Año Cero

América libre

Hoy América es libre. Desde 1990, cuando la toma de Panamá, que los marines de Estados Unidos no se pasean por la América de habla hispana imponiendo regímenes.

Desde que el 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón escuchó la palabra “tierra” y empezó a ver los perfiles de la isla de Guanahaní –bautizada por él como la isla de San Salvador–, la América que habla español ha tenido muy pocas oportunidades de ser libre y próspera. Primero fue el imperio, que no actuaba como lo hacía en su periodo colonizador el imperio inglés. A pesar de todos sus defectos, de su colonialismo y de todos los abusos que cometieron, los ingleses pronto entendieron que, o creaban y desarrollaban instituciones o terminarían teniendo una dictadura. Suele decirse que la democracia inglesa tiene la misma resistencia que la campiña inglesa, es decir, que la democracia inglesa es el producto de siglos en los que, a pesar de que lloviera o fuera calentada por el Sol, permanecía inmutable. Incluso hasta nuestros días.

Cuando hubo conflicto, el rey Carlos I de Inglaterra y de Escocia quiso demostrar que el mandato divino que significa haber nacido rey podía contra la voluntad popular. Y hubo un político, un hacendado, un hombre normal y creyente llamado Oliver Cromwell que no sólo venció a los ejércitos del rey, sino que, gracias a que le cortó el cuello al rey Carlos I –cuyo magnífico retrato se puede contemplar en la Galería Nacional de Londres–, salvó la monarquía. Sin embargo, otra cosa fue que Cromwell –que no estaba tocado por el dedo de Dios– cometiera errores, para empezar, con su propia denominación. Alguien que se hace llamar a sí mismo “lord protector de la mancomunidad de Inglaterra, Escocia e Irlanda”, dice todo en relación a cómo es que entendía la vida y cómo pretendía gobernar.

Después llegó el imperio español y con él personajes como Cristóbal Colón, Carlos V o Felipe II. Me sigue pareciendo increíble el corto espacio de tiempo en el que el imperio español –tan defectuoso y equivocado en su falta de construcción de instituciones, aunque es verdad que uno no puede construir lo que no posee– hizo una gigantesca obra arquitectónica y de todo tipo en la América donde no se ponía el Sol. Y todo para mantener su imperio.

Sin embargo, pasó el tiempo y los españoles cayeron. Fueron consumidos por sus propias contradicciones internas y, sobre todo, por su ausencia de organismos que le dieran estructura y sentido a su poderío. ¿Quién los sustituyó? Los estadounidenses. El 15 de febrero de 1898, día en el que el buque estadounidense USS Maine explotó en la bahía de La Habana, ese día también estalló la posibilidad de que la América que no habla inglés fuera libre. Desde la época de Thomas Jefferson, los estadounidenses sabían y entendían que la clave del éxito de su país radicaba en ser una inmensa y gigantesca nación. Por eso compraron todo, invadieron todo –como sucedió en la intervención de 1848 de Estados Unidos a México en la que nos robaron más de la mitad de nuestro territorio– y el resto fueron construyendo a base de bayonetas y dólares.

Hoy América es libre. Desde 1990 que los marines de Estados Unidos no se pasean por la América de habla hispana imponiendo regímenes. Las últimas dos confrontaciones bélicas ganadas por el imperio estadounidense fueron la invasión de Granada de 1983 y la toma de Panamá entre 1989 y 1990. Aunque también lo hicieron en 1994 y 2004 en Haití, pero con ayuda de Francia y Reino Unido. El resto es vergüenza y escarnio, derrota militar tras derrota militar estadounidense. Por si había alguna duda sobre cuánto de libre podría ser América, la que no habla inglés, llegó el 11 de septiembre de 2001. A partir del atentado contra las Torres Gemelas, nuestros vecinos del norte se dedicaron a hacer todo lo posible para evitar vivir un 12 de septiembre en el que se vieran combatiendo con todas sus fuerzas y contra todos sus enemigos. Fue en ese momento en el que abandonaron América. Sin esa situación y conjunto de factores, Hugo Chávez nunca hubiera culminado su gobierno y nunca hubiera habido una consolidación como la que se dio con los países del ALBA, con las alianzas de izquierdas, o nunca hubiera existido un cuadro como al que hoy nos enfrentamos.

