Monterrey

Jorge O. Moreno: Gracias, y una reflexión final

El día de hoy concluyo una de las etapas formativas más desafiantes e interesantes de mi carrera profesional: la de periodista de opinión en este proyecto.

De la mano del cierre de la edición de El Financiero Monterrey, esta columna, titulada Opinión UANL, llega a su fin, sellando así poco más de una década de colaboraciones quincenales compartidas de manera ininterrumpida en este espacio.

Mi primera colaboración, aquel viernes 2 de octubre de 2015, me confirmó la importancia de la academia en la construcción de un diálogo reflexivo sobre nuestra sociedad, y me abrió un panorama nuevo sobre el papel de las ideas en el diagnóstico, diseño, implementación, seguimiento y evaluación de la política pública.

En este espacio se discutieron temas que iban de lo trivial (como la superioridad deportiva durante la época dorada de los Tigres en el futbol) hasta lo preponderante (representado por la cobertura de la pandemia por COVID-19, desde su inicio, la falta de políticas claras en lo federal y los aciertos y retos en el ámbito estatal), procurando dar una lectura asertiva crítica al accionar de tres distintos presidentes en el gobierno federal (una de ellas, la primera mujer en ocupar ese cargo en nuestra historia) y dos gobernadores en el estado de Nuevo León, siempre procurando brindar a usted, mi lector, una visión académica y fundamentada de cada argumento presentado.

Estas reflexiones fueron testigos que registraron los cambios en nuestro entorno, analizando los hechos en términos de aciertos, retos y, en muchos casos, contradicciones del entorno económico, político y social de nuestro país y del mundo, a la luz de la academia y la ciencia económica.

Aquí también tuve espacio para compartir hallazgos científicos relevantes, publicaciones académicas de vanguardia, y brindar un breve tributo a aquellos maestros y mentores que se adelantaron en el camino compartiendo sus enseñanzas y reflexiones sobre la ciencia y el arte de la economía social.

Agradezco, en primer lugar, a mi institución, Universidad Autónoma de Nuevo Léon y en particular a la Facultad de Economía y sus distintos directores en este periodo (Julio Arteaga, Raymundo Galán y Joana Chapa) por apoyarme en esta gran experiencia y compartir conmigo la visión de la importancia de la divulgación académica y científica en la construcción del desarrollo social en nuestra entidad.

También, externo mi gratitud a todo el equipo de El Financiero Monterrey por haberme brindado la libertad total para opinar abiertamente sobre cada tema propuesto y publicado, sin cambiar una coma, punto, ni palabra, en cada contribución que envié, permitiéndome así ser responsable de cada idea compartida en este espacio.

Mi reconocimiento a Alberto Tovar por haberme abierto las puertas a este proyecto desde el primer día, confiando en la relevancia de la opinión académica, y a Arturo Bárcenas y Sonia Coronado, por haber confiado en mi opinión en diversas entrevistas y en espacios compartidos.

Mi total agradecimiento también a Amy Vela, quien, además de su labor como periodista, realizó un excelente trabajo al coordinar la publicación de las columnas enviadas quincena tras quincena.

Finalmente, externo mi aprecio, admiración y respeto a mi colega y amigo Edgar Rivera, por compartir conmigo la pasión por la economía, por haberme enseñado la importancia de la opinión económica documentada, y por demostrarme la genuina necesidad social de que los académicos y científicos “bajáramos de nuestra torre de marfil” para conocer la “realidad de a pie” de nuestro entorno, aprendiendo a comunicar de forma asertiva ideas complejas a un público demandante y necesitado de respuestas.

Deseo concluir esta etapa con una reflexión final: el México de hoy es muy diferente al que empecé a divulgar y sobre el que compartí mis reflexiones en este espacio hace 10 años. Quisiera decir que nuestro país es mejor que el de entonces, pero la realidad que observo es adversa e incierta.

Los retrocesos económicos, políticos y sociales observados en esta década, de la mano de todos los temas que, en la prisa por avanzar al siguiente punto en la agenda pública, quedaron borrados y olvidados de la discusión profunda, no deben olvidarse y deben ser elementos a considerar en nuestro aprender responsable como ciudadanos.

El casi millón de muertes en exceso de mexicanos durante la pandemia (esto solo en los casos registrados) y la enorme pérdida de personal médico y auxiliar calificado, y el enorme rezago educativo, hicieron de México uno de los peores países afectados por esta contingencia.

Las fallidas políticas para garantizar la seguridad de todos los mexicanos, la desaparición de las instituciones ciudadanas, la falta de transparencia en la implementación de programas sociales, la rampante corrupción, y la consumación de un proyecto político monopólico y sin contrapesos en los tres poderes del estado, son temas inconclusos que quedarán registrados en la historia de México y que se siguen escribiendo día a día.

De los 10 años de reflexionar escribiendo y aprender opinando, he llegado a la conclusión de que el éxito de la civilización occidental se basó en un contrato social fundamentado en cuatro principios garantes que todo estado debe proveer a sus ciudadanos: libertad, igualdad, justicia y transparencia. Estos principios no son ni deben ser negociables, y su cumplimiento es obligación de quien acepte dirigir el rumbo político de una sociedad.

Cuando estos cuatro pilares son sólidos y están garantizados, dos mecanismos institucionales emergen como solución para una administración eficiente y óptima del entorno social: en lo político, la democracia participativa; y en lo económico, el sistema de precios mediante mercados descentralizados.

Para que la democracia y los mercados cumplan su función institucional social, se requiere, como condición necesaria, que el Estado provea estos cuatro pilares; la ausencia de cualquiera de ellos acarrea consecuencias indeseables en lo político (oligarquía, demagogia, populismo, tiranía y demás formas de gobierno corruptas) y en lo económico (monopolios, oligopolios, monopsonios y todas las “fallas de mercado”).

He llegado a la conclusión de que la construcción de un estado moderno no puede provenir del poder mismo (cuyo único objetivo es administrar decisiones para perpetrarse en su posición) sino de una sociedad conformada por individuos informados, participativos, y demandantes, cuyo talento y capital humano se potencializa a través de las oportunidades que se les presentan, y la responsabilidad sobre las decisiones que toman.

En ese sentido, estoy convencido en el poder de cada individuo para transformar nuestro mundo, desde cada ámbito en donde sus decisiones tienen un impacto directo, comenzando por nuestras familias y nuestro trabajo, permeando a cada rincón de este planeta y contribuyendo como un punto de color que da forma al gran lienzo de la “Tarde de domingo en la isla de la Gran Jatte” de Georges Pierre Seurat.

Al final, la economía no trata solo de producción, consumo, inversión, precios, tasas de interés, rendimientos y tipos de cambio, sino, como lo dijo y enseñó Gary Becker, de hacer lo mejor que podemos con la vida que tenemos. Y solo por eso, como de músicos, poetas y locos, todos tenemos un poco de economistas.

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