Edna Jaime

Bienvenidos a México, país que lastima a su juventud

En México, aun en un entorno lleno de desafíos estructurales, podríamos estar ejecutando intervenciones y programas que cambien la vida de los jóvenes.

En días recientes estuve en la celebración del décimo aniversario de YouthBuild México (YBM), organización mexicana vinculada a una red global de organizaciones que trabajan por los jóvenes. Tuve la oportunidad de formar parte de su Consejo por un tiempo, y pude constatar que cuenta con metodologías, programas, intervenciones que ayudan a ensanchar las oportunidades educativas y laborales de mexicanos entre los 18 y 29 años.

Los jóvenes en México no la pasan bien: los señalamos, los degradamos con términos que rebajan su autoestima, y no los atendemos como es debido. Para su aniversario, YBM preparó un documento que consolida información sobre las y los mexicanos en este grupo de edad.

El hecho de que este documento sea uno de los primeros, o el primero en su tipo, es todo un síntoma. No tenemos la disciplina de generar y consolidar información con un enfoque en las juventudes. Por ello, hubo que hurgar en encuestas, estadísticas de empleo, educativas e información diversa para poder ofrecer una panorámica de cómo están y cómo es previsible que sea el futuro de estos mexicanos, si las cosas siguen igual.

El estudio ofrece un recuento de desventajas que se acumulan en las trayectorias de vida de estos jóvenes, hasta dejarles un camino muy estrecho para su desarrollo. La escolaridad es el primer peldaño: baja escolaridad con aprendizaje de baja calidad (o poco relevante para el contexto laboral) constriñe a los jóvenes a empleos muy precarios. En México, cada vez menos jóvenes se inscriben a la educación media superior.

Lo anterior explica que más de la mitad de los mexicanos en este grupo de edad esté en condición de desempleo, subempleo y desocupación (no por adicción al ocio, sino porque se cansaron de buscar). De los que sí laboran, un grupo muy amplio tiene sueldos por debajo de dos canastas básicas (un poco más de ocho mil pesos mensuales, lo que se considera un sueldo no digno), y no tiene acceso a la seguridad social.

Bienvenidos a México, país que limita el desarrollo de su mayor activo: la juventud.

Quizá sin proponérselo, el reporte de YBM deja ver los problemas profundos del país. Nuestros grandes temas. A saber, décadas de bajo crecimiento económico, que limita lo que la economía puede absorber de la nueva fuerza de trabajo; asimetrías enormes entre la productividad de regiones y sectores y la persistente baja calidad de la educación, que condena a los muchachos a emplearse en la parte de la economía estancada, no en la pujante, moderna y transformadora. Para colmo, parece que estamos en un círculo vicioso, porque no hemos tenido la capacidad de incidir positivamente en los vectores que nos pemitirían salir de la trampa. Y cada vez son más grandes los impactos sobre las generaciones venideras.

Es bien llamativo que la actual administración esté haciendo un esfuerzo fiscal muy importante para generar una política pública específica para los jóvenes. Lo hace a través de un programa nada austero, pero sí muy mal diseñado. Jóvenes Construyendo el Futuro, está hecho de buenas intenciones, que acaban en malos resultados. Si tuviera que platicarle a un extraño sus objetivos y lógica, no sonaría mal. Pero en las políticas públicas las cosas no sólo deben sonar bien, también deben estar bien diseñadas. Debe existir una armadura de conocimiento que permita entender cómo se puede impactar en un problema público. Con esto como punto de partida, viene el diseño, la selección de la población objetivo, de las actividades o intervenciones, y la valoración de los resultados para poder corregir. Nada de esto puede obviarse. Todo esto le falta al programa que comento.

Esther Duflo, galardonada junto con su marido y un equipo más amplio de investigadores con el Premio Nobel por su trabajo en pro de programas contra la pobreza, ha querido llevar el método científico y experimental a la política pública. Poner lo que se aplica en la medicina y en las ciencias duras en el campo del comportamiento humano.

Duflo et al. han llevado este método a decenas de programas que buscan abatir la pobreza o atenuar las desigualdades. Ha habido de todo en sus hallazgos. Actividades que parecen de poca relevancia, como consultorios móviles de vacunación y bolsas de lentejas, pero que han sido un éxito rotundo al incrementar las tasas de inmunización de comunidades enteras. Pero también han encontrado que programas galardonados por la comunidad internacional no eran tan efectivos como aparentaban, y necesitaban un ajuste de tuercas para que dieran lo mejor de sí.

En México, aun en un entorno lleno de desafíos estructurales, podríamos estar ejecutando intervenciones y programas que cambien la vida de los jóvenes. Quizá no podremos cambiar el sistema educativo a lo largo de una administración, pero sí construir los puentes para conectar las habilidades de los estudiantes con lo que demanda el mercado de trabajo. Programas no tan grandilocuentes, pero con efectos transformadores verdaderos. Como los de YouthBuild, que en su aniversario dio voz a sus beneficiarios. Mujeres y hombres jóvenes que hoy cuentan una historia distinta a la que tenían predestinada. A todos se nos enchinó la piel.

Lo primero que debemos lograr en la próxima administración es recuperar la fe en las políticas públicas, las buenas, las que se hacen con método y conocimiento.

Para que podamos decir: bienvenidos a este país, donde nos aseguramos que los jóvenes tengan el mejor futuro posible.

La autora es directora de México Evalúa.

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