Durante décadas, tener un clóset lleno fue símbolo de éxito y status. Hoy, las nuevas generaciones reescriben la historia: ya no se trata sólo de poseer, sino de colaborar y cuidar el planeta.
Plataformas de alquiler, intercambio o suscripción no sólo abren paso a una moda más sostenible, sino que revelan un cambio profundo en la manera en que diferentes generaciones conciben el consumo.
La tensión entre sostenibilidad y deseo define gran parte del debate actual. La industria de la moda representa cerca del 10 % de las emisiones globales de carbono y consume grandes cantidades de agua. Al mismo tiempo, el consumo de ropa se ha acelerado: cada vez compramos más, usamos menos y desechamos con mayor rapidez. Nunca fue tan fácil vestirse a la moda, ni tan complejo hacerlo sin consecuencias ambientales.
Aquí entra la economía colaborativa, que propone un modelo basado en el acceso —alquilar, compartir, intercambiar— por encima de la propiedad. Esta lógica no sólo reduce la producción, sino que redefine la relación con la ropa: se usa mientras se necesita, y luego vuelve al circuito.
Ahora bien, ¿quiénes están realmente impulsando este cambio? La Generación Z, que se ha posicionado por liderar el discurso de sostenibilidad. Valoran la autenticidad, exigen responsabilidad a las marcas y buscan propuestas alineadas con sus valores. Sin embargo, también participan en dinámicas de consumo acelerado, lo que revela una contradicción entre intención y comportamiento.
Llamemos a este conflicto “disonancia verde”: por un lado, se quiere consumir responsablemente, pero también seguir tendencias y ahorrar. Los millennials muestran actitudes similares, aunque con mayor apertura al second hand y la suscripción. Las generaciones mayores, en cambio, tienden a mantener patrones de consumo más estables, pero adoptan más lentamente estos modelos digitales y colaborativos.
En este contexto, la idea de una moda sin propiedad parece, para algunos, una utopía. Sin embargo, modelos como el alquiler de ropa, los intercambios organizados en redes sociales o espacios comunitarios, y los servicios de suscripción están ganando terreno. También crecen los talleres de reparación y upcycling, donde las prendas se transforman para prolongar su vida útil.
Estas alternativas permiten diversificar el guardarropa sin necesidad de acumular, al tiempo que reducen el impacto ambiental. Pero también enfrentan desafíos: logística, hábitos de consumo arraigados y la percepción de que “compartir ropa” no es tan deseable como estrenar.
Aquí surge una nueva pregunta: ¿estamos realmente cambiando el modelo o sólo disfrazando el mismo consumo? Muchos de los sistemas circulares actuales apelan a las lógicas del consumo rápido —rapidez, novedad, variedad—, pero con una narrativa más sustentable. El riesgo es que se reproduzca el exceso, aunque con menos residuos.
Lo valioso, entonces, no es sólo el modelo en sí, sino el cambio cultural que lo acompaña. Consumir con intención, repensar la moda como servicio y no sólo como producto, y generar un vínculo más consciente con lo que vestimos es lo que realmente marca la diferencia.
En México, el cambio ya comenzó. Cada vez surgen más iniciativas locales de moda circular, desde marcas que promueven el alquiler, hasta colectivos que impulsan el trueque y la reparación. Estas propuestas no sólo abordan la sostenibilidad ambiental, sino también la inclusión económica: permiten acceder a moda de calidad sin grandes gastos.
La oportunidad es clara: si las marcas logran conectar con los valores generacionales, ofreciendo modelos accesibles, digitales y sostenibles, pueden convertirse en aliadas de un cambio que ya está en marcha.
Al final, vestir ya no es sólo cuestión de tendencias, sino de propósito, porque cada prenda que elegimos habla: del mundo que habitamos, del futuro que imaginamos, de la ética que llevamos puesta.
En este nuevo ciclo de la moda, no basta con cambiar lo que vestimos; hay que cambiar cómo pensamos el acto de vestir.
Tal vez la elegancia del mañana no se mida en etiquetas, sino en decisiones: menos prisa, más conciencia; menos posesión, más circularidad. Y en ese giro, la moda se deshace de sus viejos hilos para tejer, con conciencia, el vestuario del futuro.
La autora es Profesora de la Escuela de Negocios y del Centro de Comercio Detallista del Tecnológico de Monterrey.
Contacto: martha.arevalo@tec.mx