El día de ayer, la Reserva Federal (Fed) decidió reducir su tasa de política monetaria en 25 puntos base. No se trató de una reunión de rutina: la autoridad monetaria actuó en buena medida por la debilidad del mercado laboral, que tras las revisiones recientes a las cifras de empleo ha resultado ser mayor de lo anticipado originalmente. Conviene recordar que la Fed tiene un mandato dual: por un lado, mantener la inflación baja y estable, y por otro, procurar un mercado laboral con bajo desempleo.
Este doble mandato hoy representa un conflicto para la Fed. La inflación se mantiene elevada, por encima del objetivo de 2%, mientras que el mercado laboral muestra señales de enfriamiento. Es poco común que los objetivos entren en tensión. Por lo general, cuando el desempleo es bajo surgen presiones inflacionarias, mientras que cuando es alto ocurre lo contrario. El índice de precios al consumidor (PCE) subyacente, la medida predilecta de la Fed para vigilar las presiones inflacionarias, se encuentra en alrededor 2.9%, lo cual evidencia que la batalla contra la inflación aún no está ganada e incluso muestra retrocesos. Una parte de estas presiones inflacionarias obedece a la imposición de aranceles sobre un número amplio de importaciones.
Por otro lado, la demanda por trabajadores se ha reducido de forma considerable, lo que apunta a un mercado laboral más débil. La paradoja es que esta caída no se ha traducido en un aumento visible en la tasa de desempleo. La razón está en las políticas antiinmigrantes que han reducido la oferta laboral. Esto implica que actualmente la tasa de desempleo no está reflejando la debilidad del mercado laboral.
Pero el reto de la Fed no se limita al conflicto entre inflación y empleo. A esto se suma un factor que amenaza con minar la credibilidad institucional: los ataques a su independencia. El intento de destituir a la gobernadora Lisa Cook, basado en acusaciones endebles y no relacionadas con su gestión en la Fed, es un ejemplo de la presión a la que se enfrenta el banco central. A esto se suma la intención del nuevo integrante del Consejo de la Fed, Stephen Miran de mantener de forma simultánea su cargo como asesor de la Casa Blanca.
Estos ataques coinciden con una política fiscal que mantiene el déficit muy elevado, en niveles cercanos al 7% del PIB. Esa combinación resulta particularmente tóxica y ha generado preocupaciones sobre la posibilidad de dominancia fiscal — cuando el banco central pierde autonomía porque busca mantener las tasas de interés bajas, acomodando la postura monetaria a las necesidades del gobierno.
En este escenario, aunque la Fed reduzca su tasa de interés de corto plazo, las tasas de largo plazo permanecen elevadas debido a la desconfianza que genera la persistencia del déficit y la percepción de mayor fragilidad de la propia Fed. Y son justamente esas tasas de largo plazo las que determinan decisiones clave en la economía real: la inversión empresarial, el financiamiento de proyectos de infraestructura, y la capacidad de las familias para acceder a un crédito hipotecario. En otras palabras, la política monetaria pierde eficacia en la medida en que se ve contrarrestada por la política fiscal y por la erosión de la confianza institucional.
Lo irónico es que quienes atacan a la Fed suelen hacerlo con el argumento de que la institución mantiene las tasas demasiado altas, estrangulando la economía. Sin embargo, sus propias acciones, ya sea a través del déficit fiscal, del proteccionismo comercial o de la presión política, son las que contribuyen a que las tasas de largo plazo no disminuyan. El remedio, en este caso, no es debilitar la autonomía de la Fed. La solución pasa por corregir los desequilibrios fiscales, revertir las medidas proteccionistas y reconstruir el respeto hacia la independencia del banco central.
La historia económica enseña que las instituciones monetarias pierden su capacidad de anclar expectativas cuando se subordinan a intereses políticos de corto plazo. En América Latina tenemos ejemplos de sobra de lo costoso que es socavar la credibilidad de los bancos centrales: inflaciones desbordadas y pérdida de confianza en las monedas locales. Estados Unidos no es inmune a estos riesgos. Si el verdadero objetivo es tener tasas de interés más bajas, el camino debería ser claro: reducir el déficit fiscal, eliminar el proteccionismo que presiona los precios al alza y respetar la autonomía de la Reserva Federal.