Como lo hemos tratado en este mismo espacio, uno de los principales resultados sobre el análisis del capital humano a nivel mundial ha mostrado la importancia de la educación inicial en el desarrollo de largo plazo de los seres humanos.
Es durante los primeros 1000 días de vida de un niño que éste aprende las herramientas socioemocionales que le permitirán posteriormente aprender, socializar, y externalizar sus emociones e ideas.
Como lo han demostrado múltiples estudios académicos, entre los que podemos destacar los realizados por el economista James Heckman (Premio Nobel, 2001), desde el punto de vista económico, invertir en la educación durante los primeros años de vida de un niño se traduce en beneficios a largo plazo para la sociedad en su conjunto.
Numerosas investigaciones han demostrado que los programas de educación temprana contribuyen a un aumento significativo en la productividad laboral y la competitividad económica en el largo plazo. Los niños que reciben una educación de calidad en la primera infancia tienen mayores probabilidades de alcanzar niveles educativos más altos en etapas posteriores de sus vidas, lo que se traduce en una fuerza laboral más capacitada y adaptada a las demandas del mercado.
En uno de sus estudios, Heckman (2022) ha resumido en los siguientes puntos los componentes que todo programa exitoso de educación integral temprana debe considerar los siguientes puntos específicos: 1) comenzar a partir del nacimiento; 2) proporcionar atención continua; 3) involucrar a los padres, madres y/o cuidadores; 4) incorporar la salud como insumo; 5) reconocer la importancia de la nutrición; 6) desarrollar la gama completa de habilidades; 7) capacitar a los padres en habilidades parentales; 8) facilitar la transición de las niñas y los niños a la escuela primaria; y 9) combinar educadores altamente capacitados con maestros bien capacitados y supervisados.
Así, en este desarrollo socioemocional de los infantes, las prácticas de crianza de sus cuidadores primarios en esos primeros 3 años de vida (un rol tradicionalmente asignado a sus padres, pero en un contexto más social amplio y complejo, pudieran jugar otros miembros del hogar cuando la madre y el padre trabajan) juegan un papel fundamental para complementar o limitar su desarrollo psicoemocional.
Sin embargo, uno de los temas más interesantes para analizar el diseño de políticas públicas efectivas es encontrar la forma de implementar estrategias para llevar estas herramientas a la práctica diaria de cuidadores primarios, incidiendo así en la vida de sus infantes.
Al respecto, una de las alternativas que han mostrado mayor efectividad para enseñar métodos de crianza positivas basados en el trato afectivo, comunicativo y cariñoso, y usando el juego como instrumento de aprendizaje, son los programas de visitas especializadas. Estos programas consisten en una serie de visitas semanales programadas al hogar donde residen infantes y cuidadores, y en ese espacio, la persona visitadora (tradicionalmente con una formación en psicología o pedagogía) brinda una sesión guiada, con la cual se transmite un currículo de herramientas basado en los elementos disponibles dentro del hogar.
En el caso de Nuevo León, he tenido la oportunidad de colaborar con el equipo de “Infancia Plena”, una organización civil que está realizando un esfuerzo extraordinario para implementar un programa basado en visitas en dos de los polígonos de pobreza y vulnerabilidad más representativos del Área Metropolitana de Monterrey: la Alianza en Escobedo, y Valle Soleado en Guadalupe. De estas intervenciones, se busca que en las 10 visitas que dura el currículo, existan cambios importantes en las prácticas de crianza y, por ende, esto se transmita positiva y significativamente en las habilidades psicoemocionales de los niños en las familias que son atendidas.
En este caso, hace una semana pude participar en uno de los eventos de dicha iniciativa, presenciando el potencial de este programa en el brillo de los niños que son atendidos, pero también que uno de los principales retos que enfrentan este tipo de programas es el contexto social en el que se desarrollan. En particular, temas como la seguridad de las personas visitadoras, la educación de los cuidadores primarios, o la confianza de las familias para abrir las puertas a quienes buscan apoyarles, limitan el alcance y efectividad de los programas, a pesar de la buena voluntad que existe por parte de sus organizadores.
Si bien, la evidencia internacional para países como China y Estados Unidos muestra que las visitas son una manera costo-efectiva de realizar intervenciones en prácticas de crianza, comparado por ejemplo con trabajos grupales que requieren que los cuidadores atiendan talleres, no debemos olvidar que estos programas dependen del contexto en donde se implementan, mismo que limitan el impacto de su implementación y su capacidad de escalarse a un mayor tamaño de operaciones.
Esperemos que el diseño de este programa de la mano de la buena voluntad y persistencia todos los agentes involucrados, permitan sembrar semillas que germinen en los pequeños infantes atendidos, brindándoles una mejor calidad de vida y mayores oportunidades en un mundo cambiante y cada vez más desafiante.