Sonya Santos

La “madre” de la cocina francesa

Eugénie Brazier inmortalizó la cocina tradicional de Lyon e impulsó a la ciudad como la segunda capital gastronómica de Francia.

No solo es recibir del más allá el don (gracia o cualidad de una persona, viene del latín donum, ofrenda, regalo) de cocinar, se requiere de empeño, dedicación y mucho esfuerzo.

Tal es el caso de Eugénie Brazier, una mujer emblemática en el mundo de la gastronomía francesa y motivo de gran orgullo para la ciudad de Lyon. Nació el 12 de junio de 1895 en una pequeña comunidad, que podía ir a la escuela solo en invierno cuando había menos trabajo en la granja, que recibía un par de zapatos al año.

Su madre, de quien aprendió a cocinar desde los 5 años, murió cuando ella tenía 10. A los 19 fue madre soltera de su único hijo, Gastón.

Entró a trabajar en la cocina de la casa de una familia adinerada en Lyon, primero como niñera y con el tiempo ayudando en la cocina. Después en el restaurante de Mère Fillioux y luego en la Brasserie du Dragon de Lyon, forjando una gran reputación en el ámbito de la cocina.

Sobre los inicios de su restaurante ya se los imaginaran; un humilde salón con solo 15 sillas, que inauguró el domingo 19 de abril de 1921, en 12 rue Royale en Lyon (que aún lo opera otro propietario). El menú consistió en “langouste mayonnaise et pigeon aux petits pois et carottes” (langosta con mayonesa y pichón con chicharos y zanahorias). En 1928 abrió el segundo restaurante a 20 minutos de Lyon.

Un rotundo éxito se extendía día a día debido a la atención que le daba a los detalles, a la extremada calidad de los productos, a su obsesión por la limpieza, y claro, una sazón que pocas veces se había visto. Su cocina era sencilla y atemporal, al día de hoy algunas de sus recetas son icónicas en Lyon. Celebres fueron, y siguen siendo platillos con productos locales como el fond d’artichaut au foie gras (caldo de alcachofas con hígado de pato) y el volaille de Bresse demi- deuil (ave al medio luto); un pollo de Bresse (Francia) que tiene denominación de origen, trufado, que se cocina en caldo de pollo caliente pero no hirviendo, de 2h a 4h30 a 70 grados centígrados. Se sirve con una salsa suprema. De postre son famosos sus pommes confites et flambées (manzanas confitadas y flameadas).

Dotada de un savoir-faire único y de un talento excepcional, en 1932, la Guía Michelin le otorgan dos estrellas a cada establecimiento, al año siguiente tres… un triunfo jamás visto y la primera mujer en lograrlo.

En definitiva, la gastronomía es el reflejo de la identidad regional, es la expresión de la creatividad propia de una comarca, que evidencian el equilibrio y la armonía de los sabores. En este caso, la cultura de anteponer a su nombre la palabra “mère” (madre en francés) tiene historia; la mención más antigua de las Mères Lyonnaises (madres lionesas) se remonta al siglo XVIII cuando Mère Guy abrió una taberna en 1759 ubicada en la confluencia de los ríos Saona y el Ródano. Eran a menudo ex cocineras de las grandes familias burguesas, que habían llegado de pueblos aledaños como Bresse, Auvergne, Dombes, Beaujolais o Savoie, de origen modesto y oficios como pastoras o lecheras. Iban a la ciudad para encontrar trabajo, aportando un saber provinciano. Florecieron durante el período de entreguerras (Primera y Segunda Guerra Mundial). Las crisis económicas tuvieron un impacto que cambiaría la cocina lionesa. Muchas de estas cocineras son despedidas de los hogares en los que trabajaban y abrieron sus propios restaurantes.

Fue Eugénie Brazier la artificie de inmortalizar la cocina tradicional regional, que logró catapultar a Lyon como la segunda capital gastronómica de Francia, solo detrás de París, hacedora de muchas otras cocineras y cocinaros. Murió en 1977 de cáncer dejando un importante patrimonio cultural gastronómico.

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