Edna Jaime

Hacienda pobre, futuro incierto

Hace falta mirar un poquito más profundo para advertir que la hacienda pública se empobrece. Y, así, el futuro no se puede ver bien, para ninguno de nosotros.

Me quiere dar algo cada que escucho a analistas de mercados decir que los indicadores de las finanzas públicas en México se ven bien. No comparto su opinión, pues nos fijamos en cosas distintas. Para los analistas lo importante es que el país no pierda la capacidad de cumplir con sus compromisos financieros a cabalidad. No atienden a cuestiones más específicas en materia presupuestal y mucho menos a los impactos micro. Desde mi perspectiva, que se construye a partir del trabajo y análisis de mis colegas en México Evalúa, lo que veo (vemos) es un deterioro muy profundo de la hacienda pública, lo que equivale al deterioro de la capacidad del Estado. Un deterioro que nos pega a usted y a mí y también a generaciones futuras.

El debilitamiento de las finanzas públicas es paulatino pero sostenido. Un amigo querido, economista muy bueno (no doy su nombre porque no pedí autorización para citarlo), sostiene que López Obrador recibió una hacienda pública profundamente debilitada. Y no lo dice textualmente, pero lo da a entender: lo que hemos visto en los últimos años casi no tiene parangón en términos de deterioro, y sin embargo no se nota (por lo pronto).

Hay cuatro aspectos, entre muchos otros, sobre los que quiero llamar su atención.

1. La gobernanza. Este siempre ha sido un problema nacional (no en vano el mandato original de México Evalúa contemplaba contribuir a su enmienda). Nuestro modelo ‘formal’ está diseñado para que en el ciclo de diseño y ejecución del presupuesto público se cuente con la concurrencia de otros actores, así como con mecanismos de control y transparencia en las distintas etapas. Las cámaras legislativas cuentan con atribuciones de peso en el proceso, que casi nunca se han hecho efectivas. El control del presidente de la República sobre el partido mayoritario en las cámaras y la disciplina ciega de los legisladores afectan la gobernanza, los mecanismos previstos para el contrapeso y control. Ni qué decir de otras instancias que tienen funciones en el proceso, como la Auditoría Superior de la Federación, que ha hecho lo necesario para no molestar al poder. Vaya, el presidente tiene todo el poder. Lo único que lo limita es su propia convicción de que un descalabro financiero le ‘arruina’ el sexenio.

2. El destino del gasto. Cuando afirmo que lo micro sufre, me refiero a que las asignaciones presupuestarias no están financiando políticas públicas orientadas a abatir nuestros rezagos, fortalecer instituciones de Estado o impulsar el capital humano del país. La evidencia indica que la inversión en lo social, por lo pronto, no ayuda a los más pobres. En materia de inversión física, los proyectos emblemáticos del presidente no dan señales de generar valor genuino; no se analizaron bajo el tamiz del retorno social o con miras de mediano o largo plazos para impulsar el crecimiento o la convergencia en productividad entre distintas regiones. Los servicios educativos y de salud se deterioran, y la pandemia redobla su rezago. El gasto público en este país no cambia el statu quo; lo refuerza y lo agrava.

3. La debilidad de la hacienda pública. Nos hemos consumido reservas, ahorros, fondos para gastos catastróficos... todo con la finalidad de mantener un balance que ya no es tal. Regreso al argumento de mi amigo economista: López Obrador recibió una hacienda muy debilitada, pero que contaba con recursos en el FEIP y en el Fonden, con fideicomisos varios para financiar proyectos en distintos ámbitos. Es decir, que a pesar de las deficiencias se contaba con fondos para responder a riesgos o contingencias severas. Hoy, que tenemos una emergencia como pocas a causa del COVID, no se nos proporciona información sobre cómo los recursos disponibles en ciertas reservas han sido utilizados (es más probable que su destino haya sido Pemex y CFE que la mitigación de las huellas de la pandemia). Lo cierto es que los saldos de esos fondos, el FEIP como ejemplo, están en niveles mínimos. Esos recursos, que presumiblemente financian gasto corriente, ya no estarán para ejercicios fiscales futuros. Lento, pero la soga nos aprieta el cuello.

4. El federalismo fiscal. Estados y municipios tendrán años difíciles, porque las transferencias de la Federación serán menores. Su falta de independencia fiscal los coloca en una zona de riesgo financiero. En este punto hay mucha responsabilidad de su parte. Los gobiernos estatales y municipales tienen potestades tributarias que no ejercen a cabalidad. Por ejemplo, las entidades que han decidido no cobrar la tenencia demuestran una alarmante claudicación, similar a la de los municipios que no aprovechan el cobro del predial. Así, su dependencia hacia la Federación es tanto económica como política. Prefieren sojuzgarse que atreverse a gobernar, comenzando por el cobro de impuestos.

Estos puntos no salen en la hoja de balance del gobierno. Pero sólo hace falta mirar un poquito más profundo para advertir que la hacienda pública se empobrece. Y, así, el futuro no se puede ver bien, para ninguno de nosotros.

La autora es directora de México Evalúa.

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