comercio. Magnus se oponía a la Liga Hanseática, de la misma forma en que Trump se opone a las reglas de un orden internacional libre que permita a las regiones y países prosperar cooperando con otros: el comercio al final es cooperación, y en casos extremos, la alternativa es la guerra.

Los americanos del midwest y los otros votantes del Partido Republicano (incluyendo latinos estadounidenses), con su voto protestaron porque el garante de la Pax Americana sea, precisamente, Estados Unidos. Han visto cómo los europeos, por ejemplo, han podido invertir en sus sistemas de salud, educación y bienestar social, mientras que Estados Unidos tiene que financiar el sistema de defensa del mundo libre. La actitud anticomercio y de aranceles es solamente una nueva expresión de la voluntad de Trump: quiere que todos paguemos los costos del guarura americano.

Con esto, Trump también nos dice que quiere apartar a Estados Unidos de la tradición fundacional de ese país, que favorecía el proteccionismo comercial y facilitaba la migración. En esta columna, hemos dicho que va a poder hacer una o la otra, y quizás eso es una buena noticia: tendremos más comercio, pero menos migración; muy a pesar del señor Trump.

Habrá que pisar con pies de plomo en los temas migratorios, de crimen trasnacional, y de seguridad nacional, y en la parte comercial, habrá que cuidarse de que la valentía guerrillera no le gane a la prudencia y el buen tino en conducir una relación comercial y diplomática sana. Ojalá, Sheinbaum opte por seguir el ejemplo de Gilberto Bosques en la diplomacia, y de los presidentes Salinas y Zedillo en materia comercial, y no por sus referentes cubanos, venezolanos y ahora colombianos, respecto a cómo conducir las relaciones con un loco poderoso de quien dependen tantas cosas en el mundo actual.

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