Ante la nueva oleada de contagios, parece que no aprendemos. Olvidamos y descartamos lo que hemos ido entendiendo desde marzo de 2020. De verdad, recordemos, retomemos, asumamos: no se deben plantear el derecho a la salud y el derecho a aprender como incompatibles. No son de suma cero, como si para avanzar en uno tenemos que perder en otro.
En este diciembre pasado revisitamos a los mismos niñas y niños con los que conversamos en abril, y, con el instrumento que ha sido tan valorado en el contexto de investigación internacional en educación, registramos sus avances y tropiezos en lo socioemocional y en los aprendizajes de lectura y matemáticas, todo siempre ponderado con su contexto socioeconómico y de dinámica familiar.
Tenemos, pues, la línea de seguimiento en nuestra investigación ‘Equidad y Regreso’. Lo que hallamos es un grito: a los alumnos de básica, la oferta a distancia no les gusta, no cuentan con dispositivos, y sobre todo no les funciona para aprender. En México, nuestra opción verdadera es acotar con tino y energía los riesgos para mantener la escuela pública abierta, pues ‘a distancia’ e ‘híbrido’ son pobres sucedáneos. Hay que ser realistas, pero también congruentes: las soluciones de cuidado de la salud y de aforo son más sencillas y efectivas.
¿Qué hallamos? Que quienes se encuentran todavía a distancia no sólo no están aprendiendo, sino que siguen perdiendo conocimientos; un 8.3 por ciento de los alumnos ‘a distancia’, que en abril lograron comprender un texto de tercer grado, en diciembre ya no pudieron hacerlo. La pérdida de aprendizaje es todavía más grave en aquellos que ya no volvieron a la escuela, pues en abril todavía 64 por ciento pudo comprender el texto, pero en diciembre sólo lo hizo 41 por ciento.
Asistir a la escuela, inclusive un solo día a la semana, hace la diferencia: en abril, 53.7 por ciento del grupo de quienes asisten un día a la semana pudo comprender el texto; y en diciembre ya fue 72.2 por ciento. En matemáticas, quienes asistieron a la escuela de manera sistemática, mejoraron en 10.7 por ciento al resolver una división. En abril lo logró 16.7 por ciento y en diciembre 27.4 por ciento.
Se aprende, pues, incluso con una presencia tan limitada como una vez a la semana, pero el objetivo es claro: a este punto, toda niña, niño y adolescente merece y necesita ir cinco días a la semana a su escuela. Consideremos, además, que las cuatro semanas que han pasado desde entonces –de nuestra última entrevista de evaluación hasta hoy que aparece este artículo– han agravado el asunto, pues no se anticipó una estrategia nacional ante la eventualidad de no abrir aulas.
Todas y todos en el país tenemos que impulsar el regreso total. Ello no significa desconocer, y menos dejar al azar la seguridad en las escuelas; exactamente al contrario: porque valoramos tanto, fundados en la realidad, lo que se aprende con la escuela en plena actividad, exigimos y hasta litigamos que haya condiciones, protocolos y suministros. Que no los haya, que se simule, que se desdeñe o se deje al poder de compra de las familias o a los magros ingresos de las y los maestros, es una grave injusticia que nos debe indignar y ser denunciada sistemáticamente. Regresemos para aprender, no por completar el powerpoint de la secretaria o el presidente en la conferencia matutina. Regresemos para aprender. Han mostrado, SEP y Presidencia, que no les importa: es vergonzoso que el centro de atención hayan sido los adultos que se justifican, y no los niños que necesitan justicia.
¿Qué exigimos, entonces? Una forma fácil de plantearlo es 5x5x5: para cada niña y niño, tenemos que exigir cinco horas de escuela, cinco días a la semana y cinco condiciones imprescindibles. Las cinco condiciones que la autoridad debe garantizar son: 1) agua (y jabón y sanitizantes); 2) aire, lo que implica ventilación, distancia y cubrebocas; 3) apoyo socioemocional, con el juego y convivencia que hace falta; 4) refuerzo en los aprendizajes fundamentales en donde se ha diagnosticado retrocesos, y 5) participación, lo que incluye escuchar a la comunidad todo el tiempo, para que las soluciones sean solidarias y sustentables, y la exigencia a la autoridad sea constante.
Sólo hacer la cantaleta de “regresen, regresen”, sin dar confianza en los hechos, y sin un propósito, es estéril. Si logramos que todas las familias capten que el aprendizaje es algo vivo –y que no se queda detenido con el marcador en ceros, sino que decrece, que es como una grave desnutrición en las capacidades de la generación joven, y que por lo tanto es necesario un plan de recuperación vigoroso– entonces sí hay esperanza.
Si tenemos un para qué, se encuentra el cómo. Los que vamos reprobando somos nosotros, adultos, porque la autoridad enseña división, y se lo permitimos, y porque no estamos sabiendo multiplicar. Que no nos contagien: la incapacidad de la autoridad no debe implicar la inacción de los demás. 5x5x5; al menos eso, para regresar a aprender.
El autor es presidente ejecutivo de Mexicanos Primero.