Monterrey

Norma Cerros: La sororidad no existe

La solidaridad entre mujeres no ocurre de manera natural en el plano horizontal, sino que necesitamos construirla a partir de nuestras diferencias.

No en el sentido en el que los medios de comunicación y los foros de empoderamiento nos la han querido vender y que, en algún punto, muchas hemos comprado. No, la sororidad entre mujeres no ocurre de manera natural en el plano horizontal, sino que necesitamos construirla a partir de nuestras diferencias, superando con ello el legado de rivalidad histórica que el patriarcado nos ha impuesto.

Como conferencista, facilitadora de talleres y consultora, mi trabajo se centra en los temas de equidad de género, igualdad salarial, empoderamiento de mujeres, habilidades interpersonales y prejuicio inconsciente. Uno de los temas que con mayor frecuencia sale a colación en mi trabajo es la falta de sororidad entre mujeres y, en el momento en el que alguien se atreve a ponerlo sobre la mesa, la mayoría de las presentes suele asentir y complementar con alguna historia que parece confirmar el dicho popular que dice que “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”.

Pero ¿Y qué es la sororidad?

Marcela Lagarde, una de las máximas representantes del feminismo latinoamericano, nos dice que “la sororidad se deriva de la hermandad entre mujeres, el percibirse como iguales que pueden aliarse, compartir y, sobre todo, cambiar su realidad debido a que todas, de diversas maneras, hemos experimentado la opresión.”

Parece una definición simple, aliarnos para cambiar nuestra realidad de opresión. Pero en alguna parte del camino nos perdimos de entender que la sororidad es facultativa y no obligatoria entre las mujeres, y que requiere de las mujeres nos podamos percibir como iguales. Es mucho más fácil ser hermanas cuando estamos en el extremo superior de una relación vertical, pero ¿qué pasa en el momento en que nos encontramos en el plano horizontal?

Difícil pensar en percibirnos como iguales, particularmente en un mercado laboral que ha abierto muy pocos espacios para las mujeres, un entorno que constantemente nos incentiva a competir por el único trozo de pastel que existe y que, para pertenecer, exige de las mujeres replicar el liderazgo masculino y adaptarse a un lugar de trabajo creado por y para el hombre.

Para ocupar puestos de decisión se nos exige escindirnos de nuestro género, despojarnos de las mismas características que nos hacen ser mujeres y, con ello, de la oportunidad de conectar entre nosotras mismas, de reconocer que la lucha no es entre nosotras, sino ante un sistema que, indistintamente de nuestras diferencias, nos oprime a todas y que necesita cambiar.

En una cultura dominada por los hombres, las mujeres comenzamos con una desventaja que ha resultado ser muy difícil de superar, esto hace que podamos ver a la sororidad como la panacea para alcanzar la igualdad de género. La realidad es que la sororidad por sí sola no nos va a salvar, ni nos va a llevar a cambiar nuestra realidad de desigualdad, pues asumir lo anterior significa perpetuar la creencia de que la desigualdad es un problema que se soluciona “arreglando a las mujeres”.

Pero mientras que no nos va a salvar, si nos puede acercar a la igualdad. No obstante, para que esto ocurra es indispensable partir desde lo individual, construyendo primero la autoestima y la autoconfianza que nos permita reconocer para nosotras mismas el valor de nuestros talentos y capacidades, para poder dejar de ver a las otras como competencia y podamos empezar a colaborar.

Es necesario también trascender el mandato de los estereotipos de género y aprender a ser asertivas, especialmente en nuestras relaciones con otras mujeres, para ser claras en nuestras expectativas y evitar resentimientos cuando la otra no logra adivinarnos el pensamiento.

Aprender a apreciar y reconocernos en nuestra diversidad, en nuestras diferencias, nuestros privilegios, desde la compasión y la empatía de entender las distintas capas de opresión que enfrentamos las mujeres, desde el respeto de reconocer la etapa del camino en que cada una nos encontramos. Pero sobre todo, desde el compartir el conocimiento, la mentoría, la retroalimentación y las redes que realmente puedan hacer crecer y cambiar la realidad de otras mujeres.

La sororidad no ocurre de manera natural en el plano horizontal, es momento de reconocerlo sin culpas y de empezar a ser intencionales en construir esa sororidad que nos permita hacer un frente común, diferentes pero unidas en estrategia para impulsar y exigir el cambio social y sistémico que necesitamos para alcanzar la igualdad de género.

Y tú, ¿A qué mujer vas a impulsar este año?

La autora es directora de Womerang, A.C., creadora de la campaña Equal Pay Day México, diseñadora de igualdad de género en el trabajo y activista por los derechos de la mujer.

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