México entra en este tramo final de 2025 con un rostro dual: por un lado, mercados y datos macro que susurran moderación inflacionaria; por otro, políticas comerciales, remesas y decisiones bancarias que provocan entre susurros y estridencias.
Esta “telenovela económica” tiene capítulos simultáneos, cada uno con su tensión: Banxico recorta tasas y revela divisiones internas, la inflación da señales contradictorias, la propuesta arancelaria contra China se congela temporalmente, Banamex protagoniza un duelo corporativo, las remesas caen, y el déficit fiscal y la deuda pública tensionan la credibilidad.
Entre bambalinas, el gobierno apuesta por tecnología, negociaciones comerciales y nuevas narrativas. Pero como en todo buen drama, cada escena exige que cuestionemos lo que aceptamos como real.
Comencemos con Banxico. El banco central recortó su tasa de referencia a 7.50%, el nivel más bajo desde mayo de 2022, con un voto disidente: Jonathan Heath votó por mantenerla en 7.75% ante los riesgos inflacionarios latentes.
En las minutas publicadas se evidenció esa división estructural. Banxico está enviando un mensaje claro: hay espacio para estímulo, pero con cautela.
Los datos empujan esa opción: la economía sigue débil, el tipo de cambio ha mostrado fortaleza y el apetito externo por activos mexicanos no es inmune a choques globales.
Solo que la inflación no ha dicho su última palabra. En septiembre, la inflación anual llegó a 3.76%, lo que puede leerse como un triunfo moderado o una alerta contenida.
La inflación subyacente, más vigilada por los tecnócratas, alcanzó niveles cercanos al 4.28 %, una rigidez que no debe ignorarse si pretendemos un aterrizaje suave.
El dilema es este: si el consumo repunta y los precios subyacentes no cedan, cualquier recorte monetario podría desencadenar recomposiciones inflacionarias imprevistas. En ese teatro, Banxico debe actuar como director exigente, no complaciente.
Mientras tanto, la propuesta de aranceles sobre 1,500 productos importados de China y otros países asiáticos—alzas que iban hasta el 50% en autos, textiles, plásticos, acero—quedó en pausa.
El gobierno declaró que revisará el paquete antes de someterlo al Congreso, rumbo a mesas diplomáticas y ajustes técnicos. Esa pausa sorprendió a quienes esperaban una ofensiva proteccionista, y calmó —al menos en el corto plazo— los temores de repuntes inflacionarios.
Pero que no avance no significa que se haya descartado: es una jugada estratégica para modular el impacto político y económico. La pregunta es si esa pausa se convertirá en veto o en reescritura.
Ese contexto comercial se cruza con el drama bancario: Citigroup rechazó una oferta de 9,300 millones de dólares de Grupo México por Banamex, y reafirmó su plan de salida mediante la venta parcial (25%) a Fernando Chico Pardo y el resto por medio de una oferta pública.
Grupo México vio subir sus acciones, aunque la sorpresa local generó volatilidad e incertidumbre regulatoria. No es solo un negocio: es una señal sobre quién controla la banca mexicana, quién asume riesgos de transición y qué barreras regulatorias están por probarse.
Un golpe más sutil, pero no menos real, vino del extranjero: en agosto las remesas cayeron 8.3% frente al mismo mes del año pasado, sumando US$5,578 millones.
En regiones donde las remesas son pared maestra del consumo familiar, ese debilitamiento se siente como un viento por debajo del ala. Muchas economías locales dependen más de la quincena migrante que del aguinaldo local.
Este fenómeno tiene raíces en la economía de EE. UU. y políticas migratorias, pero su impacto aquí se traduce en menor poder de compra, menor dinamismo en el comercio y presión sobre el consumo interno.
Este conjunto de choques —monetario, comercial, bancario, remesario— sucede en un marco de preocupación macrofiscal.
