Históricamente, la esfera política en México estuvo regida únicamente por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) quien, con el manejo de un sistema de autopreservación político, controló la presidencia y una gran fracción de las entidades federativas durante la mayor parte del siglo pasado.
Con el incremento de la inconformidad y descontento de la población mexicana, y la necesidad de tener diversidad entre sus representantes y funcionarios públicos, se conformaron el Partido de Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), razón por la cual el país comenzó a tener más representación ideológica en los partidos y en el gobierno. Esta estructura política, en la que los partidos mencionados conformaron una especie de contrapeso entre ellos, permaneció por décadas y no fue sino hasta hace poco que un cuarto partido tomó un lugar como una fuerza política.
El partido Movimiento Regeneración Nacional, mejor conocido como Morena, fundado por el actual presidente de la república, y con tan solo 11 años de trayectoria, representa en la actualidad una gran parte del electorado nacional. Pero ¿cómo logró Morena, en tan poco tiempo, controlar el entorno político del país?
El votante, que es el factor decisivo en las contiendas electorales, jugó un rol fundamental en el proceso electoral del 2018, mismo en el que Morena se consolidó como el partido de representación mayoritaria. Se teoriza que un perfil particular de votante dio la gran ventaja a este partido.
Para poner en contexto los perfiles de los votantes y sus características, vale la pena describir los siguientes términos:
- Voto duro: conformado por afiliados, militantes, o simpatizantes a un partido.
- Simpatizante blando: apoya a un partido, pero puede cambiar de opinión dependiendo de su preferencia en el momento.
- Voto cambiante: perfil que va al alza, y está conformado por los votantes que basan su decisión en la información, las propuestas y el candidato. No en el partido.
- Voto de castigo: se emite como represalia ante la inconformidad hacia el régimen actual.
El último estilo de votación, el que “castiga” con su decisión, encapsula al ciudadano que, lleno de hartazgo, busca un cambio radical en el esquema gubernamental. Su frustración e inconformidad con el gobierno actual, o con algún partido o ideología en particular, lo llevan a seleccionar a la oposición, con el fin de provocarles daño.
Morena, partido cuyo triunfo electoral es considerado un fenómeno, con Andrés Manuel Lopez Obrador como líder y fundador del partido, con una ideología antagónica a los partidos que dirigieron al país anteriormente, atrajo al votante que, por su descontento, eligió a Morena con ánimos de exhibir a los regímenes anteriores.
Las elecciones del 2018 se caracterizaron por el evidente descontento que tenían los mexicanos con el gobierno en gestión, al igual que con su antecesor. Andrés Manuel, quien participio en ambas contiendas presidenciales previas a la del 2018, logra cultivar la narrativa de “castigar” a quienes estaban en el poder. Y una vez analizando los motivos detrás de los grupos segmentados de votantes que apoyaron la campaña nacional de su partido, pareciera lógico opinar que el voto de castigo otorgo una ventaja significativa.
Anteriormente, ya habíamos presenciado este escenario. A pesar de no apoyar al Movimiento Regeneración Nacional en el 2018, en el estado de Nuevo León, los ciudadanos eligieron al candidato independiente, Jaime Rodríguez “El Bronco”, en la campaña gubernamental del 2015 bajo el mismo principio de castigar a los regímenes anteriores y, recientemente, lo volvimos a ver en el 2021 cuando Samuel García fue electo como gobernador, bajo el mantra que promovió el partido Movimiento Ciudadano de que la “vieja política” debía salir del poder para dar espacio a un Nuevo Nuevo León.
Hoy que nos encontramos a menos de dos años de la siguiente contienda presidencial, ¿será el voto de castigo lo que definirá a nuestros gobernantes? o, ¿verdaderamente el pueblo está en busca de un cambio genuino? En cualquier caso, como ciudadanos responsables, debemos entonces cumplir con nuestras obligaciones, ejercer nuestros derechos y exigir a nuestros gobernantes que cumplan con todos los compromisos, responsabilidades y obligaciones que su posición exige, lo que contribuirá a que el cambio se dé y en caso de que no ocurra, buscar a los candidatos y candidatas que, con hechos, hayan dado evidencia que pueden propiciar el cambio, sin importar el partido al que pertenezcan.
Este artículo se escribió con la coautoría de María Elizondo, Krista González, Eduardo Salcido, José Poo y Germán Ponce, estudiantes de la Concentración Analítica para negocios: De los datos a las decisiones, la cual es ofrecida por la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey. El autor es profesor.