Con el propósito de comprender qué se cena actualmente en los hogares mexicanos durante la Navidad, se realizó una indagación exploratoria en diversos grupos de Facebook mediante una pregunta directa sobre los platillos consumidos la noche del 24 de diciembre. Lejos de ofrecer una respuesta uniforme, los testimonios revelaron tanto coincidencias notables —pavo, bacalao, puré de papa, ejotes, pastas y bebidas espumosas— como la persistencia de prácticas profundamente locales, entre ellas el consumo de tamales en amplias regiones del país. Este ejercicio confirma que la cena navideña mexicana es un espacio privilegiado para observar procesos históricos de intercambio cultural, apropiación gastronómica y construcción de identidad.
Un ejemplo claro de regionalización gastronómica lo constituyen los romeritos. Tradicionalmente asociados al centro del país, su incorporación a mesas del norte es relativamente reciente y evidencia que las tradiciones culinarias no son estáticas. Su difusión responde a procesos de movilidad interna, comercio, migración y circulación mediática, así como los medios de comunicación actuales que permiten su distribución.
El pavo, hoy considerado eje de la cena navideña, ofrece uno de los casos más elocuentes de circulación transatlántica de alimentos. Originario de Mesoamérica, fue llevado a Europa en el siglo XVI tras la conquista. Su tamaño, rendimiento y facilidad de crianza propiciaron su rápida aceptación. Con el tiempo, el ave regresó al continente americano investida de nuevos significados simbólicos, hasta consolidarse como emblema de celebraciones festivas, lo que evidencia los complejos circuitos de ida y vuelta que han definido la historia de la alimentación global.
Algo similar ocurre con los tubérculos que acompañan estas cenas. El camote, también americano, tuvo una temprana difusión hacia Asia y Europa, generando incluso confusiones sobre su origen. Sin embargo, en la mesa navideña mexicana contemporánea el puré de papa ha desplazado al camote. La papa, originaria de Sudamérica, se convirtió en alimento básico mundial por su alto rendimiento calórico y versatilidad, cualidades que explican su protagonismo en contextos festivos y familiares, y es uno de los acompañamientos contemporáneos que destaca como una constante. Su aceptación generalizada se explica por su capacidad de armonizar con carnes, pescados y salsas diversas, así como por su asociación con ideas de confort, familiaridad y cocina doméstica.
La ensalada navideña mexicana, elaborada con manzana, crema, nuez y pasas, suele vincularse erróneamente con la ensalada Waldorf. Esta última surgió en Nueva York a finales del siglo XIX y su receta original era mucho más sencilla. La versión mexicana, más rica y más dulce, responde a procesos de adaptación local y a una preferencia cultural por sabores asociados con la abundancia, la celebración y el carácter excepcional de la Navidad.
El bacalao constituye otro elemento cargado de historia. Introducido en América por españoles y portugueses, era valorado desde la Edad Media por su capacidad de conservación mediante el salado y secado. Existen incluso evidencias de que pueblos nórdicos, como los vikingos, lo pescaban en las costas de Terranova, Canadá, antes del llamado descubrimiento de América. Su presencia en la mesa navideña mexicana remite tanto a antiguas rutas comerciales como a prácticas religiosas y culturales heredadas de Europa.
En cuanto a las bebidas, la sidra tiene antecedentes que se remontan a la antigüedad clásica y adquirió relevancia en México durante el siglo XIX, particularmente por la influencia de comunidades asturianas. Su carácter ligero y festivo la ha convertido en una bebida emblemática de las celebraciones decembrinas. El champagne, originario de la región francesa homónima, surgió a partir de procesos técnicos que inicialmente se consideraron defectuosos, como la presencia de burbujas. Con el tiempo, estas características se transformaron en símbolos de prestigio, reforzando el valor ritual del brindis colectivo.
El whisky ocupa un lugar relevante en las celebraciones contemporáneas. Su presencia permite reflexionar sobre procesos de circulación global y adaptación lingüística. Las grafías whisky y whiskey responden a tradiciones nacionales distintas —Escocia, Canadá y Japón en el primer caso; Irlanda y Estados Unidos en el segundo—, mientras que en español la forma aceptada es güisqui. Más allá de la precisión terminológica, este destilado ilustra cómo productos con identidades regionales fuertes se integran a rituales festivos en contextos culturales diversos.
Sorprendentemente un platillo común son los ejotes, preparados con almendras. Diversas pastas de salsa blanca evidencian la influencia de repertorios europeos y estadounidenses reinterpretados en el ámbito doméstico mexicano. La llamada pasta Alfredo, por ejemplo, dista considerablemente de su versión romana original de 1914, que solo incluía mantequilla y queso parmesano. La incorporación de crema responde a adaptaciones locales y a la búsqueda de sabores más untuosos.
Finalmente, la investigación confirmó que los tamales siguen siendo el platillo central de la cena navideña en numerosos hogares. Su relevancia radica tanto en su valor alimenticio como en su profundo arraigo simbólico y en la extraordinaria diversidad regional que los caracteriza, con más de quinientas variantes documentadas.
En conjunto, la cena de Navidad en México no constituye un menú fijo, sino un repertorio dinámico donde conviven ingredientes prehispánicos, técnicas europeas, influencias modernas y prácticas locales. En esa superposición de tiempos y geografías, la gastronomía se reafirma como una expresión viva de la identidad cultural y comunitaria del país.