Gerardo Herrera Huizar

México-EU. Relaciones tortuosas

Joe Biden ha dado muestras inmediatas del interés que tiene sobre la situación en México, mismo que se expresa abierta y privilegiadamente en el tema de la seguridad.

Nunca ha sido ni fácil ni enteramente tersa la relación entre dos vecinos tan cercanos, como paradójicamente distantes. Las asimetrías y las visiones encontradas en temas comunes han determinado, históricamente, los fines, los modos y los medios empleados en las estrategias de Estados Unidos y de México.

No resulta fácil entender los evidentes cambios de actitud de la diplomacia mexicana entre las dos administraciones del vecino país del norte con las que ha tenido que convivir, sobre todo, tomando en cuenta las marcadas diferencias en el comportamiento de una y otra hacia nuestro país, al menos en el plano declarativo.

Amenazas, vituperios y presiones caracterizaron la presidencia de Donald Trump hacia México. El muro fronterizo fue la expresión material de la percepción del controvertido mandatario hacia los mexicanos que, a pesar de ello, fue objeto de elogios de nuestros máximos representantes.

Una vez más se tuvo que optar entre inconvenientes, elección racional, y dócilmente se respondió a la presión para frenar el flujo de migrantes procedentes de Centroamérica y el Caribe con pretensiones de encontrar mejores condiciones de vida en Estados Unidos, lo que ha representado, hasta el día de hoy, un serio dolor de cabeza para el gobierno mexicano, al que no se le ve una pronta solución y sí una alta probabilidad de agravamiento, dados los incidentes violentos que se han registrado en la frontera sur.

El cambio en la administración estadounidense, con el arribo del presidente Biden, ha dado muestras inmediatas del interés que su país tiene sobre la situación en México, interés que se expresa abierta y privilegiadamente en el tema de la seguridad.

Por ello no resultan extrañas las frecuentes visitas de altos funcionarios estadounidenses responsables de esos temas, exploratorias quizá las primeras, que han desembocado en la reciente reunión de alto nivel en materia de seguridad que, según se ha declarado, no llegó a resultados concretos ni satisfactorios para ambas partes.

El gobierno mexicano había anunciado previamente el fallecimiento de la llamada Iniciativa Mérida que desde la administración de Felipe Calderón se constituyó como el mecanismo de colaboración en materia de seguridad binacional, cuya efectividad fue seriamente cuestionada, a la luz de los resultados obtenidos.

El Diálogo de Alto Nivel sobre Seguridad, recientemente inaugurado entre los dos países, marca, pretendidamente, el inicio de una nueva etapa en las relaciones bilaterales, cuyo eje central es el respeto a las soberanías, pero no debe dejarse de lado que, en una relación tan compleja, la generación de confianza es fundamental.

Un aspecto trascendente que sin duda motiva las preocupaciones de los vecinos es la situación de violencia creciente motivada por los cárteles de la droga y el tratamiento que las autoridades mexicanas dan a la cada vez mayor actividad del crimen organizado en nuestro territorio, acompañado de una serie de adiciones a la reglamentación respectiva que restringe de manera específica la actuación de agentes extranjeros en suelo mexicano.

La nueva relación que se inaugura en materia de cooperación para la seguridad, evidentemente se verá catalizada por los factores económicos y sociales de manera determinante, como ha sido en el pasado.

El poder blando y el duro del que puede hacer uso Estados Unidos es innegable y el tema de las soberanías relativo en una relación tan compleja y obligada, donde el balance de fuerzas es enteramente asimétrico y la confianza mutua definitivamente frágil.

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