En la cabeza de Andrés Manuel López Obrador –Presidente constitucional de México y gobernante que tiene la mayor legitimidad popular desde que el país se declaró independiente– Chile y Salvador Allende siempre han ocupado un lugar muy especial. Y lo ocupan por partida doble, por una parte, por lo que era y representaba el ensimismamiento y la utopía allendiana. Y, por la otra parte, por el miedo terrible a que los estadounidenses y los militares acabaran con su régimen y –me temo– también con su vida.

Hoy, en una América que es libre, pero que es fracasada, hay una figura que brilla más que ninguna otra y que se llama Andrés Manuel López Obrador. Todo empezó en Chile en el año 1973 y es en Chile donde todo termina en 2022. Un seguidor de Allende, un socialista, alguien con raíces comunistas, será el presidente chileno más votado de su historia. Joven, muy joven –con tan sólo 35 años–, el nuevo mandatario electo de Chile presenta un programa que verdaderamente plantea la tragedia de la América libre.

La semana pasada, en nombre del presidente López Obrador, Marcelo Ebrard le dio el visto bueno al nuevo presidente de Chile, Gabriel Boric, en su visita a la capital chilena. Boric es un hombre que nació cuando todo lo que mencioné previamente ya había pasado. Él no sabe lo que significa tenerle miedo a la CIA o lo que significa ser invadido por los marines. Boric sólo sabe sobre la venganza que se dio en la Plaza Italia de Santiago de Chile, luchando contra los carabineros en medio del estallido social chileno. Pero sobre todo sabe –como también lo sabemos todos– el fracaso en el reparto social de los regímenes que, con ideología, razón y votos, nunca supieron cambiar la historia de sus países.

América, la libre, tiene sueños. Tiene ideologías. Tiene afrentas. Tiene odios almacenados en su alma. Lo que no tiene son balances económicos favorables ni éxitos económicos ni sociales qué brindarle a sus pueblos. La mejor oferta de la América libre es la venganza histórica. Observe a Cuba, Bolivia o Venezuela, países que –con todas las riquezas del mundo imperando– son fracasos que producen hambre y represión en sus pueblos. México es harina de otro costal. México siempre fue distinto. Desde el principio, México no era un reino consolidado contra el que había que luchar para vencerle como, por ejemplo, sucedió en Perú y el imperio inca. El imperio mexica era una suma de debilidades en torno a la fortaleza de una crueldad que imponía a los demás no solamente impuestos, sino que también imponía una manera de vivir en forma de penacho.

Hoy la América libre tiene un líder indiscutible en el Presidente que gobierna México. Hoy, la América libre sigue arrastrando la deuda irredenta de Argentina, pero, sobre todo, hay una gran pregunta que sigue presente en cada rincón de la América latina. Esta pregunta es: ¿por qué los regímenes políticos –que no es la primera vez que tienen el poder– han fracasado una y otra vez en la gran asignatura pendiente de las Américas, que es el reparto social? ¿Por qué la oferta puede ser de odio y de venganza, pero no puede ser de desarrollo y de construcción de unos países que finalmente se consoliden como lo que pueden ser, es decir, como potencias mundiales? Y es que, sin duda alguna, lo podrían ser no sólo por toda la capacidad que tienen en materias primas, sino también por diversos elementos históricos y culturales.

¿Volverá alguna vez Estados Unidos a importar y tener un papel decisivo y determinante en América? No lo sé. ¿Es China un factor determinante en América? Sin duda alguna. ¿Qué nos espera? Tampoco lo sé. Lo único que espero es que en esta primavera de libertad podamos verdaderamente hacer algo para que los pobres en América sean cada vez menos. Y que los cambios de regímenes y la política sirvan de verdad para cambiar y para terminar con la criminal brecha social. De lo contrario, de nada habría servido haber sido libres.

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