Visto desde Nueva York

¿El problema es la desigualdad o la falta de productividad?

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El tema de desigualdad se hace crecientemente presente en lo político y en lo cotidiano. No es un tema menor. Ciertamente la brecha entre ricos y pobres ha crecido, pero con demasiada frecuencia se escuchan argumentos en los que parece preferirse que la brecha sea menor, más que desear que simplemente haya menos pobres o que mejore la situación de quienes están en condiciones de pobreza.

Economistas como Stiglitz, Krugman y Piketty han construido una narrativa en contra de quienes más tienen que está sesgada de muerte por argumentos que son más dogmáticos que objetivos. No se detienen a ver, por ejemplo, si muchas de las nuevas fortunas son resultado de tecnologías innovadoras que le han cambiado la vida a muchos. Más que nunca, vemos formación de enorme riqueza estrictamente a partir de disrupciones que merecen ser premiadas. Tampoco reparan en ver cuántos lo pierden todo buscando éxito que pocos logran. Simplemente ven a los vencedores, y generan rechazo y envidia hacia éstos. Es fácil y popular hacerlo.

Los datos prueban que hay avances en la lucha contra la pobreza. De acuerdo al reporte de la Iniciativa de Pobreza y Desarrollo Humano de la Universidad de Oxford, y según estudios de Naciones Unidas, se ha reducido sustancialmente la pobreza en el mundo. En al menos 40 países pobres, cientos de millones de seres humanos han salido de condiciones de pobreza a una nueva clase media global. De acuerdo a estos estudios: "nunca en la historia han cambiado las perspectivas y condiciones de tanta gente en forma tan dramática y tan rápida". El desarrollo de escuelas, clínicas de salud, vivienda y acceso a agua ha mejorado. Falta muchísimo por hacer, sin duda, pero de acuerdo al Índice Multidimensional de Pobreza de la ONU, que calcula variables desde mortandad infantil hasta escolaridad, acceso a electricidad, condiciones sanitarias, etcétera, a todas luces las condiciones han mejorado.

Se repite incesantemente el argumento sobre la falta de crecimiento en términos reales de los salarios en países como Estados Unidos. Pero, buena parte de la mejoría en la calidad de vida de los trabajadores no se refleja en su salario, y ni siquiera en un mayor PIB. Un trabajador no calificado hoy en día puede, por ejemplo, hablar gratis por Skype con amigos o parientes en cualquier parte del mundo por cuanto tiempo quiera, puede navegar internet en forma casi gratuita, tener acceso a miles de películas o programas de televisión, etcétera. Sus hijos tienen al alcance miles de horas de instrucción gratuita por recursos como Khan Academy, y a contenido en línea de universidades prestigiosas.

Sin embargo, quienes sólo ven la brecha entre quienes más ganan y el promedio, acaban argumentando que la solución para cerrarla es simplemente pagarle más a quienes ganan menos, por hacer lo mismo. Nada podría hacer más daño de largo plazo al crecimiento de las economías. El tema central debe ser cómo podemos hacer que quienes no tienen calificaciones para demandar un mejor ingreso las adquieran. Al final del día, una economía crece por dos motivos: porque la población económicamente activa es mayor y más gente está produciendo, o porque quienes trabajan producen más que antes. El crecimiento de la productividad es esencial.

El peligro al convencer al trabajador no calificado de que merece ganar más porque hay quien tiene mucho, está en que eso se traducirá en menor productividad, ésta en menor inversión, en menor recaudación fiscal y en menor crecimiento económico. Un entorno en el que lo único que crece son las expectativas de los trabajadores, es una receta para un desastre garantizado.

Tanto a nivel nacional como global, existe el enorme riesgo de que la reciente desaceleración en el crecimiento de la productividad se acentúe. De acuerdo al Conference Board, ésta sólo aumentó 0.8 por ciento en 2013 y 0.6 por ciento en 2014 en las economías desarrolladas. Esto es preocupante cuando nos acercamos a los años en los que la demanda por recursos fiscales será más alto. En regiones como Europa, por ejemplo, la gente cree que el gobierno le debe garantizar vivienda, educación y, particularmente, salud, cuando se acercan los años en los que el gasto en ésta será más alto por el envejecimiento de la población.

Japón y otros países europeos que muestran crecimiento demográfico negativo tendrían que compensar con productividad o migración la reducción en su fuerza laboral. Difícilmente lo lograrán, a no ser que haya una enorme inversión que aumente las capacidades profesionales de su población, y se combine con una reducción indispensable en sus expectativas.

Para países como México, o empezamos pronto a poner énfasis en el crecimiento de la productividad, o nos resignamos a que la calidad de vida de nuestra población entre en una caída sostenida y permanente. El tiempo apremia, y no hay política pública alguna que esté logrando avances en tan importante tema.

Twitter: @jorgesuarezv

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