Colaborador Invitado

Si rescatamos a bancos, rescatemos a países en desarrollo

Con el aumento de las desigualdades entre ricos y pobres y países en desarrollo y desarrollados, se hace patente que un mundo con dos vías entraña peligros para todos.

Si podemos rescatar a los bancos, podemos rescatar las esperanzas de los países en desarrollo.

La debacle de dos grandes bancos en las últimas semanas acaparó titulares en todo el mundo. En el transcurso de un solo fin de semana se movilizaron más de 250 mil millones de dólares para proteger bancos en Estados Unidos y Suiza.

En cambio, no ha habido tal intento de rescate para decenas de países en desarrollo que luchan por hacer frente a un torrente de crisis, desde las perturbaciones relacionadas con el clima hasta la pandemia de Covid-19 y la guerra rusa en Ucrania. Se los trata como si el fracaso fuera una opción aceptable.

La pandemia y la desigual recuperación repercutieron duramente en los países en desarrollo. Los países desarrollados adoptaron políticas fiscales y monetarias expansivas con las que pudieron invertir en la recuperación, hasta el punto de que ya han retomado en gran medida la senda de crecimiento anterior a la pandemia. Sin embargo, los países en desarrollo, enfrentados a elevados costos de endeudamiento y a un margen fiscal limitado, no tuvieron esa posibilidad. Si recurren a los mercados financieros, pueden encontrarse con que se les apliquen tipos de interés hasta ocho veces superiores a los de los países desarrollados, en lo que constituye una auténtica trampa de deuda.

La crisis climática no amaina y el impacto que tiene en los países menos adelantados y los pequeños Estados insulares en desarrollo es desproporcionado. Mientras que los países desarrollados pueden permitirse pagar por la adaptación y la resiliencia, los países en desarrollo no pueden hacerlo. Entretanto, la guerra de Rusia en Ucrania ha amplificado y acelerado una crisis mundial del costo de la vida, empujando a decenas de millones de personas más a la pobreza extrema y el hambre.

En la actualidad, 60 por ciento de los países de ingreso bajo corren un elevado riesgo de sobreendeudamiento o están sobreendeudados, cifra que supone el doble que en 2015. Desde 2020 los países de África han gastado más en el pago del servicio de la deuda que en sanidad.

Si bien cada país tiene su propio contexto, los desafíos son sistémicos, perpetuados por un sistema financiero mundial disfuncional que se centra en los beneficios a corto plazo y ofrece demasiado poco, demasiado tarde.

El mundo está agotando rápidamente su tiempo para rescatar la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), nuestro plan acordado universalmente para la paz y la prosperidad en un planeta sano. La perspectiva de un mundo en que todas las personas puedan beneficiarse de asistencia sanitaria, educación, trabajo digno, aire y agua limpios y un medio ambiente sano va alejándose de nuestro alcance.

Con el aumento de las desigualdades entre ricos y pobres, hombres y mujeres y países en desarrollo y desarrollados, se hace patente que un mundo con dos vías, la de quienes tienen y la de quienes no tienen, entraña peligros claros para todos. Sin una actuación urgente y ambiciosa, esta brecha se traducirá no solo en un déficit de desarrollo catastrófico en muchos países, sino también en un déficit de confianza explosivo en todo el mundo.

Por eso exhorto al G20 a que apruebe un plan de estímulo para los ODS, con el fin de aumentar la financiación asequible a largo plazo para los países necesitados en al menos 500 mil millones de dólares al año.

El plan de estímulo para los ODS pretende impulsar las inversiones a largo plazo en desarrollo sostenible, especialmente allí donde la transformación es más urgente: energías renovables, sistemas alimentarios sostenibles y revolución digital. Los países en desarrollo necesitan financiación y tecnología para realizar estas transiciones con las mínimas perturbaciones sociales.

Para ello es necesario actuar en tres ámbitos.

En primer lugar, debemos hacer frente al elevado costo de la deuda y a los crecientes riesgos de sobreendeudamiento. Necesitamos una nueva iniciativa para abordar el alivio y la reestructuración de la deuda de todos los países en situación de riesgo, desde los países menos adelantados hasta los países vulnerables de ingreso mediano.

Los instrumentos de deuda deben incorporar cláusulas sobre desastres y pandemias que suspendan los pagos en tiempos de crisis. El plan de estímulo para los ODS también reclama herramientas innovadoras en que se sustituya la deuda por inversiones en pro de los ODS. Necesitamos una nueva arquitectura de la deuda para tratar eficazmente con el nuevo panorama de la deuda.

En segundo lugar, debemos aumentar la financiación a largo plazo en condiciones concesionarias para todos los países que la necesiten.

Las inversiones productivas a largo plazo en sostenibilidad pueden combatir la crisis climática, crear empleos dignos, estimular el crecimiento y aumentar la resiliencia.

Los bancos multilaterales de desarrollo deben desempeñar un papel constructivo en estas inversiones. Para aumentar su capacidad de préstamo, deben utilizar el capital existente con mayor eficiencia, basándose en el examen del G20 de la idoneidad de los marcos de gestión del capital, junto con nuevas aportaciones de capital. Los ODS deben incorporarse en todas las etapas del proceso de préstamo.

Los bancos multilaterales de desarrollo deben transformar sus modelos de negocio y aceptar una nueva manera de afrontar el riesgo. Entre otras cosas, esto supone el apalancamiento masivo de sus fondos para atraer mayores flujos de financiación privada hacia los países en desarrollo.

En tercer lugar, debemos ampliar el suministro de financiación de contingencia y emergencia a los países que la necesiten. El año pasado, el Fondo Monetario Internacional asignó 650 mil millones de dólares en derechos especiales de giro, el principal mecanismo mundial para impulsar la liquidez durante las crisis. Según las cuotas actuales, los países desarrollados recibieron 26 veces más que los países menos adelantados, y 13 veces más que todos los países de África juntos.

La financiación de emergencia debería acudir de manera automática a los países más necesitados. Lo que está haciendo es todo lo contrario: acentuar las desigualdades. El plan de estímulo para los ODS exige una reasignación considerable de los derechos especiales de giro no utilizados a los países que los necesitan. Deberíamos replantearnos también el papel que desempeñan los derechos especiales de giro, especialmente en la tarea de facilitar inversiones sostenibles.

Todas estas propuestas se están debatiendo en el G20, los órganos rectores de las instituciones financieras internacionales y procesos innovadores como la Iniciativa de Bridgetown, liderada por la primera ministra de Barbados, Mia Amor Mottley, así como en las Naciones Unidas. El plan de estímulo para los ODS aúna esos debates que se mantenían por separado y reclama una mayor ambición y una actuación inmediata.

Nos corresponde la responsabilidad compartida de garantizar un futuro próspero y sostenible para todos.

Los ODS son el camino para asegurar ese futuro, y el plan de estímulo para los ODS es el vehículo que nos llevará a ese fin.

El mundo debe subir a bordo ya.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible son demasiado grandes para fracasar.

António Guterres es secretario general de la ONU.

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