Podemos identificar como Inteligencia Artificial (IA) a la parte de la informática que pretende generar un conjunto de capacidades cognitivas e intelectuales que se reflejen en sistemas informáticos, modelos matemáticos, o algoritmos, que puedan realizar tareas como reconocimiento de patrones, voz o imágenes, análisis y procesamiento de datos, toma de decisiones, traducción de idiomas, generación de contenidos basado en lo que puede consultar, entre otras, para las que se requieren capacidades como aprender, razonar, percibir y resolver problemas, capacidades que, típicamente, se relacionan con la inteligencia humana.
Si luego de tantos años tratando de medir la inteligencia humana, no conseguimos tener una única forma de medirla, tampoco será sencillo medir la inteligencia artificial y las consecuencias de su adopción en diferentes ámbitos.
Sin embargo, sí podemos saber que los resultados que arroja dependen del modelo de IA, y los datos usados para su entrenamiento, pero no puede hacer un juicio de valor, ni de verdad, aunque sí existe la posibilidad que su respuesta sea sesgada por esos datos.
Hoy el debate sobre la inteligencia artificial se ha polarizado: algunos afirman que transformará absolutamente todo e incluso sustituirá al ser humano. Me permito disentir de esa visión fatalista. Recuerdo que en su momento viví un temor similar entre los trabajadores de la frontera mexicana, cuando se pensaba que la llegada de los robots industriales significaría el fin del empleo.
Éste, como otros fenómenos (el cambio de siglo, la llegada del Internet, las promesas de las redes sociales y, apenas hace unos años, “la nueva normalidad” que venía “a cambiar paradigmas”), y todos los cambios, traen posibilidades y retos, oportunidades y costos de oportunidad, situaciones similares a las que ocurren con el surgimiento de nuevas tecnologías (considerando que la tecnología es el conocimiento aplicado para la atención de una necesidad o para dar solución a algún problema). Este potencial de transformación depende, en parte, de la capacidad y potencial de la tecnología, pero también de las personas.
Piense en una empresa con deficiente documentación de procesos y manuales de descripción de puestos, lo que complica su gestión y evaluación de desempeño.
Podría ser que separen de la organización a un colaborador o bien que decida retirarse; en lugar de cubrir la vacante, los responsables, muchas veces, optan por repartir las tareas entre quienes mejor cumplen o entre los empleados que permanecen, quienes deben asumir más responsabilidades por la misma remuneración. Sin embargo, esta práctica genera una mala gestión de las cargas de trabajo, lo que inevitablemente provoca desgaste y desmotivación. Tarde o temprano, alguien más decidirá separarse, y entonces cubrir la vacante ya no será opcional, sino urgente.
Para agilizar la búsqueda y revisar los currículos en menos tiempo, muchas empresas recurren a sistemas de inteligencia artificial que filtran perfiles e incluso pueden publicar automáticamente las vacantes.
Sin embargo, cuando se complica cubrir tal “posición compuesta”, es común escuchar explicaciones simplistas: que hay escasez de talento, que la gente no quiere trabajar o que las nuevas generaciones carecen de compromiso.
En realidad, el problema suele estar en los propios procesos de reclutamiento y en la manera en que las organizaciones gestionan su propuesta de valor para atraer y retener talento.
En el supuesto de que una persona tiene interés en el puesto, pero no hace explícitas sus expectativas e intenciones, y no verifica lo que la IA hizo con su CV cuando le pidió modificarlo, podría verse envuelta en situaciones insatisfactorias.
Entonces, ¿qué hacer para apoyar la integración de la IA en el futuro del trabajo? Comparto algunas reflexiones:
Es fundamental mantener una proporción equilibrada entre la inteligencia humana y la inteligencia artificial en el análisis, diseño e implementación de procesos. La IA debe ser vista como una herramienta de apoyo, no como un fin en sí misma.
Su función es actuar y tomar decisiones dentro de los parámetros definidos por el ser humano, complementando su juicio, pero nunca sustituyéndolo.
Cuidar la protección de datos personales, así como información sensible de la organización, para no comprometer a los grupos de interés.
No es necesario que cada empresa cuente con su modelo de IA privado y aislado del resto, pero hace falta desarrollar a las personas para que puedan identificar las oportunidades y los riesgos.
Finalmente, mantener una aproximación de corresponsabilidad, transparencia y negociaciones que busquen generar valor en el mediano y largo plazo. Cuando la IA se utiliza como “caja negra”, sin entender cómo está tomando las decisiones o generando resultados, se pierde responsabilidad y se pone en riesgo la confianza.
Los resultados de las partes involucradas están interrelacionados entre sí: construir confianza, prevenir desilusiones y conflictos futuros es responsabilidad de ambas partes y deben declarar expresamente si utilizaron IA, cuál fue el modelo y qué resultados se obtuvieron. No para ceder, o para perder, pero para co-crear soluciones y generar valor conjunto.
Actualmente la IA es un factor determinante en los negocios, en sus procesos, y en las personas mismas, por lo que todas las partes involucradas deben aprender a mejorar su convivencia.
El autor es Profesor de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey.
Contacto: oscareliud@tec.mx