Sonya Santos

El impacto del sonido en nuestro gusto por las botanas crujientes

El crujido, ya sea de una papa frita, una galleta, una zanahoria e incluso helados con trozos, nos proporciona una sensación satisfactoria

En la experiencia de comer, no solo utilizamos los sentidos del gusto, olfato y vista, sino también nuestros oídos. El sonido del crujido añade una dimensión adicional y puede influir en cómo percibimos el sabor y la textura de los alimentos. Va más allá de los receptores químicos en la boca. Este ruido que produce la comida al ser masticada juega un papel importante, el cual se transmite a través del aire, así como de los huesos de la mandíbula y el oído.

El crujido, ya sea de una papa frita, una galleta, una zanahoria e incluso helados con trozos, nos proporciona una sensación satisfactoria, activa nuestros sentidos y agrega una dimensión extra al comer.

Charles Spence, reconocido profesor de psicología experimental y director del Laboratorio de Investigación Crossmodal de la Universidad de Oxford, ha trabajado en cómo las facultades sensoriales -la vista, el oído y el tacto- influyen en nuestra experiencia culinaria. Una investigación innovadora que explora la forma en que afecta nuestra percepción del sabor, la textura y la calidad de los alimentos.

Spence llama a este fenómeno “sazonar fonéticamente” la comida. Sugiere que el ruido que produce al ser masticada puede influir en nuestras expectativas y mejorar la experiencia gustativa. La textura de los alimentos también está determinada por los receptores sensoriales en la boca, así como por el sonido que producen al ser masticados. Aunque algunos alimentos crujientes pueden ser incómodos o incluso dañinos para nuestros tejidos, al morder algo crocante, el cerebro experimenta un extraño placer, aunque pueda estar causando daño.

La preferencia por estos alimentos quizá tiene un trasfondo evolutivo. Según Spence, los crujientes tienden a ser ricos en grasas, y nuestros cerebros poseen un deseo innato de ingerirlos debido a su alto contenido energético. Además, el crujido puede indicar frescura en algunos, lo cual es un indicador de calidad.

Un estudio realizado en 2009 reveló que los seres humanos tienden a buscar alimentos dulces, salados y crujientes cuando están estresados. Utilizar la comida como método de controlar nuestras emociones es bastante común. Todos hemos vivido la sensación de liberar energía acumulada en forma de catarsis, y consumir alimentos crujientes podría ser otra manifestación de ese proceso. No sorprende que recurramos a la comida cuando estamos aburridos o molestos; distrae nuestra mente y, además de saciar el hambre, potencialmente libera la tensión de la mandíbula.

Sin embargo, no todos disfrutan de los sonidos de la comida crujiente. Algunas personas experimentan misofonía, una condición en la que ciertos ruidos específicos, como la masticación, les resultan extremadamente molestos e incluso provocan una respuesta negativa o agresiva. Para estas personas, el sonido de alguien más masticando puede ser insufrible y perturbador. Recordarán situaciones en las que a alguien le molesta cuando masticamos, ya sea al comer cacahuates o incluso hielo, hay quienes lo expresan abiertamente, mientras que otros no lo mencionan para evitar conflictos.

En definitiva, estoy segura de que todos hemos probado una papa frita que, debido a la humedad o por el tiempo, ha perdido su crujido al masticarla, y aunque el sabor sea el mismo, no se disfruta de la misma manera. Lo crujiente es lo que añade ese placer “extra” al consumirlo.

Aunque la apreciación del sonido de la comida es subjetiva y puede variar de una persona a otra, como se ve en el caso de la misofonía, en última instancia, comer con los oídos es una parte intrigante y compleja de nuestra relación con los placeres de la mesa.

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