Gerardo Herrera Huizar

Encomendémonos al Santísimo

Se pide por la salud, por el trabajo, por la buena ventura, por la familia, por la paz y por todo aquello que, regularmente, constituye la mayor carencia.

El último día del año, como marca la añeja tradición católica, los fieles se congregan en el templo donde se celebrarán los postrimeros actos litúrgicos, portando doce veladoras para ser bendecidas por el ministro de culto, mismas que irán siendo encendidas, una a una, los días primeros de cada mes del año siguiente en los domésticos altares como muestra de adoración y conducto de las más sentidas peticiones de amparo y auxilio a las santidades a que se rinde devoción.

Se pide por la salud, por el trabajo, por la buena ventura, por la familia, por la paz y por todo aquello que, regularmente, constituye la mayor carencia, la mayor necesidad, el mayor anhelo de cada uno, con la esperanza, la eterna esperanza de que el año nuevo traiga consigo la fortuna que el año que parte no logró.

El año viejo, 2021, patético como pocos, lo hemos subrayado ya, nos amargó el paladar desde antes del primer café los casi cuatrocientos días de su existencia con una constante: conflicto, violencia, inseguridad, pobreza, incertidumbre, miedo...

Tirios y troyanos, izquierdas y derechas, fríos, calientes y tibios, suspirantes y marginados, chairos y fifís, encumbrados y defenestrados, fieles y traidores... Tuvimos de todo en este nebuloso e incomprensible mundo de la pacífica y radical transformación de la vida pública de nuestro lastimado país que ha prohijado, en su progresista visión de México, las más vernáculas tendencias que son reminiscencia del México de mis recuerdos, aquella memorable película que tiene como personaje central a Don Porfirio.

Por fortuna, Cronos aparece, como lo marca su propio calendario, para hacer un corte de caja y dejar atrás las penurias vividas. Nos ofrece, con Posadas, reventones, vacaciones en la playa, saturados aeropuertos y centrales camioneras de por medio, un remanso de reflexión que, aprovechando la coyuntura de la cuarta ola de contagios virales, consecuencia de nuestro merecido e inobjetable esparcimiento, nos vuelve al confinamiento obligatorio y nos brinda así el espacio necesario para la reflexión y la expiación de nuestras erráticas conductas.

Afuera, sólo invadida nuestra realidad íntima por la malhadada pero indispensable pantalla chica, el celular, la radio, el espectacular luminoso de enfrente de la ventana, la radio del Uber, el chisme del vecino o los mensajes de las discretas redes sociales, el mundo gira igual, en espacio infinito, sin cambio alguno, sin mayor pretensión, en su propia matrix, en una virtualidad, en la cual cada uno siente y espera según su percepción.

La violencia y la desfachatez de los grupos violentos que someten a la colectividad y retan a la institución madre de todas las otras abierta y ostensiblemente, se traduce, repito, desde antes del primer trago del indispensable elixir, en una simple provocación que, como tal, no debe ser asumida como responsabilidad y, mucho menos, merece respuesta.

Lo que sucede es que están enfrentándose entre ellos y por eso es que parece que hay violencia, pero vamos bien, se explica. Es una herencia maldita, se justifica. El año pasado la cifra fue mayor y vamos bajando, se aduce.

Pero los cuerpos son de verdad, de carne, hueso y sangre. No son simple estadística, sino la expresión cruda de la realidad con la que han cerrado los años previos y en cada ciclo han comenzado los esperanzados nuevos años.

Son la muestra genuina e incontestable de la incapacidad, de la atonía, de la irresponsabilidad de un aparato estatal que no tiene forma, fondo, idea ni formación para asumir sus responsabilidades mínimas que, en su expresión más primitiva, debe ser garantizar la protección de la vida y la propiedad de sus gobernados.

Imagínese, si no está capacitado para lo más elemental o si no es su regio deseo hacerlo, de lo demás ya ni hablamos.

Encomendémonos pues al Altísimo y que Dios nos ampare en este 2022 y lo que falte...

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