Monterrey

Francisco J. Orozco: Historias vemos, carteras no sabemos

¿Por qué se está hablando de la dismorfia financiera?

Amigas y amigos lectores, ¿han sentido que en redes sociales todo mundo comparte viajes increíbles, conciertos de ensueño, cenas en restaurantes de lujo o experiencias únicas que parecen salidas de una película de Wes Anderson? Y ahí estás preguntándote: ¿cómo le hacen?, ¿por qué a mí no me alcanza y al vecino sí?

No, no estás solo. No solo te sucede este sentimiento, si no a muchos incluyendo a su servidor.

Hace unas semanas leí un artículo en The New York Times titulado “¿Eres el único que está quebrado? ¿O es la dismorfia financiera?” escrito por Emma Goldberg. Me hizo clic. El texto hablaba de un término que, aunque no está en el diccionario clínico, empieza a ser parte del lenguaje cotidiano: dismorfia financiera.

¿Y eso con qué se come? Piense en la dismorfia corporal: esa distorsión de la imagen propia en la que alguien se ve con “defectos” que no existen o no son tan evidentes. Ahora trasládelo al mundo del dinero. La dismorfia financiera es una alteración de la percepción que tenemos sobre nuestra situación económica. En palabras más simples: pensamos que estamos peor (o mejor) de lo que realmente estamos. Y eso tiene consecuencias.

Hay personas con ingresos estables y buenos ahorros que viven con ansiedad constante porque sienten que nunca es suficiente. Y otras que tienen deudas hasta en la app del café y siguen gastando como si su tarjeta de crédito fuera mágica. Ambas están atrapadas en una realidad distorsionada. Este fenómeno, que mezcla psicología del dinero, finanzas conductuales y cultura digital, se alimenta de muchos factores. Pero uno se lleva la corona: las redes sociales.

No es coincidencia que muchas de las personas que reportan sentirse financieramente “insatisfechas” estén expuestas todo el día a Instagram, TikTok y otras redes donde todo parece perfecto. Uno no ve estados de cuenta, ve filtros. No ve deuda, ve disfrute. Y así, sin darnos cuenta, caemos en la trampa de la comparación. Porque en redes, todo parece alcanzable... para todos menos para uno.

Esto ha generado un caldo de cultivo perfecto para que se dispare la ansiedad financiera, especialmente en los más jóvenes. Según estudios recientes, cerca del 43% de la generación Z y el 41% de los millennials en Estados Unidos reconocen tener una percepción distorsionada de su situación económica. Y no es muy distinto en México, donde según datos del ENSAFI, el 64% de las personas gasta más de lo que gana y el 38% mantiene algún tipo de deuda.

¿Y eso por qué? Porque además de la presión social, hay causas más profundas: falta de educación financiera, patrones familiares heredados (“el dinero no crece en los árboles”, “mejor tenerlo guardado debajo del colchón”), carencias emocionales que tratamos de llenar con cosas, y una bajísima tolerancia a la frustración. Si tuvimos un mal día, el “me lo merezco” puede salir caro. Y si no nos damos cuenta de estos comportamientos, seguimos repitiéndolos.

Ahora, no todo está perdido. Lo más importante es nombrar el fenómeno. Saber que existe la dismorfia financiera ya es un paso adelante. Lo segundo es ponerle lupa a nuestras emociones cuando hablamos de dinero. ¿Gasto para sentirme mejor? ¿Me angustia no alcanzar el estilo de vida que veo en redes? ¿Evito revisar mi estado de cuenta porque me estresa?

Luego viene lo práctico: hacer presupuestos, dejar de pensar que la tarjeta es una extensión del salario, ahorrar aunque sea poquito. Y sí, hacer limpieza de redes sociales. Dejar de seguir a quienes nos hacen sentir que “nunca es suficiente” y empezar a seguir a quienes nos enseñan que el éxito también se ve en la paz mental, en las finanzas ordenadas, y en la libertad de no deberle a nadie.

No se trata de satanizar el consumo ni de decir que disfrutar es malo. Se trata de hacer las paces con nuestro dinero y entender que no todo lo que brilla es oro... a veces es deuda y de la mala.

Así que la próxima vez que vea una historia de alguien en la playa y una bebida en mano, recuerda: historias vemos, carteras no sabemos. Quizá esa persona también está preguntándose cómo le hace el otro.

Y si alguna vez te has sentido el único que no puede, piensa: tal vez no está quebrado… tal vez solo necesitas ajustar el lente con el que ves tu dinero.

¿Ustedes qué oponían?, Los leo.

El autor es Profesor y Líder en Región Monterrey FAIR Center for Financial Access, Inclusion and Research del Tecnológico de Monterrey. Co autor del libro “Cultura Financiera: mi dinero, mi futuro”.

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