Año Cero

La inagotable estupidez humana

Henry Kissinger sostenía que a los EU que él asesoró les costó 40 años separar a China y a Rusia; mientras que a Donald Trump le bastaron dos años para volverlos a unir.

“Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro”: Albert Einstein

Cuando quiero ponerme conspirativo, pienso en que la mejor manera de salir de la crisis moral, económica, militar y social en la que está metido el imperio estadounidense –categoría que alguna vez ostentó y que sigue luchando por conservar– es por medio de apostarlo todo a través de una guerra, que les permita, en la manera de lo posible, recuperar su honor, su economía y su capacidad estratégica. Después de pensar en eso, me viene a la mente el pensamiento sobre que las guerras de la actualidad –en las que intervienen potencias más o menos similares en cuanto a su capacidad de destrucción– son guerras que siempre acabarán en tablas, para mal. Todo ello, con relación a nuestro futuro como seres humanos y a la permanencia de nuestro planeta que, aunque muy deteriorado, todavía lo podemos reconocer y quién sabe si hasta incluso salvar. En pocas palabras, la realidad es que no hay ninguna posibilidad de que haya un vencedor claro en una guerra que se dispute entre Estados Unidos, China y Rusia. ¿Entonces, a qué están jugando?

¿Qué le pasa a Nancy Pelosi? ¿Qué le pasa al Partido Demócrata estadounidense? ¿Qué le sucede al presidente Biden? Es muy difícil de entender que, pese a que sean dos poderes complementarios y vengan del mismo partido, uno de ellos se pueda poner a jugar con misiles nucleares balísticos sin el conocimiento del otro. Pero, lo que es peor, imagínese lo que hubiera significado que el presidente Biden le hubiera prohibido a la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense hacer su viaje y que ésta –en nombre de la juventud que ya no tiene– sencillamente hubiera decidido desobedecer e ignorar dicha instrucción.

Por donde se vea, la visita de Nancy Pelosi a Taiwán fue un desacierto. Si se trató de una operación para comprobar su vitalidad y vigor al tigre, el acto salió muy mal. El tigre, con razón o sin ella, se cree en plenitud de fuerza y fortaleza, y está dispuesto a morir en defensa de lo que él cree y que, sobre todo, pretende que los demás creamos. Con una guerra en disputa como la de Ucrania, con una Europa desangrada y descorazonada, y con una China que por primera vez en mucho tiempo muestra signos de debilidad y crisis económica, imagínese todo lo que este acto pudo haber desencadenado. Sobre todo, si se considera la mentalidad de que –como siempre ha pensado Estados Unidos– las guerras son un camino de solución de las crisis económicas, a pesar de que la historia ha demostrado que siempre fue peor el remedio que la enfermedad. Esto se da en medio de una coyuntura en la que cada día que pasa los que forman parte del llamado bloque occidental democrático de desarrollo nos vamos quedando más aislados frente a las otras realidades del mundo. Unas realidades que son numéricamente, estratégicamente –y desde donde se vea– cada día superiores a Occidente.

Hasta aquí, el pelotón de los que han acudido en ayuda inmediata y ofrecimiento hacia China hasta donde dé lugar –o, como decimos en México, “hasta donde tope”– está conformado por Rusia e Irán. Cualquiera que conozca la historia sabrá que India no lo puede hacer por el diferendo territorial que tiene de manera permanente con China. Pero eso no quiere decir que en una especie de asociación similar a la de los BRICS, no se terminen por organizar dos bloques claros en el mundo que, además de jugar con misiles y al holocausto nuclear, puedan crear una economía y una realidad económica alternativa en la que claramente llevamos las de perder.

Cuando se saca una pistola siempre se debe de estar dispuesto a disparar. De lo contrario, es mejor ni siquiera cargar con una y con ello evitar tener que comértela en forma de sopa. En este momento, aparte de la evidencia de la ya completa destrucción y división del Partido Demócrata y de las instituciones estadounidenses, ¿verdaderamente qué significa la aventura de Pelosi en Taiwán? ¿Para qué se hizo? ¿Qué se buscaba o se perseguía?