El FMI proyecta un crecimiento modesto para México: pronostica 1.0 % en 2025 y un repunte leve a 1.5 % en 2026, mientras advierte que sin reformas el endeudamiento público podría escalar a 61.5 % del PIB hacia 2030.
Esa advertencia no es un sermón distante: si Hacienda no logra estabilizar déficit y deuda, la tasa de interés real, la prima país y la confianza institucional pueden deteriorarse rápidamente.
En ese ámbito, el gobierno ha intentado diversificar narrativas. La presidencia ha declarado confianza en llegar a acuerdos comerciales favorables, al tiempo que anuncia proyectos estratégicos en tecnología, vehículos eléctricos, semiconductores y laboratorio de inteligencia artificial.
Es un intento de combinar pragmatismo comercial con ambición de innovación. Pero esas promesas serán puestas a prueba por la capacidad de ejecución y por la reacción de actores ya fluctantes: inversionistas, industriales, socios comerciales.
Al cruzar todos estos frentes emerge una tensión central: ¿está México en un punto de inflexión hacia una recuperación sostenida o simplemente en un alto en el camino antes de nuevos sobresaltos? Muchos dan por sentado que la inflación seguirá bajando, que Banxico seguirá recortando, y que los conflictos arancelarios se diluirán.
Pero esas suposiciones podrían fallar si cualquier efecto externo —una crisis global, una escalada comercial, un shock energético— desordena esta cuidada orquesta.
Un escéptico podría decir que esta editorial suena demasiado optimista, ignorando que la deuda pública, la rigidez estructural, la dependencia del comercio y la vulnerabilidad externa aún pesan más que unos cuantos ajustes técnicos.
Ese punto de vista obliga a no subestimar los riesgos: la inflación núcleo, la decisión de Banamex, la caída de remesas y la presión fiscal son recordatorios de que la calma no debe tomarse como estado permanente.
Para probar nuestra lógica, basta cruzar los indicadores: si en los siguientes trimestres la inflación núcleo no cede, si las remesas siguen a la baja, si los costos de deuda suben y si la demanda interna no se reactiva, esa narrativa de “respiro suave” se desmorona. Pero si los recortes monetarios se acompañan de estabilidad fiscal, reactivación en inversión privada y moderación comercial, la lógica de recuperación moderada podría resistir el escrutinio.
Otras perspectivas merecen espacio: quizá México opte por un camino más gradualista, posponiendo aranceles, modulando recortes, reforzando programas sociales para amortiguar el golpe en regiones dependientes de remesas.
Tal vez se dé un rediseño del modelo bancario: privatización condicionada, fideicomisos para preservar patrimonio cultural, participación mixta público-privada. O podría priorizarse una estrategia de crecimiento liderada por manufactura avanzada, tecnología y energías limpias, reduciendo la dependencia tradicional del comercio con EE. UU. y China.
No me interesa que estés de acuerdo; quiero que estemos más cerca de la verdad.
Si te inclinas por creer que México puede evitar una recesión suave, exige que identifiques los supuestos clave que sostienen esa postura —y estés dispuesto a cambiarlos si los datos no se alinean.
Si la lectura negativa te parece más sólida, también muéstrame dónde tu lógica puede estar sobredimensionando riesgos. Mi papel es empujarte hacia una comprensión más clara: no convencerte, sino ayudarte a afinar tus conjeturas.
Esta editorial es un retrato en movimiento: México no está ahora en la fase de crisis abierta, pero tampoco en la de euforia confiada.
Está en un momento de transición, de ensayo y error. Las decisiones en Banxico, Hacienda y el Congreso, más la reacción de los mercados y las familias, determinarán si este periodo será recordado como el respiro tranquilo antes del despegue o como esa pausa incómoda que precedió al tropiezo.
Sea cual sea el desenlace, conviene mantener la lucidez y no caer en la complacencia: en economía, la calma es prestada y siempre hay que pagarla con vigilancia.
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.