Sonya Santos

El legado curativo de nuestros ancestros: Códice de la Cruz-Badiano

A través de 13 capítulos, el compendio ofrece recetas y aplicaciones, fusionando elementos vegetales, animales y minerales en variadas curaciones, por lo que es un documento invaluable para la humanidad.

El Códice de la Cruz-Badiano se erige como un monumento histórico, resguardando sabiduría ancestral sobre la medicina prehispánica de América. Considerado el texto más antiguo de esta disciplina, escrito después de la conquista española, el cual data de 1552. Su importancia radica en revelar la labor meticulosa de los indígenas en el campo médico.

Este manuscrito expone métodos curativos arraigados en la observación y el uso sabio de los recursos naturales. Cada página alberga plantas dibujadas meticulosamente, resaltando sus nombres y detallando su uso para la sanación. A través de 13 capítulos, el compendio ofrece recetas y aplicaciones, fusionando elementos vegetales, animales y minerales en variadas curaciones, por lo que es un documento invaluable para la humanidad.

Es una fascinante fusión entre el formato europeo y las características distintivas de los códices prehispánicos. El trazo de las figuras y la utilización de colorantes vegetales evocan una conexión íntima con la tradición ancestral, siendo un manuscrito que representa el profundo conocimiento médico de las culturas indígenas, un testimonio perdurable de su sabiduría, arraigado en la naturaleza a través de la observación.

En aquel entonces, los indígenas creían que las diversas enfermedades que afectaban a la población tenían su origen en las deidades. La creencia radicaba en que los castigos divinos y las dolencias surgían principalmente como consecuencia de transgredir el orden establecido al desobedecer los mandatos de los dioses y descuidar las obligaciones religiosas.

Fue originalmente concebido en náhuatl por Martín de la Cruz y traducido al latín por el oriundo de Xochimilco Juan Badiano, en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, aunque mantiene conceptos en náhuatl para referirse a las plantas tal y como eran conocidas en la cultura. Su estructura va en el orden anatómico, es decir, de la cabeza a los pies, correspondiendo a un principio indígena de clasificación, el cual coincide con el empleado también en escritos médicos europeos. Las enfermedades ahí presentadas tienen un carácter mestizo, no solo se incluían las indígenas, también las “nuevas” europeas como la comicial o epilepsia, así como de podagra (gota de los pies o artritis aguda), de la lepra y de la mente de Abdera (enfermedad que se refiere a la locura). Además de su carácter herbario, también incluye algunas medicinas de origen no vegetal, como ceniza, cuernos de venado, cabellos y dientes de cadáver.

Por ejemplo, para tratar la caspa del cuero cabelludo se indica ponerse el jugo de hierbas silvestres agrias, bien molidas, bien coladas. Para una fractura en la cabeza, hierbas de verano, rocío natural y gusanos de la tierra, todo esto triturado con sangre, y si esta no se puede conseguir, utilizar ranas quemadas. Para el mal de ojos “inyectados de sangre” (ojos rojos) se cura con rociarlos de excremento humano pulverizado.

Sus ilustraciones fueron creadas en el mismo colegio por hábiles tlacuilos, quienes eran los que “labran la piedra o la madera”, “el que escribe pintando”, lo que hoy llamamos, pintor, escritor, historiador o cronistas. El documento, que lleva el nombre de “Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis”, surgió por encargo de Don Francisco de Mendoza, hijo del virrey de la Nueva España, que lo destinó como un regalo para el rey Carlos V. La dedicatoria en la primera página del códice atestigua su noble propósito como obsequio real.

Por esas extrañas razones que encontramos en la historia, estuvo resguardado por el Cardenal Barberini, y su secretario Cassiano dal Pozzo hizo una copia del Códice y la donó al Papa Clemente XI, que, a su vez, un sobrino de éste lo vendió al rey Jorge III de Inglaterra. Actualmente se encuentra en la biblioteca Real de Windsor, pero el manuscrito original estuvo perdido durante 400 años. Tras un largo peregrinar, el códice fue redescubierto en 1929 por Charles Clark en la Biblioteca Vaticana, dentro de la Colección del Cardenal Barberini.

El original finalmente fue repatriado a México por el Papa Juan Pablo II, en un gesto de profundo significado cultural, que lo donó, o yo más bien diría, regreso, de vuelta a su origen.

El retorno del Códice de la Cruz-Badiano no solo representa la recuperación de una obra valiosa, sino también un símbolo de conexión entre épocas y culturas que trasciende las páginas del libro; un testimonio que sigue enseñándonos sobre el poder sanador de la naturaleza y la mente humana.

El documento original se encuentra en las bóvedas de la BNAH, ubicadas en los sótanos del Museo Nacional de Antropología. Está encuadernado en terciopelo rojo, con cantos dorados, y mide 15.2 centímetros de ancho por 20.6 de alto. Consta de 60 fojas que hacen un total de 140 páginas.

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