Los estadounidenses lograron escaparse de Vietnam y del fracaso que significó para Occidente el sureste asiático, por una razón elemental. Los estrategas ignorantes del Departamento de Estado, los constructores de la teoría del dominó durante la presidencia de Eisenhower, averiguaron demasiado tarde que la ruptura entre Mao y Stalin –es decir, entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y su contraparte china– era verídica y contundente, y que, bajo ninguna circunstancia, la victoria en Vietnam de los chinos significaría el incremento de la fuerza política de la Internacional Comunista o del Kremlin. Eso fue lo que motivó la visita de Kissinger a China y pactar con Mao el restablecimiento de las relaciones lo que mejor representó el panorama global y que marcaron el final del siglo 20 y el inicio del siglo 21.

Henry Kissinger sostenía que a los Estados Unidos que él asesoró y que inspiró, les costó 40 años separar a China y a Rusia. Mientras que a Donald Trump le bastaron dos años para volverlos a unir. Hoy China y Rusia comparten –aunque con grandes diferencias, ya que China no es aventurera ni guerrera como lo es Rusia– posturas en común. No hay que olvidar que el gran símbolo chino es la Gran Muralla, misma que simboliza el hecho de que el país asiático ha dejado de tener una postura y aspiraciones invasoras y que más bien ha adoptado una posición de defensa desde hace siglos.

Desde los últimos momentos del gobierno de Donald Trump se ha producido una curiosa alianza que se ha forjado lenta, pero constante. Así como Trump siempre ha sido y seguirá siendo el amigo querido de Vladímir Putin, no hay que olvidar que fue también el exmandatario estadounidense quien declaró la guerra arancelaria en contra de China, poniéndole fin a la época idílica en la que los chinos podían llevarse todo y Occidente estar contento y satisfecho con todo lo que vendía a China. La ruptura y fragmentación provocada por el anterior ocupante de la Casa Blanca con los chinos ha sido, en gran medida, la razón por la que tanto Putin como Xi Jinping han ido estrechando lazos.

¿Estamos en la antesala de una tercera guerra mundial? Creo que ya se está desencadenando la primera de las batallas globales, que es la económica, ya que, al final del día y con independencia de que se disparen o no los misiles, resulta imposible retrotraerse a las épocas de los Acuerdos de Bretton Woods o a la época en la que todo era regido desde el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Esta es otra época. Pese a la fuerte posición del dólar, en esta época los actores económicos dominantes ya no son Estados Unidos ni la Unión Europea. Su largo rosario de fracasos impide pensar que en los próximos años veremos una Unión Europea fuerte y consolidada.

Con esa nueva estructura económica, ¿significa que los países del BRICS son quienes van a citar y a dictar las normas económicas? No lo sé. Pero lo que sí sé es que en este momento la unión de intereses entre la dependencia energética europea sobre Rusia, aunado al gran poder económico chino en forma de fuertes inversiones, tanto en Estados Unidos como en Europa, pueden producir una situación muy desfavorable para Occidente. Todo esto nos lleva a un escenario en el que, primero, existe el riesgo económico y social dentro de lo que es además una especie de crisis y eliminación masiva del concepto democrático en las principales sociedades, tanto desarrolladas como en las que están en vías de desarrollo. Pero, además, este panorama coloca a países como México en una coyuntura que puede resultar muy favorable, si es que se sigue el primer impulso engañoso de contar con una alternativa real que sume a nuestro desarrollo económico desde fuera del TMEC, buscando ser una economía funcional, estrechando lazos con los países del otro lado del océano Pacífico y con bloques como la ASEAN.

Como pueden ver, este no es el mejor momento para que la gerontocracia gobierne el mundo, ni es el mejor momento para andar haciendo experimentos con nitroglicerina pensando que es agua mineral, como lo que significó el viaje de Pelosi a Taiwán. A partir de aquí, una de las grandes preguntas es: ¿cuándo, dónde y cómo terminará la guerra de Ucrania? Una situación que cada día me asombra más, porque nadie habla del término de ese conflicto, y lo único que va a provocar es que, al final de la guerra, no quede ningún ucraniano vivo. Y es que, con el aterrizaje de la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense en Taipéi, lo único que queda claro es que los taiwaneses –al igual que los ucranianos– están en un grave riesgo de desaparecer. Ante todo esto, lo único que queda claro es que no aprendemos nada del pasado y que lo único que constantemente se incrementa es la estupidez humana. Espero estar equivocado y que la razón, por primera vez, se imponga.

Esta columna se despide por lo que queda de agosto. Volveremos el primer lunes de septiembre, aunque nadie sabe en qué condiciones ni en qué mundo estaremos para ese entonces. ¡Buen verano!

COLUMNAS ANTERIORES

El poder no debe nada
¿Habrá elecciones?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.