Hoy es el día mil 365 del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y le restan 766 para que termine su sexenio. Días que han mostrado que un mesiánico encabeza los destinos de México, un individuo que se obstina en permanecer en una realidad paralela y que no abandonará ni cuando atraviese por última vez las puertas de Palacio Nacional.
El tabasqueño no ve el desastre que son sus políticas, los costos humanos y financieros de sus desatinos. Al contrario, se contempla como un líder de los que solo hay uno cada medio siglo. En los doscientos años como nación independiente, se ha autonombrado como ese estadista extraordinario que encabeza la cuarta transformación de México. Es el igual de Hidalgo, Juárez y Madero solo que sin un conflicto armado, lo que incluso lo hace superior. Si hay algo todavía más grande que la ignorancia de López Obrador es su soberbia.
Quizá por eso tardó tantos años en acabar sus materias en la UNAM y debió presentar numerosos extraordinarios, convencido de que sabía más que sus profesores y obstinándose en demostrárselos. Ante la calificación reprobatoria, inapelable, pensar resentido que la culpa era de ese maestro por no saber valorar a ese genio que había tenido en su aula.
La realidad igual reprueba al hoy Presidente, igualmente se obstina en negarla. En esta misma semana prometió que el año entrante el país tendrá uno de los mejores sistemas de salud pública del mundo (por lo menos ya no dijo que sería como el de Dinamarca). No se cansa de desafiar a esa realidad tan terca como esos profesores que no reconocieron sus impresionantes conocimientos. Es el mismo sistema de salud que ofreció como candidato, al ganar las elecciones, al tomar posesión y al anunciar la creación del Insabi en 2019.
Es el gobernante del futuro, pero de un futuro que nunca llega. El reiterado “en un año” es su escape favorito hacia adelante. Quizá le parece lo suficientemente lejano en el tiempo, confiando que sus desorbitadas promesas de alguna forma se harán realidad en ese plazo que en realidad es tan corto. El mismo término, exactamente, ofreció el 24 de junio de 2021 para reconstruir y que entrara en funcionamiento la Línea 12 del Metro, hace ya 14 meses. No se inmuta cuando el tiempo ofrecido llega a su fin, simplemente vuelve a ofrecer otro plazo, y listo.
O es un periodo indefinido, con un “ya pronto” o “hay que dar más tiempo”. Así está la distribución de medicinas o que por fin hagan efecto los abrazos que tanto ha ofrecido para que bajen los homicidios y otros delitos. En algo sí es claro y rotundo: la estrategia va a funcionar y por eso no la va a cambiar en lo más mínimo. Porque sería volver al pasado, y “nosotros no somos iguales”. Los muertos por falta de medicamentos y tratamientos, los niños sin quimios lo más terrorífico, los fallecidos por violencia, son meras víctimas colaterales de la transformación.
Mientras ofrece ese futuro que no llega, López Obrador no se cansa de culpar al pasado, sin darse cuenta de que su sexenio tiene ya muchos más días transcurridos que por transcurrir. No es su culpa, es que está tratando de arreglar un cochinero que le dejaron una bola de rateros. Y a continuación un hombre corrupto hasta la médula saca el pañuelito blanco para proclamar su honradez.
Así transcurrirán los próximos 766 días. Y cuando todo el sexenio haya sido reprobado por la terca realidad, el resentido de López Obrador culpará a ese pueblo que resultó tan ignorante e ingrato como sus profesores.