Por si nos faltaran elementos de desencuentro y diferencias esenciales con Estados Unidos, como la migración o la seguridad por la crisis del fentanilo, la torpeza diplomática de México y la cerrazón del gobierno con sus asesores, nos conducen ahora a otro panel de controversia.
El tema es el maíz transgénico. Alguno de estos sabios del siglo 14 que asesoran al Presidente le fue a decir que el maíz intervenido con biotecnología provocaba cáncer y otras enfermedades, además de afectar a los agricultores mexicanos.
Y el Presidente compró la versión sin mayor prueba o sustento.
Resultado, el pasado viernes la representante comercial de la Casa Blanca y del gobierno norteamericano, Katherine Tai, anunció que Estados Unidos ha solicitado activar el mecanismo de consultas para la resolución de disputas, en el marco del acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC).
Dice el documento: “Estados Unidos ha expuesto repetidamente su preocupación de que las políticas biotecnológicas de México no están basadas en ciencia y que amenazan con alterar las exportaciones americanas a México, en detrimento de productores agrícolas, que en respuesta pueden exacerbar los desafíos en materia de seguridad alimenticia”.
Es decir, México ha decidido dejar de importar –emitió una prohibición– maíz transgénico proveniente de Estados Unidos, que representa un consumo muy significativo para nuestro país.
Dejará por esta medida unilateral sin empleo o con la grave disminución de sus ventas a miles de agricultores estadounidenses en varios estados, cuyo producto único y cliente principal era el maíz transgénico para México.
En la visita del pasado mes de enero a la célebre cumbre de los tres amigous, el inolvidable momento en que la interminable respuesta de López Obrador (43 minutos) arrebató la palabra y la oportunidad en la conferencia de prensa a Biden y Trudeau, el mandatario estadounidense le pidió al López Obrador que demostrara con evidencias científicas que, en efecto, el maíz que provenía de Estados Unidos causaba enfermedades.
Como usted imaginará y conociendo a esta administración, improvisada y rebosante en ignorantes, México no aportó evidencia alguna y actuó de forma unilateral.
AMLO emitió el susodicho decreto violando el T-MEC y colocando a México en otra posición vulnerable y de desventaja frente a un debate que no es comercial, tampoco científico, sino, adivine usted, ideológico.
Los asesores “científicos” –¿de verdad habrá alguno?, porque no los conocemos– del Presidente le fueron con la historia de los daños de cultivos intervenidos y modificados con biotecnología. Y de ahí para adelante.
México sostiene hoy una ronda de consultas para el complicado tema de la energía, que debiera haber concluido hace meses para convertirse en un panel de controversia. Pero Estados Unidos optó por no convocar al panel, aunque las consultas fracasaron.
Tenemos el frente abierto del fentanilo que mata a decenas de miles de ciudadanos en Estados Unidos, con precursores que llegan desde China y se integran en México para su distribución en Estados Unidos.
Ninguna medida eficiente ha sido adoptada para detener este tráfico criminal de químicos.
Tenemos el enorme y delicado tema de la migración ilegal, incrementada por las crisis humanitarias y de seguridad en varios países de Latinoamérica, y ahora agravadas por el paso de ciudadanos provenientes de África y Asia.
Este será el tema central de las campañas en Estados Unidos, donde los republicanos insistirán en medidas más enérgicas para contener el flujo, mientras que los demócratas buscarán acuerdos más eficientes. Seremos la piñata del proceso electoral americano.
A este escenario se agrega ahora el innecesario, absurdo, no sustentado y literalmente ideologizado tema del maíz transgénico.
Habrá consultas. No se conseguirá acuerdo y llegará a un panel de controversia que seguramente perderemos.
Innecesarios conflictos y asperezas con nuestro principal socio comercial. Producto de la impericia, la torpeza, la cerrazón y la peregrina idea de una izquierda ancestral, oxidada y retardataria, que pretende detener el tiempo, impedir los avances de la ciencia y cobrarle “al imperio” facturas absurdas. Lamentable.