El trabajo infantil es una realidad preocupante en muchos países, y México no es una excepción. El pasado 12 de junio fue el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, un tema que debe estar en la agenda de todos los gobiernos.
El trabajo infantil se refiere a la participación de niños y niñas en alguna actividad económica por debajo de la edad mínima –15 años– o por menores de 18 años en una ocupación peligrosa que no cumple con la Ley Federal del Trabajo –Artículos 173 a 180–, o realización de servicios domésticos no remunerados de carácter peligroso (INEGI).
A pesar de los esfuerzos realizados en las últimas décadas, este problema persiste y afecta a miles de niños y niñas en todo el mundo. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a nivel mundial hay 160 millones de niños que se encuentran en condiciones de trabajo infantil, lo que representa al 9.6% de los niños de 5 a 17 años en todo el mundo. Existe una diferencia por género de aproximadamente 3 puntos porcentuales, ya que 97 millones son niños y 63 millones son niñas, lo que corresponde al 11.2 % y 7.8 %, respectivamente.
En México, las últimas estimaciones del INEGI indican que 3.3 millones de niños y niñas se encuentran participando en trabajo infantil, lo que corresponde al 11.5 % de la población de 5 a 17 años, 2 puntos porcentuales más al presentado a nivel mundial. Para poder dimensionar esta estadística, los niños y niñas en condiciones de trabajo infantil en México son un poco menos que toda la población de Croacia, y más que países como Lituania, Eslovenia y Estonia. Al dividir por género, el INEGI estima que el 13.6 % de los niños en México –2 millones– se encuentra en esta condición y es 4 puntos porcentuales mayor al encontrado a nivel mundial. Con respecto a las niñas, se encuentran en situación de trabajo infantil el 9.2 % de ellas –1.3 millones– y esta proporción también es mayor que a nivel mundial.
Además, hay una creciente inquietud por ver el impacto que tuvo el COVID-19 en la condición laboral de los menores, ya que, debido a la reducción en los ingresos de las familias, muchas podrían haber recurrido al trabajo infantil para amortiguar el impacto. Diversos estudios indican que los menores que participan en el trabajo infantil sufren efectos negativos en su educación y salud, así como salarios más bajos cuando llegan a la edad adulta. Aunque también se menciona que podría haber efectos positivos, ya que puede originar un desarrollo físico y mental (siempre y cuando el trabajo no afecte su educación); la preocupación se debe centrar en los trabajos peligrosos.
Es necesario tomar conciencia de esta situación y trabajar de manera conjunta para erradicar el trabajo infantil y garantizar un futuro prometedor para las generaciones venideras. Si bien el trabajo realizado por los menores es un apoyo a la economía familiar en los hogares más pobres, un primer paso sería transitar de un trabajo peligroso a un trabajo ligero, que a la larga erradicaría el trabajo peligroso en los menores de edad.
El autor es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Autónoma de Nuevo León y profesor en la Licenciatura en Economía de la Universidad de Monterrey.