Los últimos años han traído demasiados cambios en muchos sentidos. Uno de los más importantes descansa en la manera de relacionarse entre todos nosotros en relación a la digitalización del vínculo. Los dispositivos digitales se convierten en una herramienta que sirve de apoyo a la vida social y se han convertido en un espacio en el que formamos y construimos relaciones, configuramos nuestra propia identidad, y nos expresamos y conocemos el mundo que nos rodea. Aunque también sabemos que además de ser un accesorio esencial, genera muchas sensaciones y situaciones paradójicas, entre las que se puede señalar el FOMO que son las iniciales de fear of missing out (“miedo a perderse algo”). La expresión describe una nueva forma de ansiedad, surgida con la popularización de los dispositivos digitales y las redes, marcando una necesidad compulsiva de estar conectados.
El surgimiento y expansión de las redes sociales, supuso una nueva plataforma de interacción para los millones de usuarios, facilitando al máximo la comunicación. Sin embargo, las redes demandan a todos los que se encuentran insertos en ellas, una participación y exposición constante de sus vidas. Si bien es una opción y no una imposición, los estudios demuestran que la gran mayoría de las personas, y en especial los jóvenes, están inmersos en alguna de todas las redes que existen en forma intensa y periódica.
Además de lo positivo que conllevan las redes, podemos señalar a aquellos perfiles que generan un alto impacto en las redes sociales más usadas, los conocidos influencers, los cuales, por su gran capacidad para influir en la sociedad, pueden causar efectos sumamente negativos. Los principales rasgos de estos efectos negativos son los problemas de autoestima y ansiedad que aparecen en los usuarios de la red. Muchas razones socio-culturales responden a esto, pero podemos se pueden mencionar sobre todo al canon de belleza establecido por la sociedad, el cual es representado por la gran mayoría de las/los influencers en activo y, que realmente representa a una pequeña parte de la sociedad, lo que terminaría provocando un estado de insatisfacción permanente, derivando incluso en problemas psicológicos graves como se evidencia en muchas de las consultas en el campo de la salud mental por temáticas relacionas a la imagen del cuerpo o incluso a frustraciones e insatisfacciones generalizadas en los estilos de vida de las personas.
Según una encuesta del Pew Research Center, 29% de los adolescentes siente presión para verse bien en las redes sociales y 28% siente presión para encajar socialmente. He aquí lo paradójico, porque sitúa una imagen en donde cierta estética y felicidad parecen alcanzables, pero la frustración llega cuando la vida real demuestra que no todos pueden tener vidas perfectas y cuerpos esculturales. Existe la tendencia de compartir sólo los mejores momentos, la presión de lucir perfectos como producto adictivo puede hacer que los adolescentes se vuelvan en espiral hacia los trastornos alimenticios, una sensación poco saludable de sus propios cuerpos y depresión.
La salud mental y la calidad de la vida se beneficia de la digitalización de la vida en muchos sentidos. Pero existe una paradoja en el efecto que produce al mismo tiempo en detrimento al bienestar emocional de las personas. Muchas acciones y decisiones podemos tomar para cuidarnos de lo que las redes provocan a nivel de la salud mental. Pero por sobre todas las cosas, si se considera que las redes sociales y su alrededor, están produciendo sensaciones que se consideran negativas para alguien, si se siente angustia o ansiedad desmedida, si se siente que no se puede dejar de ver, si se siente apreciaciones que llevan a cierta denigración del cuerpo por lo que se ve en ellas, se debe recordar que los profesionales de la salud mental están para ayudar en estos casos. En este sentido, es esencial recordar que el ser humano es un ser social y para salir de eso que nos le genera algún malestar emocional, hay que contar y buscar la ayuda necesaria y requerida. La salud mental importa. Y la pandemia y la época ponen sobre la mesa la importancia de la salud mental a nivel social, cultural y de la agenda política como un tema de salud pública.
El autor es Director del Programa de Posgrado de la Escuela de Psicología de la Universidad de Monterrey. Cuenta con un Posdoctorado y Doctorado en Psicología y una Especialidad en Clínica Psicoanalítica con Adultos.