Rosario Guerra

Intenciones y resultados

No tuvimos menos corrupción, la vida millonaria de los hijos de AMLO y de sus parientes y amigos, llaman a la decepción.

Yo no dudo que AMLO piense que para refundar al país se requiera de una amplia reforma que sustituya al viejo régimen. La destrucción de instituciones se explicaría por esa necesidad de crear un nuevo entorno nacional para el progreso del país. Yo no estoy en contra de la lucha contra la corrupción, o contra el combate a la pobreza, o contra el apoyo a grupos desplazados del avance económico, o contra la mejor administración de la justicia, o mejor educación, o mejores servicios médicos. Nadie puede estar en contra de esos propósitos. Pero sí de sus resultados.

De hecho, AMLO ganó la elección con postulados que prometían un cambio profundo para recuperar el contenido social del Estado. Significó, y aún para muchos significa, una esperanza. Y ésta es lo último que muere. Incluso, muchos grupos empresariales pensaron que era necesaria esta reforma para frenar la corrupción y la discrecionalidad en las decisiones de gobierno. La idea de que una izquierda moderna podría romper los frenos al desarrollo derivados de una creciente desigualdad cautivó a millones.

Pero dicen que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones. Y parece que este pronóstico se cumplió. No tuvimos menos corrupción, la vida millonaria de los hijos de AMLO y de sus parientes y amigos, que sin trabajar, logran contratos millonarios por adjudicación directa, cometen delitos electorales en la falta de transparencia de la recaudación de recursos para Morena, la falta de transparencia con adjudicaciones directas, llaman a la decepción. El combate a la pobreza ha construido condiciones para aumentar el número de pobres en México, en una combinación de COVID, guerra Rusia-Ucrania y una falta de conducción económica responsable.

El apoyo a grupos desplazados no es una política social que rompa la pobreza, la perpetúa, al no incorporar a estos grupos a actividades económicas o productivas que realmente permitan superar sus adversas condiciones, las perpetúan. El manejo de la SCJN para lograr admitir leyes inconstitucionales fortalece su autoritarismo. Y qué decir de los avances en ciencia, tecnología y educación.

El Conacyt ha otorgado nivel de investigadores a la esposa de AMLO, que ni siquiera puede escribir correctamente el español; a Gertz Manero, rechazado en cinco ocasiones, que no ha aportado contribución alguna a la ciencia y hoy tiene nivel III, el más alto; y más recientemente a la exdirectora del Metro, Florencia Serranía, culpable de la falta de mantenimiento de la Línea 12, que ocasionó la muerte de 26 personas, se le otorgó cargo honorario. Y qué decir de John Ackerman, que al parecer ni siquiera se tituló en licenciatura, a quien se otorgaron 5.8 mdp para un proyecto sobre democracia del que no existen reportes de avance. El colmo fue el nombramiento de la madre de la directora del Conacyt, Álvarez-Buylla, como investigadora emérita.

Pero a los verdaderos investigadores se les suspenden proyectos, se niegan becas a estudiantes para evitar que salgan del país, se cancelan apoyos académicos y se sataniza la investigación. Bajo parámetros supuestamente nacionalistas se suspenden colaboraciones con universidades y centros de investigación en el exterior.

Ya no hay dudas de que Álvarez-Buylla sigue instrucciones presidenciales. La reforma educativa al cambio de planes de estudio en primaria, con nuevos libros de texto ‘antineoliberales’, anunciada por el propio AMLO, prioriza la formación humanística sobre el conocimiento. Para AMLO es más importante sembrar valores de solidaridad y de aspectos sociales, que promover el conocimiento.

Parecería que estamos en el siglo XVI, donde se enfrentaron el dogma y la razón. El liberalismo logró dejar atrás los preceptos cristianos y abrir la puerta a la ciencia. Este cambio fue universal y se formó una nueva educación, que con el paso de los siglos ha mejorado. China es el mejor ejemplo. Invirtió en la educación y hoy es potencia, ya no con bajos salarios, sino con científicos y técnicos capaces de enfrentar la competencia mundial.

Estamos hoy en sociedades del conocimiento, donde la innovación, la creatividad, las aportaciones a la productividad son las que definen el avance en los mercados. La competencia de los bloques económicos ha transformado a las sociedades, creado una mixtura de científicos de diversas culturas y nacionalidades que hoy compiten mundialmente. EU importa talento, al igual que Europa, y se crean sociedades multiculturales, que a muchos disgustan, pero que aportan a la competitividad y al desarrollo mundial.

Y en México se pretende regresar a la formación humanística en términos dogmáticos, para después generar conocimiento. El tiempo no se recupera. Sobre todo en los primeros años de formación de la niñez. Es un retroceso atroz. Lo que más importa a los padres y cabezas de familia es una buena educación de los hijos. No hay nada más valioso para heredarles que una buena educación, que les permita que sus conocimientos contribuyan a un mejor empleo y al bienestar.

Negarles ese derecho, por dogmas y prejuicios de un pensamiento cristiano, es cancelar el futuro de nuestra niñez, es condenar a México y su futuro, es imponer una visión dogmática sobre la razón, la ciencia y el conocimiento. Y entonces viene una pregunta: ¿Lo hace AMLO porque realmente cree en su proyecto transformador, o es una estrategia para ideologizar a nuestra niñez? Ambas opciones son igualmente nefastas en sus resultados.

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