Edna Jaime

Víctimas concretas de una tormenta perfecta

Por decisión o por falta de acceso, la mayoría de los mexicanos tuvo que gastar de su bolsillo para atenderse por Covid-19.

En una de las columnas geniales que publica Gil Gamés en su periódico Milenio habla sobre la declaración de la directora del Conacyt en la que, sin pudor, informa que recursos destinados a la ciencia y tecnología fueron devueltos a la Tesorería de la Federación para ser reasignados a proyectos consentidos. Por eso Gil propone (no lo cito textualmente) que una sala del AIFA lleve el nombre de los donantes: quienes ‘involuntariamente’ aportaron dinero para favorecer a esta obra dilecta del presidente.

Yo quiero robarle la idea a Gil Gamés, pero subida de tono. Como en esos tú a tú de las películas mexicanas, estilo Pedro Infante frente a Jorge Negrete, cuando al son de la guitarra los desafíos escalaban peldaños, así haré con él. De mi nada ronco pecho propongo que en la refinería de Dos Bocas exista una placa que deje testimonio de los muchos enfermos con padecimientos crónicos y sin derechohabiencia que ‘involuntariamente’ donaron para que este proyecto de rentabilidad dudosa pudiera realizarse. Que tuvieron que acudir a servicios privados de salud, porque asumieron que no habría espacio para ellos en los públicos. Lo que siguió no puedo saberlo con exactitud, pero lo imagino: el sufrimiento de familias por no tener acceso a servicios de salud de calidad y, para colmo, quebradas económicamente.

Para este duelo que le propongo a Gil, tengo en mis manos la Encuesta de Salud y Nutrición 2021 (Ensanut). No estoy repantigada en un sillón mullido como él, sino en una silla perfectamente inapropiada para escribir (a lo que una se tuvo que acostumbrar por la pandemia, caracho).

La Ensanut 2021 es durísima en sus resultados. Retrata la gestación de un problema mayúsculo para el país, porque se cruzan distintas circunstancias: la pandemia con toda su inclemencia, la transición fallida del sistema de salud para atender a la población abierta y la compra de medicamentos, así como recortes presupuestales muy marcados para el sector. Los elementos de una tormenta perfecta.

La Ensanut es un instrumento de medición muy relevante. Se creó años atrás con la buena intención de medir el estado de la salud y nutrición de los mexicanos para cada periodo sexenal. Sirve como línea base de una administración entrante y como mecanismo de evaluación en su etapa final. La medición de la Ensanut se interrumpió por falta de recursos al final del sexenio de Peña Nieto, pero éstos se le restituyeron y tenemos hoy una encuesta continua que reporta resultados anualmente. Habla bien de los funcionarios de salud del país que estén dispuestos a ser evaluados periódicamente. Comprenden de muy buena manera que la información es el insumo de la política pública.

De entre lo mucho que puede mencionarse sobre la encuesta, comienzo por el Covid. Se confirma lo que suponíamos: los más fregados la sufrieron de manera inclemente. En las zonas más pobres del país la mortalidad por Covid fue más alta, y también en aquellos estados con mayor proporción de personas sin seguridad social y con mayor número de personas en el sector informal fueron particularmente afectados. No hicimos nada para proteger a los más vulnerables. Lo que se hizo los desprotegió aún más. Me refiero a la transición fallida del Seguro Popular al Insabi y hoy al IMSS Bienestar. Alerta máxima: los mexicanos más vulnerables nunca habían estado tan desatendidos.

Además, la población que recibió atención por Covid–19 recurrió mayoritariamente a servicios privados (69.2 por ciento), por 30.8 por ciento en el sector público. Sólo 38 por ciento de los afiliados al IMSS y 25 por ciento de los afiliados al ISSSTE se atendieron donde les correspondía. De la población sin seguridad social, apenas 14 por ciento se atendió en clínicas y hospitales de la Secretaría de Salud. Por decisión o por falta de acceso, la mayoría de mexicanos tuvo que efectuar gasto de bolsillo para atenderse... Que esto conste en la brillante placa a la entrada de Dos Bocas.

La Ensanut reporta cosas graves en cuanto a vacunación: estamos muy por debajo de las metas que nos habíamos propuesto. Apenas 27.5 por ciento de los niños de un año de edad cuentan con el esquema de vacunación completo; sólo 31.1 por ciento de dos años completaron el cuadro de vacunas clave. En unos años estos rezagos ‘saltarán’ en indicadores fundamentales, los que miden el desarrollo social y bienestar de una sociedad. México, la potente economía en el concierto mundial, con servicios de salud pública del tercer o cuarto mundo.

Hacia allá apunta el cuadro de enfermedades crónico-degenerativas: la práctica de detección ha desmejorado y la prevalencia de las enfermedades se ha incrementado. Pruebas de Papanicolau, por ejemplo, que en 2012 cubría a un poco más de 44 por ciento de las mujeres adultas, en 2021 apenas cubren a 21.4 por ciento. En diabetes, en 2012 las pruebas diagnósticas cubrían a casi 24 por ciento de la población, en 2021 apenas a 9.6 por ciento.

No se peleen conmigo, amigos de la 4T. Hablan los números. Yo soy la mensajera (una portavoz más), no el mensaje.

Detrás de estos números hay una realidad presupuestal que los respalda. Regreso al tema del Gil Gamés y su placa. Se ha desatendido a la salud porque existen otras prioridades. Que esto conste en la placa. Que lo sepa quien padece una enfermedad crónica: el dinero que debió dirigirse a atender su enfermedad en un hospital público, se destinó a una chimenea contaminante en Tabasco. Que conste en una placa, para la historia, para la posteridad.

La autora es directora de México Evalúa.

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